CAPÍTULO XLIV

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Como cada noche de las últimas semanas ella daba vueltas en la cama, era poco lo que lograba dormir y cuando lo hacía Morfeo le enviaba imágenes oníricas que alimentaban la culpa que ya sentía, mujeres castañas siendo mutiladas, gritos, ríos de sangre, ojos grises e incluso en una ocasión soñó con un recuerdo, se trataba de ella misma yendo a la suite de un hotel, en éste no había encontrado a su amante, sino a Matthew colérico, con sus ojos color sangre.

Por eso no sabía qué era peor:

¿Dormir?

¿No hacerlo?

Ambas cosas parecían una cruel y tediosa tortura.

El peso en su cama cambio y escuchó la madera del suelo crujir con los pasos de François, lo vio acercarse hasta su lado de la cama, la miró desde donde estaba y ella también lo hizo, de alguna manera se sintió avergonzada por sus problemas nocturnos, desde que estaban juntos él tenía que lidiar con ellos, era un poco bochornoso que él también se viese afectado por esa manera como se le alteraba el sueño cuando algo la perturbaba.

Sin decirle una palabra la alzó en sus brazos siempre que hacia eso se sentía como una pluma, él hacía ver eso como algo sencillo, pero dudaba que lo fuera, Rebecca era delgada, siempre le había gustado estar en forma, sin embargo reconocía que sólo se veía delgada porque los músculos eran menos voluptuosos que la grasa, no obstante el peso, el peso era otra cosa y si a ella se le adormecían los brazos cargando a Abby que bordeaba los 13 kilogramos apenas, no podía imaginar lo que era cargarla a ella con sus 60 kilos.

No sabía a dónde iba con ella, porque empezó a bajar las escaleras, ella se dejó llevar inicialmente mirándolo, ya luego acomodándose contra su pecho, que de alguna manera se sentía como su hogar, Thomas podía decirle muchas cosas, insinuar que lo que la mantenía con François era una costumbre, pero ella sabía que no era así.

Los problemas que ellos solían tener no era por la falta, era porque todo sobraba, había demasiado amor, pero a menudo no sabían cómo quererse, se lastimaban y en su caso la forma que asumía siempre era sumergirse en un capullo sola, esa era la manera como siempre había resuelto todo, sólo que cuando otro ser llegaba a compartir tu vida, era diferente, se suponía ya no podías pensar sólo en uno, sino en dos.

Él siguió bajando las escaleras, sin detenerse en el primer piso, pasó de largo el área de la piscina y se adentró en la grama del césped, no se había fijado que estaba descalzo hasta ese momento, la noche estaba fresca, el cielo tenía una capa densa de estrellas y a pesar de ser de madrugada la luna lo iluminaba todo.

-¿A dónde vamos?- Le preguntó con su voz algo débil.

Sin embargo él no le contestó, tan sólo siguió caminando pasando por el patio de juegos de los niños directamente hacía la zona más lejana de la casa, la pequeña montaña artificial sobresalía a lo lejos y entonces supo que la llevaba a ahí, a su rincón secreto, al único lugar de la casa que era sólo para él.

Habían momentos en los cuales François no necesitaba hablar para decirle muchas cosas, era extraño que él llegara a ese estado, ya que a menudo solía hablar bastante al menos con ella, solía tornarse acelerado, era una característica que no había conocido de él el primer día que se conocieron, ni siquiera esa tarde en París en que por primera vez le entregó su cuerpo, en esos momentos Rebecca no había alcanzado a conocerlo y era curioso que se hubiese enamorado tanto de alguien tan desconocido.

Fue después cuando empezó a ver eso en él, la ansiedad con la que a veces le hablaba, sobre todo cuando estaban peleando, esa necesidad de decirle en un sólo instante todo lo que ni siquiera podía contener, era el miedo lo que lo hacía ser así, el miedo de perderla, el miedo de romper con todo y volver a ese estado que él llamaba agonía y es que eso eran ellos dos, una necesidad constante el uno del otro.

EL QUINTO MANDAMIENTO [TERMINADO] #Libro4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora