6.- Confesiones de invierno

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"Y aunque a veces me acuerdo de ella

dibujé su cara en la pared,

solamente muero los domingos

y los lunes ya me siento bien".

"Confesiones de invierno" – Sui Géneris (1973). 


ALFRED:

Estábamos a horas de terminar el invierno. Y a nosotros nos quedaban poco menos de dos semanas de ensayos para largarnos de gira, por un lado estaba hiperactivo porque aquello sucediera pero por otro lado me generaba un cierto grado de ansiedad que estaba empezando a no saber controlar. Me pasaba especialmente por las mañanas, antes de ir a ensayar. Cada vez había que dedicarle más horas. Y creo que se estaba dejando ver que no estaba en las mismas condiciones que cuando había empezado a ensayar con Amaia y su banda. Lo supe por cómo me miraban y por cómo ella me preguntaba todos los días si estaba seguro de poder hacerlo.

Había empezado a tener unas ojeras prominentes, porque cada vez me costaba más trabajo conciliar el sueño por las noches y no digamos dormir más de tres horas del tirón, así que dormitaba en mitad del día como buenamente podía, y aquello me generaba más ansiedad porque me planteaba cómo iba a afrontarlo con un trabajo en que el descanso, entre concierto y concierto, me iba a ser tan importante para mantener el cuerpo y la mente fresca.

—Ahora me vas a decir que las ojeras son de ir a clase, ¿no? —me preguntó Amaia.

—Podrían ser.

—Pero no lo son. No me gusta que me mientan. Y me estás mintiendo descaradamente.

—Bueno, estoy descansando poco, eso es todo —dije arrastrando las últimas palabras.

Amaia y yo teníamos otra rutina fuera del ritual de los ensayos por las mañanas y por las tardes. Éramos los primeros en llegar y los últimos en irnos. Ella se había empeñado en darme una serie de pautas para tocar el piano. Siempre me decía lo mismo: "Ya eres lo suficientemente bueno para tocarlo en público, ahora solo tienes que creer en ti mismo". Sonaba fácil, pero era complicado.

Tocábamos el piano hasta que nos íbamos. Habíamos establecido una relación particular. Éramos algo más que compañeros de trabajo, pero no habíamos llegado al punto de ser amigos. A mí me había costado siempre mucho socializar con la gente, abrirme a otras personas que no conocía de nada, por eso siempre me limitaba a decir que tenía planes, sonreía y me disculpaba. Nadie ponía malas caras, creo que en el fondo solo intentaban ser corteses conmigo, pero con ella era diferente. Me gustaba pasar tiempo con ella.


A veces nos quedábamos en el local de ensayo hasta altas horas de la noche, en alguna ocasión había ido a su casa para ver alguna película, escuchar discos o continuar perfeccionando la sintonía de su piano y mi guitarra. Teníamos una relación particular. Pero no hacíamos preguntas. Yo no sabía mucho sobre ella, pero me sorprendía que cuando estaba conmigo parecía que su mirada triste recuperaba la luz y se veía como la de una chica adolescente que está saliendo a la vida.

—Ahora en serio, ¿me vas a contar qué te pasa?

Me tendió una cerveza, bien fresquita mientras yo me dejaba caer en el amplio sofá de su casa, que era una mansión en comparación con la mía. Me encogí de hombros, como si aquella respuesta fuera a valer de algo, pero solo me valió un carraspeo de garganta y una mirada que no supe descifrar. ¿Estaba realmente tan preocupada por mí?

Aunque tú no lo sepasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora