CAPÍTULO XX

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-No te quedes ahí parada cuchicheando de ese modo- interrumpió Humpty Dumpty, que miró a Rebecca por primera vez.

-¿Me estás hablando a mí?- Preguntó Rebecca aturdida.-No veo a nadie más por aquí.- Contestó el huevo con formas humanas.-Dime ahora mismo tu nombre y profesión.

-Soy Rebecca...-Contestó titubeante.

-¡Qué tontería de nombre!- Vociferó el huevo- Dime qué es lo que significa.

-No lo sé, nunca lo he pensado.

-Pues de razón, con un nombre como el tuyo cualquiera desconocería el significado, después de todo podría ser cualquier cosa.

Rebecca se despertó confundida en medio de la gran cama king, puso su mano en el respaldo estilo Luis XV, que con tanto entusiasmo había elegido alguna vez y se incorporó, le costaba dormir en esa habitación, ahí estaba ella soñando con Humpty Dumpty bañada en sudor y con unas fuertes ganas de orinar, no era extraño lo último, era su estrecha vejiga que había cedido el espacio para que su útero se expandiera.

Pero lo del huevo, eso si no tenía ninguna explicación, más allá que cada noche era un sueño distinto, pero esa sensación de vacío en esa enorme cama no desaparecía, ni siquiera recordaba por qué la había elegido tan grande, no, no era cierto, sí lo recordaba: mayor espacio, más arcos de movilidad, suspiró al pensar en su escasa vida sexual al tiempo que largaba el váter.

Su estómago rugió, eso tampoco era una novedad, a todas horas andaba famélica, como si una tenia ingiriera todos los nutrientes por ella, eso la hizo sentir mal y de inmediato acarició a Abigail saliendo de la habitación, no deseaba equipararla con un parásito que succionaba todo de ella.

Los pasillos estaban casi en la penumbra, a excepción de la luz de luna que se colaba por los inmensos ventanales, intentó bajar las escaleras sin hacer ruido, pero en una casa con suelo de madera era difícil conseguir del todo eso, siempre había un lugar donde crujía al dar el paso.

Sin embargo asaltar el refrigerador en la madrugada se había vuelto una de sus rutinas. Antes, mucho antes, cuando esperaba a Maximilien, sólo tenía que abrir la boca y pedir, que lo que fuera, se le sería concedido, no importaba la hora, ni lo descabellado de su antojo. Ahora tenía que conformarse con lo que hubiera en el frigorífico, eso tampoco era tan malo, ya que siempre habían manjares ahí, la cosa era más por el hecho de que antes esperaba en la cama por lo que fuera que deseara, mientras era François el que se levantaba.

Al llegar a la gran cocina buscó el interruptor de la luz y lo encendió y al iluminarse todo dio un brinco en su puesto y también gritó levemente al ver una figura masculina sentada en la isla flotante que había en medio, la sorpresa inicial se desvaneció al reconocer que era François, sólo no esperaba verlo ahí, en sus asaltos anteriores no había nadie y eso la había pasmado.

Caminó entonces hacia el refrigerador, tomó un poco de salmón ahumado y buscó un plato para ponerlo, mientras de la despensa extrajo algo de pan

-Te puedo preparar algo -Él se paró a su lado y tomó los ingredientes.

-No te preocupes, con esto estaré bien.-François le sonrió y le dio un beso en su mejilla.

-Lo sé, aun así quiero hacerte algo delicioso- Su estómago se emocionó mucho al oír eso, la verdad en su vida había ido a muy buenos restaurantes, pero las cosas que François hacía siempre eran sus favoritas.

-¿Te acuerdas de esas brochetas de prosciutto con melón? -Él asintió

-Cómo olvidarlas -Le tocó su mejilla-salen con premura brochetas de prosciutto con melón.

EL QUINTO MANDAMIENTO [TERMINADO] #Libro4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora