2.- Que nos sigan las luces

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"Como si fuera un animal

destrozando esa puerta

para no volver a entrar".

"Que nos sigan las luces" – Alfred García (2018).

ALFRED:

Cuando me monté en el tren, solté un largo suspiro vaciando mis pulmones. Lo había conseguido. Iba a tocar en un escenario delante de demasiada gente pero estaba cumpliendo en parte mi sueño de dedicarme a la música. No me importaba que fuera para otros. Aquella ofertaba me había cambiado la vida, lo intuía. Creo en el destino y, especialmente, en las personas. Y aquella chica me parecía de otro planeta. Durante las dos semanas antes de haber ido a aquella prueba, me había estudiado su discografía, quería estar bien seguro de que me interesaba lo que tocaba, y vaya sí lo hizo.

Fue su mánager el que me dijo que me llamarían de su casa discográfica para concertar una entrevista en Madrid, que estaba en una lista —espero que no negra, le dije bromeando— para ser su nuevo guitarrista. Joder, por fin me empezaban a salir bien las cosas. Escuchar sus discos había resultado todo un viaje catártico, porque yo llevaba tiempo nadando en la mierda absoluta. Había decidido dejar a mi novia, y ahora llegaba la oportunidad de mi vida. Ella que nunca había creído en mí, ahora se tendría que tragar sus palabras.

En realidad, fui todo un cobarde. Con todas sus letras. La había dejado en una llamada telefónica desde una estación de autobuses dónde me esperaba el autobús para viajar al sur a grabar una breve colaboración con el trombón. Lo nuestro no era una relación al uso, habíamos tenido tantas idas y venidas que era difícil pensar en que aquello hubiera durado más en el tiempo sin ser mucho más tóxico de lo que ya era. Cuando me llegó la oferta, me entusiasmó, pero cuando escuché su música, me fascinó.

Marta, mi mejor amiga, me había hablado de aquella chica en innumerables ocasiones que yo me dedicaba a asentir con la cabeza, pero nunca la había escuchado. Por las entrevistas en las que vi en algunos medios de comunicación parecía no tener filtro, lo cual ya se salía de la norma. Por lo general, los cantantes suelen tener mucho cuidado con lo que dicen y, sobre todo, cómo lo dicen. Pero ella parecía que lo primero que le pasaba por la cabeza, lo soltaba. Así. Tal cual.

Todavía recuerdo aquellas palabras de mi ex: "No sé para qué lo intentas de nuevo, solo conseguirás una buena oferta si tienes contactos en las altas esferas. Y de esos contactos tanto tú como tu tío carecéis por completo, lo siento". Pero mi suerte estaba empezando a cambiar. Era un tío afortunado. Sería hipócrita decir que no me afectaba aquello cuando lo soltaba como si no hubiera un mañana, con esa sensación de que yo no servía para esto, pero todo el mundo que había escuchado algo mío repetía lo mismo: que yo había nacido para dedicarme a esto.

Aquella relación fue demasiado tóxica. Para ella y para mí. No sé si la palabra correcta es que llegamos a estar enamorados, o simplemente nos colgamos el uno del otro, no podría definirlo sin que me sintiera culpable por pensar de alguna de las dos maneras. Cuando uno está en pareja, debe darlo todo. Pero aquello no fue suficiente, ni siquiera un todo fue suficiente para evitar una crónica anunciada de ruptura.

La rutina era siempre la misma. Discutíamos, especialmente por ver quién llevaba la razón en la gilipollez más absoluta del mundo y luego no éramos capaces de pasar más de tres días contados sin vernos. Aunque en realidad vernos, nos veíamos poco. Al final uno de los dos acababa descolgando el teléfono, no para pedir perdón, sino para quedar. Rara vez salíamos juntos con nuestros amigos, de los cuáles compartíamos algunos. Y todo termina igual: follando como animales, como si el sexo curase todas las heridas. Seguramente al principio nos valió, pero con el tiempo lo hacía demasiado lesivo para los dos. Los dos éramos demasiado pasionales y sexuales.

Aunque tú no lo sepasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora