Felicidad

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- ¿Estáis seguras de que va a estar aquí? - preguntó Shane mientras nos adentrábamos con el coche en la zona del barrio que solíamos evitar.

- Esperemos que no - contestó Elena.

La verdad es que cuando te has criado en un barrio como el mío, reconoces a la perfección los síntomas de las drogas y, aunque quisiéramos negarlo, hacía días que ambas los veíamos en nuestro amigo. Sinceramente, quiero pensar que no le dimos importancia porque no éramos capaces de creerlo, pero sigo sintiendo que fuimos unas egoístas.

- Está bien, peinaremos la zona con el coche pero ni se os ocurra bajaros - dijo Daniel muy serio.

- No digas tonterías, no nos va a pasar nada. Vemos estos tipos a diario, tanto los que venden como los que compran - contesté.

- No es lo mismo verlos en tus calles que venir a su zona - continuó mi hermano - Los conozco a todos, vienen al bar a menudo pero ten por seguro que aquí hay gente de todos lados, no solo los que te han visto crecer.

- No voy a tener miedo en mi propio barrio - interrumpió Elena y yo asentí.

Dimos vueltas por varias calles, hasta que pasamos por delante de un callejón y lo vimos. Vimos lo que tanto habíamos temido, vimos lo que esperábamos no tener que ver. Alex.

- ¡Summer espera! - gritó Daniel al ver que bajaba del coche seguida por Elena pero no le hice caso.

Me acerqué a Alex a paso rápido y lo empujé.

- ¿¡Que coño crees que haces!? - le grité mientras lo seguía empujando y le pegaba en el hombro - ¿¡Que mierda pasa contigo!?

Daniel me cogió por la cintura y me alzó apartándome de él. Mi vecino y mi hermano se habían bajado del coche y aunque yo no me había dado ni cuenta, Shane sostenía a Elena de la misma forma que Daniel lo hacía conmigo.

- ¿Que hacéis aquí? - preguntó mi amigo extrañado.

- La pregunta es, ¿que haces tú aquí Alex? - dijo Elena alzando la voz e intentando deshacerse de los brazos de mi hermano - Joder, suéltame Shane, no voy a matar a nadie.

Shane obedeció y noté como los brazos que me apresaban se soltaban poco a poco.

- No tenéis ni idea... - contestó mi amigo con una oscuridad en los ojos que nunca le había visto - Largaos de aquí...

- ¿Que no tenemos ni idea? - repetí yo - Sabemos lo de tu madre, lo de la metàstasis, ella misma nos lo ha contado y está preocupada por ti. Joder Alex, podrías haber contado con nosotras, contarnos lo de...

- ¿¡En que momento Summer!? - gritó él - ¿En el que me pase toda una puta tarde esperándoos en el parque tal y como hacíamos siempre pero no aparecisteis? ¿O en el que te llamé para contártelo y no dejaste de parlotear sobre Daniel? No espera, quizás lo podría haber contado el otro día, cuando me encontré con Elena y no hizo más que dramar sobre su historia con Shane.

Elena y yo no contestamos. Alex tenía razón y no había nada que pudiéramos decir que justificara que no estuviéramos con nuestro amigo en el momento más duro de su vida.

- Eso no es justo Alex... - empezó Daniel.

- ¿¡Que no es justo!? - contestó Alex riendo sarcásticamente y llevándose las manos a la cabeza - ¿Sabes lo que no es justo Dan? Que la única persona que no me ha abandonado, la única que me ha querido y cuidado, la única persona que tengo en mi puta vida, se vaya a morir. Eso no es justo. ¿Quieres saber qué no es justo? Que me haya pasado toda una vida al lado de mis amigas, aguantando sus mierdas, aguantando que se quejaran de sus padres con 13 años porque las castigaban cuando yo nunca tuve uno. Aguantando que hablaran de lo pesadas y protectoras que eran sus familias, cuando yo solo tenía a mi madre. Aguantando sus mierdas de problemas con los chicos, aguantando todo para encontrarme que el día que mi madre me falte voy a estar solo, ¡SOLO!

Elena y yo bajamos la mirada. Alex había tenido una vida dura y nosotras nos la habíamos pasado quejándonos de esto y de lo otro, de cosas sin importancia y él siempre nos escuchaba, reía y aconsejaba. Siempre había estado para nosotras. No era justo que mi amigo se viera solo ante la vida. No lo era.

- ¿Queréis juzgarme? - siguió - Adelante, hacedlo. Juzgadme por buscar una vía de escape, por intentar no pensar en que voy a perder lo único que me queda, juzgadme por estar aquí comprando droga en vez de estar con mi madre viviendo los últimos momentos que nos quedan porque soy incapaz de mirarla a la cara sabiendo que de aquí unas semanas ya no va a estar - las lágrimas empezaron a rodar por su precioso rostro - No puedo... no puedo seguir con esto, no puedo verla morir, no puedo aguantar que me vuelvan a abandonar...

Me acerqué, lo abracé y caímos al suelo, derrotados, agotados. Elena cayó de rodillas a nuestro lado, llorando como nunca la había visto. Ese fue el primer momento en 15 años que llevábamos juntos que nos vimos llorar. El primero en el que no hicieron falta palabras, solo bastaban nuestros brazos para decirnos que lo sentíamos, que nunca más nos íbamos a dejar solos ante la adversidad, que igual que aprendimos a montar en bici juntos, a leer, a vivir, aprenderíamos juntos a superar lo que se nos pusiera por delante.

Ese fue el último momento en el que sentí cerca a mis amigos.


Sacamos a Alex de ahí y nos fuimos a hacer lo que mejor sabíamos hacer, disfrutar los tres juntos de la vida. Pasamos la tarde en el bar de mi hermano, entre cervezas, risas y anécdotas de cuando éramos pequeños. Contando como Alex se rompió el brazo escalando un árbol para recuperar la pelota preferida de Elena (sí, Elena tenía una pelota preferida), como Elena se enfadó y dejó de hablarles a sus padres durante tres días cuando estos insinuaron que se mudarían y nosotros nos separaríamos (por suerte no lo hicieron), como acabamos los tres llenos de grasa el día que nos colamos en el taller de mi padre con 8 años para ayudarle después de que yo le escuchara hablar con mi madre de lo agobiado que estaba. Recordando como pintamos todas las paredes de casa de Elena después de que sus padres hablaran en la cocina de que no tenían dinero para hacerlo. Obviamente, ni ayudamos a mi padre en el taller ni pintamos las paredes de la familia Salgado como se tenía que hacer. Más bien destrozamos el lugar de trabajo de mi padre y dibujamos árboles, perritos y casitas con rotuladores por toda la casa de Elena.

Más tarde, mis padres, los de Elena y la señora Golberg se unieron a la cena en ese mismo bar. Después de salir de aquella zona del barrio, le envié un mensaje a mi madre contándole lo que pasaba con la madre de Alex y ella no dudó en regalarle a mi amigo, la noche más feliz de su vida. Estábamos todos, los Davis, los Golberg, los Salgado e incluso los Miller con el pequeño D. Nadie sospechó que después de aquella noche, nunca volveríamos a estar juntos, que la felicidad se quedaría en aquel bar, en aquel instante, para siempre y que nunca la volveríamos a ver.

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Multimedia de izquierda a derecha: Elena, Shane, Alex, Daniel, Summer y David.

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