CAPÍTULO IX

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Hacía poco él había salido mientras Maximilien y ella se quedaron sentados en el comedor, el niño se encontraba ajeno a todo, Rebecca en cambio estaba profundamente distraída, perdida en sus pensamientos y haciendo algo que jamás había hecho con Maximilien asentirle a todo lo que le decía sin estar realmente prestándole la atención que demandaba.

Se hallaba digiriendo todo, era demasiado para procesar, una casa de muñeca con los puestos bien definidos que de acuerdo con Thomas no eran gratuitos, un fantasma que renacía del pasado exigiendo y un François que simplemente salía por esa puerta de forma subordinada.

-Mami, pero es que no me estás poniendo cuidado. -Habló Maximilien quejoso y ella se volvió mirándolo y le sonrió.

-Ven vamos a empacar.

-¿Me vas a llevar de viaje?- Eso hizo que se olvidara por qué se estaba quejando inicialmente y ella negó con la cabeza.

-Te quedarás unos días conmigo.

-¿Y mi papi quién lo va a cuidar?

Esa era una buena pregunta que la hizo sentir que la habitación le daba vueltas, como si la ventana de vidrio que tenía enfrente se desdibujara y los Alpes se le vinieran encima aplastándola.

Miró a su hijo nuevamente sin llegar a contestarle y se puso en pie tomándolo de la mano empezó a caminar con él a la segunda planta en un silencio que el niño no entendía, preguntando sin cesar cosas para las que ella no tenía respuestas, a menudo siempre se las daba, si las desconocía las googleaba, pero sabía que ella era garante de que Maximilien conociera el mundo, sin embargo en ese instante no sabía qué mundo mostrarle.

Estaba aterrada como pocas veces en su puñetera vida lo estuvo, sentía a sus hijos en completa indefensión y no sabía qué hacer, dónde llevarlos, porque ningún lugar parecía seguro.

Rebecca sintió de nuevo ese resquemor en su garganta que la apretaba, no era el momento para echarse a llorar, así que con tal calma empezó a llenar una maleta con ropa de Maximilien, tenía mucha y se estaba quejando por no darle el trato que merecía, el niño hablaba de arrugas, Rebecca pensaba en heridas.

-¡Mamá! ¡Que es mi traje!

-Pediré que lo planchen de nuevo- habló autómata metiendo más cosas de forma aleatoria.

-¡Eso ni combina! -Exclamó pataletudo, pero ella hizo caso omiso pasando al stand de libros de texto que también echó sin ningún tipo de cuidado en la maleta. -Pero que les vas a hacer arrugas- Habló él esta vez de los libros aplanchándolos, le había hablado en castellano y eso la hizo mirarlo, sabiendo que no era consciente que lo había hecho y en ese instante aunque seguía con ese pavor en sus entrañas le complació que hubiese pronunciado tan bien

Maximilien arrugaba su frente y estiraba su boca, estaba molesto por la forma como ella trataba sus cosas, él siempre era muy organizado, muy pulcro, a pesar de sus escasos 6 años.

-¿Qué juguetes quieres llevarte?- Preguntó haciendo caso omiso de sus quejas, él la miró malacaroso.

-Es que no me quiero ir.- Volvió a hablarle en un castellano fluido, al parecer también se soltaba a hablar en castellano cuando estaba molesto.

-Mi cielo ¿no quieres estar conmigo?- Preguntó esta vez acuclillándose.

-Sí, pero mira como tratas mis cosas. Además quién cuidará a papá. -Rebecca suspiró y aliso el ceño fruncido del niño.

-Papá estará bien.

-¡No! -Exclamó cruzándose de brazos.

-Algunas veces las reinas deben proteger al príncipe antes que al rey, Maximilien.- Él la miró estirando la boca.

EL QUINTO MANDAMIENTO [TERMINADO] #Libro4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora