CAPÍTULO XXVIII

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NOVIEMBRE

Rebecca miró la carita de Maximilien bastante incómoda, mientras aplicaba la pintura blanca, todos los años, desde que él podía hablar le permitía elegir su disfraz, le parecía que eso fomentaba sus fantasías y por ese día él podía ser quién quisiera, pero nunca le había pedido un personaje tan retorcido.

Mentiría si no aceptara que había querido disuadirlo muchas veces de esa elección tan grotesca, pero había sido infructuoso, era determinado como François y ella tenía que armarse de paciencia para aceptar que estaba creciendo y sus opiniones empezaban a ser irrelevantes en su vida.

Tomó el labial rojo y le pintó la boca, luego hizo esa línea retorcida por las mejillas con el mismo labial y el niño quiso mirarse al espejo entusiasta, aun con la mueca que ella hacía, él en cambio asintió entusiasta saltando.

-¡Ya soy un guasón!

Ella le sonrió de vuelta, aunque más que una sonrisa parecía una mueca tan fea como la que él llevaba en su carita. Tomó el aerosol verde y cubriéndole los ojos con una de sus manos empezó a echarle la pintura en su hermoso cabello color trigo, así le iba a quedar el pelo a ella con la crianza de ellos: verde.

Lo estaba preparando para la fiesta de disfraces que cada año le organizaba, en esa ocasión 31 de octubre había caído viernes, el día anterior, por tanto como había hecho el año pasado optó por hacer la fiesta en sábado, que ese año era 01 de noviembre, de acuerdo con Cecilia no quedaba tan desentonado porque era día de muertos en su país, no le dijo que en Suiza no tenían esas costumbres, no le gustaba hacerla sentir mal.

Lo instó a caminar hacía el cuarto y tomó a Abby de su mecedora llevándola hasta el cuarto de su hermano.

-Tráeme la mecedora de tu hermana.

El niño asintió y mientras se movía a su baño por la mecedora ella tomó de la cama el horrible disfraz, François se lo había mandado a hacer en la compañía: camisa morada, chaleco verde y corbata, lo principal era el maquillaje y ella ya se había encargado de esa parte, ahora debía ayudárselo a poner para que no lo untara con maquillaje y luego se encargaría de su conejita.

Ese si le gustaba, por ahora Abby era suya totalmente, la miró con ternura y la beso en el cuello como tanto le gustaba, la niña rió fuerte, aprovechó que Max aun traía la silla mecedora para ponerla en la cama del niño y empezó a moverle los pies como si estuviera en una bicicleta, eso la hacía reír aun más.

Cuando Max llegó con la mecedora volvió a poner a su muñeca en ella y terminó de vestir al niño, luego tomó a la niña y se fue al cuarto de ella por el disfraz. Ese era su diario vivir alistar a uno, seguir con el otro, no mentiría en muchos momentos se vio a sí misma teniendo al menos 3 hijos, pero ahora que tenía 2 y veía cuán complicado era todo sentía que el tiempo y la naturaleza eran sabias, no tendría más hijos, un nuevo embarazo a esa edad ya no sería seguro, además aunque su vida era caóticamente hermosa no se imaginaba cómo sería ese corre, corre con otro hijo.

Su suegra había tenido tres, pero ella tenía nanas, algo que Rebecca se negaba a hacer, en primer lugar porque no había tenido hijos para que otros los cuidaran y en segundo lugar porque luego de la experiencia con Alva quedaba claro que sus hijos sólo podían estar con ella.

Puso a Abby en el cambiador, ya había alistado todo lo que necesitaba, entonces con un lápiz rosado le dibujó una nariz de conejo y con el café le hizo unos bigotes en sus cachetes, para ella todo eso era un juego, así que de momento no había llanto sólo risitas, la verdad Abby casi no lloraba, sólo cuando alguien osaba despertarla o cuando tenía hambre y aquella vez que le tocó ponerle las vacunas con el pediatra, momentos que para ella eran absolutamente racionables.

EL QUINTO MANDAMIENTO [TERMINADO] #Libro4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora