U n o

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> Yamanaka Inoru <

Inoru nunca tuvo amigos. Al menos no propios. Tiene un padre que sale a beber con sus amigos, una madre que nunca estaba y una hermana mayor hipócrita que juzgaba las apariencias. Su cabello era rubio, con un largo impresionante que estaba por alcanzar sus rodillas, su piel y facciones eran perfectas, finas y suaves, como una muñequita bien cuidada, con ojos púrpuras que brillaban como piedras preciosas y de labios pequeños naturalmente rosados. Sí... Inoru se veía muy perfecta, tanto que para las personas era asqueroso.

Inoru era una prodigio, la rara de la generación. Sus compañeros la odiaban, solo así, nunca le dijeron un por qué, menos se burlaron de su, aparente, condición. Era algo que no quería entender por más curiosidad que sintiera. No quería saber la razón del repudio en su familia, del deseo codicioso a su persona, de su rareza.

¿Es ella?

Alzó su vista, tan fría y cruel que hacía competencia con esos ojos ajenos, tan claros como el mismo hielo y tan filosos como una katana. Aquel hombre de cabello rojo alborotado, con esa expresión de amargura neutra y rara pero atractiva barba de fuego no era mejor persona que ella. La miraba como si fuera un trofeo, la lotería misma, y contradictoria mente le hacía pensar que eran idénticos, personas que la sociedad no se tomaba el tiempo de conocer.

Yamanaka Inoru, segunda hija del líder del Clan Yamanaka, trece años recién cumplidos, estatus ninja desconocido, nivel de habilidades Rango A, poseedora de un quirk sin tener antecedentes en la familia. —leía el Anbu que aún la tenía prisionera, como si fuera un perro rabioso que en cualquier momento le arrancaría la yugular. De hecho, la idea le parecía tentadora, tanto que dejó de oír todas las estupideces que seguía soltando el de Raíz. Claro, hasta que escuchó lo siguiente. — Su custodia pasa a sus manos, Enji-san.

Sus ojos por poco lloran, no había que ser muy listos para saber que ese hombre sería el encargado de su matrimonio, o hasta el mismo novio, todo podía esperarse.

Una vez firmados, Enji la llevó hasta su auto, lugar donde una vez dentro quemó sus ataduras, advirtiendo con su mirada que un paso en falso pondría su vida en riesgo. Bufó molesta, alejándose lo más posible de él y buscando confort en ese raro aparato que se movía sin caballo o personas. Sabía cómo lo habían llamado, pero no tenía sentido llamarlo así si no sabía su significado.

Era una mierda no saber dónde se encontraba, o a dónde podría ir si se escapaba. Si siguiera en el País Elemental tal vez buscaría asilo con su sensei, la única persona que de verdad la quiso y nunca le mintió, aunque no fuera precisamente el mejor ejemplo a seguir.

Inoru quería mucho a Sasuke Uchiha, el mismo que había intentado llevarla con él cuando decidió seguir a Orochimaru por más poder, sin querer separarse del único lazo que podría atarlo a la Aldea pero que había respetado por ser ella la única que lo apoyó en su decisión. Ambos se querían de distinta manera, Sasuke la veía como su reflejo, una pequeña parte de él que no quería morir, aunque nunca le dijo cuál, e Inoru porque la trataba con amabilidad y cariño, haciéndola sentirse amada e importante, como una persona y no como un arma.

Baja. —obedeció, siguiendo al fornido e imponente hombre a través de una gran mansión al estilo oriental, sorprendiendo a la rubia por el gran parentesco que tenía con su antiguo hogar, si es que podía seguir llamándole así. No podría describirlo con exactitud, le era tan común que no hacía falta hacerlo, no le parecía necesario. — ¿Sabes por qué estás aquí?

Porque mi padre me vendió. —respondió con simpleza, expulsando todo el odio que había estado almacenando desde que la transportaron en un barco, como si fuera una mercancía dentro de una caja. Enji asintió, sin mostrar expresión alguna, cosa que le recordó bastante a su sensei. Y eso le gustó porque no tendría dificultades para llevarse bien con el hombre. — ¿Me hará daño?

Thing Of Two || BNHADonde viven las historias. Descúbrelo ahora