Dylan

647 29 5
                                    

- Te he conseguido un trabajo. Vas a cuidar de Dylan - me dijo mi madre. - El hermano pequeño de Daniel y David - añadió al ver en mi cara que no sabía de que me estaba hablando.

Pero era obvio que sabía perfectamente a quien se refería, solo que me había quedado en estado de shock. 

O sus padres no eran muy originales poniendo nombres o tenían una especie de fetiche con la letra "D". ¿Pero quién era yo para hablar de nombres? Tengo de nombre una puta estación del año.

- ¿Porqué? No he hecho nada malo... Esta vez - me quejé haciendo pucheros.

Podía ser muy persuasiva cuando quería. Mi carácter de mierda no era quizás ideal para convencer a la gente, pero me consideraba muy buena actriz en lo que engañar a los adultos se refería.

- No necesitas hacer nada malo para tener que trabajar. Solo vivir. Vamos muy mal de dinero, yo limpio casas todo el día, tu padre no sale del taller y tu hermano se pasa el día currando en el bar. No te estoy pidiendo que pagues facturas, lo primero son los estudios. Pero podrías pagarte tus fiestas y caprichos al menos.

Mi madre tenía razón así que no le iba a discutir. No sobre eso.

- ¿Pero tiene que ser a Dylan?

Sí, tenía que trabajar pero si podía librarme de que fuera en la casa de al lado, mejor. La verdad es que su hermano mayor y sus padres eran encantadores, pero no me apetecía nada cruzarme con el idiota de Daniel. Tenía que aguantarlo en el instituto y el barrio, ¿no era suficiente penitencia?

- Sus padres nos han hecho un favor confiando en ti aún conociéndote y sabiendo lo desastre que eres, así que deja de quejarte porque empiezas esta tarde.

- Las aventuras de la enana y el pequeño diabliyo, ¡próximamente en cines! - dijo mi hermano con voz de locutor de radio - tendremos suerte si no sale todo el barrio ardiendo.

- Cállate idiota - le empujé y me fui a mi habitación.


Eran las cinco de la tarde, seguía con resaca y piqué al timbre de la casa de al lado. Solo esperaba que no me abriera... ¡Bingo! Ahí estaba Daniel sin camiseta, con el pelo despeinado y cara de dormido. Genial, él se podía echar la siesta y a mí el mundo entero me lo impedía.

- ¿Ya me echas de menos? Nos hemos visto esta mañana - dijo con esa sonrisa que tanto odiaba.

- Por desgracia - contesté con una mueca que pareció encantarle en vez de ofenderle - vengo a cuidar de tu hermano. Pero como veo que estás tú en casa, me voy y ya lo cuidas tú.

- No, ¡espera! - me cogió del brazo cuando di media vuelta lista para volver a mi cómoda cama, pero lo soltó rápidamente en cuanto miré hacia su mano con cierta cara de sorpresa - Mis padres quieren que le ayudes con los deberes, por eso estás aquí, bueno por eso y porque creen que yo no puedo hacerlo. Les he dicho que pasas más tiempo en el aula de castigados que en clase pero por alguna extraña razón, ellos creen que eres inteligente. Creo que los aliens les han lavado el cerebro mientras dormían.

- Puede que a ellos se lo hayan lavado, pero el tuyo directamente se lo llevaron hace mucho tiempo - no podía evitarlo, tenía que molestarle - Tranquilo, te lo devolverán en cuanto se den cuenta de que no sirve.

A él le pareció divertido. Yo pretendía molestar pero le divirtió. Genial.

Daniel no era de las personas que se preocupan mucho por nada, más bien parecía que estuviera de paso por la vida tomándoselo todo a la ligera y sin que nada le pareciera muy importante. Todo le divertía y esa era una de las cosas que más me desesperaban de él. 

¿Cuál es tu sueño?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora