13.- Solamente vos

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"Solamente vos me alivias las penas

siempre que te encuentro se va el dolor

solamente vos, nadie más que vos

trae la alegría a mi corazón".

"Solamente vos" – Coti (2013).

AGONEY:

Se tira en el sofá de mi casa, dónde acude con la excusa de pasar tres días alejada del mundanal ruido hasta retomar su gira en Tenerife. Podría ser verdad si no fuera porque tiene la mirada perdida, ojeras del tamaño de Rusia y China juntas en el mapa del mundo y permanece en silencio que no soy capaz de quebrantar por ninguna parte. No dejo de preguntarme por qué ha elegido mi casa y no la casa de sus padres, pero me imagino que habrá querido evitar el tercer grado de su madre. En realidad no entendía que Mario no estuviera allí, dado que yo había sido su mejor amigo hasta hacía algunos años.

—¿Mario no va a venir? —tiene la mirada perdida, y me recuerda a los momentos después de que la conociera en persona.

—No. Mario no va a venir. O por lo menos a mí no me ha dicho nada.

—Algo grave te debe suceder cuando tu plato todavía está lleno de comida, normalmente tú no comes, devoras. ¿Va todo bien?

—¿Has hablado con Mario?

—No, hace tiempo que no hablamos.

Mario y yo teníamos amigos comunes y tenía noticias de él por esos amigos, pero nuestra relación era seca y distante. Muy fría. Hacía unos años, antes de que yo conociera a Amaia y él pegara el braguetazo de su vida, me debía dinero, que a mí cada vez me hacía más falta pero que nunca aparecía por ninguna parte, hasta que un día apareció con intereses incluidos. Nunca hice preguntas de dónde salió del dinero, pero siempre me olí que en realidad el dinero me lo había devuelto ella en un gesto de generosidad y no me atrevería a decir si de pena. Desde entonces, nuestra relación de amigos era, como digo, distante. Coincidíamos al menos una vez al año cuando él venía a ver a todos los amigos comunes, pero yo siempre tenía alguna excusa para no presentarme.

—¿No sabes nada de Mario?

—¿Has venido a pasar unos días de relax o has venido a preguntarme por él? Mira que me quiero creer el rollo del relax, pero mientes tan mal como el día que te conocí y ya ha pasado suficiente tiempo como para que hubieras aprendido a hacerlo mejor, cielo.

—¿Crees que tengo la mirada triste?

—Creo que estás bastante perdida —y me miró con semblante serio.

Cuando conocí a Amaia, ni siquiera se habían casado. Pero no tuve que hacer demasiadas preguntas para saber ciertas cosas. Tenía la mirada triste, muy triste. Y eso no había cambiado mucho respecto de la mujer que tenía ahora delante de mí. Después de la exposición del primer disco, Amaia se había encerrado mucho en ella misma, incluso su hermano estaba muy preocupado por ella. Cada vez más agobiada, agotada, cansada de tener que poner buena cara ante la prensa y no poder dedicar todo el tiempo del mundo a su piano. Se lo podía notar claramente. Estaba muy perdida. Pero yo intuía que Mario, esta vez, no iba a ser la solución sino seguramente la fuente de todos sus problemas. Había aprendido a conocer a Amaia solo con mirarla, porque era algo más fácil que tener que probar a sacarle las palabras con sacacorchos.

Hace ocho años, era un zombi con patas. Dormía poco, comía menos y no hablaba con nadie. Pero entonces conoció a Mario y ella creía que había levantado cabeza aunque en varias ocasiones, solo con mirarla sinceramente, te dabas cuenta de que tenía sus momentos de ansiedad prolongada que había aprendido a controlar por su cuenta. Yo, por mi parte, siempre pensé que no pegaban ni con cola de contacto. Que como amigos seguramente podrían ir más lejos que como pareja, pero cuál fue mi sorpresa que terminaron casándose. Sólo le pregunté si estaba bien segura y aquello desembocó en una discusión más paternalista que otra cosa, por lo que nunca volví a tocar ese tema delante de ella, pero hoy tenía que ser el día en que volviéramos a hablar de ese tema. Y me daba exactamente igual como se pusiera, me era completamente indiferente.

Aunque tú no lo sepasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora