CAPÍTULO III

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Por favor más les vale darle mucho amor a este capítulo porque me costó mucho hacerlo y no porque fuera muy difícil, sino porque Naiely y yo nos queremos rebanar, más yo a ella que ella a mí, pero el caso es el mismo: necesito que ustedes me den aliento para soportar tanto porque la paciencia no es una de mis virtudes.

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No era descriptible lo que sentía, quizás los sentimientos más cercanos eran desesperación y miedo, pero creía que se quedaban cortos ante la inmensidad de lo que le pasaba, François caminaba de un lado al otro por la habitación, eso la desesperaba más, pero no le había dicho una palabra al respecto, no quería que se centrara en ella, hasta ahora no le había dicho ni una palabra recriminatoria, pero básicamente no le hablaba, así que eso ya era mucho decirle, el silencio era elocuente y ella era capaz de leer muchos tipos de comunicación.

Ahora no lloraba, sólo estaba temblando como si fuese una hoja de papel, tenía frío, a pesar que era consciente que hacía calor, pero tampoco se había atrevido a decir algo en referencia a ello, silencio era todo lo que ella también brindaba, a veces éste era roto sólo con un sollozo involuntario que se le escapaba.

Estaban en su habitación, sin embargo no se atrevía a moverse de ese sillón en la sala de estar de la suite, sentía que hacerlo, aunque fuera por un suéter sería sentido como una falta y ella ya tenía bastantes ojos señalándola como para añadir una nueva cosa, no era como si se estuviera victimizando, la gente la culpaba e incluso la juzgaban como ella misma hacia, entendía a todas esas personas, entendía sus reproches, sus acusaciones tácitas, ella ya se había hecho peores, mucho peores, era su peor juez y la sentencia era determinante, ella era culpable de todo lo que se le acusaba y por eso tenía que ser condenada.

En su habitación entraba y salían personas, ya no se estaban entendiendo mucho con ella y si con François, prefería eso, realmente no quería que la siguieran señalando. Puso su codo en el brazo del sofá y apoyó su cabeza en su mano, evidentemente estaba cansada, pero ni siquiera tenía sueño, ni hambre, sólo estaba esa sensación de zozobra que la consumía.

No se había cambiado, seguía con la misma ropa del día anterior, suponía que por eso tenía frío finalmente tenía sus pantorrillas desnudas en aquella falda, de pronto vio que Thomas llegaba, su mirada se enfocó en ella, no saludó, ni pidió permiso simplemente le puso una mano en su cabeza como solía hacer, como si fuera una mascota, ella lo miró y volvió a echarse a llorar aunque había logrado calmarse y entonces él hizo lo impensable y se sentó a su lado estrechándola entre sus brazos, Rebecca se lo permitió, sentía que necesitaba eso, necesitaba que alguien la abrazara y le dijera que no era su culpa, necesitaba sentir cierto calor humano.

Aunque Thomas no era particularmente la persona más cálida, de hecho era frío, muy frío, pero agradecía que hiciera eso por ella, lo agradecía mucho. Cuando alzó la cabeza de su hombro notó que François los miraba, estaba apretando en exceso su mandíbula con su ceño fruncido, pero no dijo una palabra, ni siquiera eso lo hacía hablarle quizás para reclamarle que Thomas estuviera allí, no había nada, de hecho tan pronto hicieron contacto visual él desvió su mirada.

Entonces Thomas le habló, llevándola también a ella a apartar la mirada de ese François frío y lejano.

-Cuéntame qué sucedió para poder ayudarte.

Rebecca tragó saliva, estaba harta de contar esa misma historia, sentía que se reproducía sin cesar en su cabeza y cada vez que la relataba era como si Maximilien fuera sólo un cuento, de esos que ella solía recitarle antes de dormir, eso la hizo llorar desconsolada, sabía que sus manos seguían temblando Thomas las tomó entre las suyas.

EL QUINTO MANDAMIENTO [TERMINADO] #Libro4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora