52.- Como el agua y el aceite

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"Qué difícil es aceptar que tengo miedo a todo

qué difícil es reconocerlo en su forma y modo

qué difícil es intentar ser uno mismo

cuando estás en el abismo de saber

que eres el todo y la nada".

"Como el agua y el aceite" – Melendi (2018).

AMAIA:

Estoy muy nerviosa y tú también lo estás. Los dos somos un manojo de nervios cuando Aritz nos pide que esperemos. Que Mario está con una visita, pero que seguro que está encantado de saber que no hemos rechazado su propuesta. Joder... pues ya podrías contentarte con tus visitas y dejar de dar por culo, que sería el segundo gran favor de tu vida después de tomar la decisión de ver la luz.

—No sé muy bien qué va a querer decirme —me agarras la mano fuerte, como sigas apretando no va a hacer falta ir al hospital para amputar, cariño—. Creo que será mejor que espere fuera...

—Eh —y te tiro de la manga de la camisa—. Siéntate. Si yo tengo que aguantarlo, tú también.

Mi barriga es cada vez más prominente. La acaricio con mimo. Tú no tardas en hacer lo mismo, sé que no hay nada más tranquilizador para ti en el mundo y me gusta que lo hagas. No falta mucho para verle la cara, y si sale a ti, será alguien guapo, con planta. No sé cómo ni por qué, pero lo siento. Sus ojos clavados en mi sien derecha y no tardo en volver la cabeza. No es la imagen que me esperaba en absoluto. ¿Así fui yo también hace una década larga ya? No me acuerdo de mucho de aquellos días... o quizás no quiero recordarlo. Quién sabe.

Noto como me sudan las manos y Alfred me ayuda a levantarme. Él tampoco está preparado para esto. ¿Acaso es normal que tu ex marido te quiera ver con tu nueva pareja y máxime cuando todo ha terminado en medio de un juzgado? Joder, Mario. Empiezo a sentir incluso un poco de pena por ti. Estás gordo. Veo que la rutina física todavía no tiene cabida en tu vida, tienes ojeras, cara de cansancio. Barba un poco descuidada. No está siendo nada fácil, la cara de Aritz me lo confirma.

Y llega el momento que me he preparado mentalmente pero no sé qué va a pasar. ¿Te doy dos besos, la mano o simplemente estiro la cabeza? Me das un abrazo y dos besos. Yo que tú Aritz le registraría la habitación de arriba abajo porque este guarda algo debajo de la cama. A Alfred le saluda con un abrazo mucho más largo que el mío. Suspira cuando se separan y Alfred me mira con cara de estar siendo abducido por un marciano y no comprender absolutamente nada de lo sucedido. Yo tampoco, si te sirve de consuelo.

Pasamos de largo de la sala de visitas, concurrida a estas horas. No sé dónde vamos, pero intuyo que es algo parecido a un despacho y no me equivoco. La sala de la culpa la denominaba yo. Allí tenías que pronunciar todos los días la realidad de tu vida que eras un adicto en rehabilitación. Y a partir de ahí todo el mundo te soltaba la palmadita en la espalda para acompañarte. Cerré los ojos, me empapé bien del olor y recordé a las seis personas que formábamos aquel grupo. ¿Qué habría sido de ellos? Aritz se sienta con nosotros, nos pregunta si nos importa, niego con la cabeza. Alfred todavía está buscándose para ubicarse.

—Yo... —incluso la voz se te nota cansada, no está siendo un camino de rosas—. Lo siento.

Y te echas a llorar como un niño. Podría darte una palmadita en la espalda, pero no me sale sincero. Yo también lo siento. Porque sé que esta es la fase más jodida. No es fácil sacar la mierda y tener que asumir el daño que has hecho a otros. Aunque quiera no puedo darte esa palmada. Todavía no. Creo que necesitaré mucho tiempo para poder perdonarte de manera sincera. Si bien, si es lo que necesitas oír, lo oirás, aunque sin sentimiento alguno. Alfred está pensativo. Cabizbajo, a punto de llevarse la mano a la ceja. Creo que las cosas intensas últimamente no te van nada bien, cielo. Ya hemos tenido demasiadas sorpresas tú y yo en los últimos meses.

Aunque tú no lo sepasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora