1.- Al cantar

2.7K 99 16
                                    

"Yo, más yo que nunca,

ni ahora, ni antes, ni después,

un pellizco agudo, atravesándome la piel,

la más tierna caricia,

un beso lento, lengua de miel,

el llanto más amargo,

el alma abierta, la libertad".

"Al cantar" - Amaia Romero (2018).

AMAIA:

Cuando me senté en aquel despacho a examinar a todos los guitarristas que él me había puesto encima de la mesa, quise pegarme un tiro en la sien. Odiaba esa parte de mi trabajo. A mí me gustaba subirme a un escenario y sentir la música, convertirme en una con la música, y aquello no formaba parte del escenario. Cuando me había casado con Mario hacía casi siete años, mi hermano Javier lo había convertido en parte de mi banda. No era un guitarrista brillante, pero era bueno en lo suyo. Y por eso había pasado a encargarse de seleccionar a los músicos que tocarían conmigo. Y eso me tranquilizaba. Porque me dejaba más tiempo para sentirme yo mismo encima de un escenario.

Pero aquella fría mañana de noviembre, había decidido que me dejaba. Que le había llegado una oferta infinitamente mejor y que había llegado el momento de separar nuestros caminos. Un paso más hacia el divorcio. Menos abría los ojos y más claro lo veía. Hacía tiempo que lo nuestro ya no era igual que antes, aunque nos pasáramos todos los días del año juntos, por eso cuando me propuso en sus propias palabras, "liberalizar un poco nuestra relación" y me propuso tener una relación abierta, no me negué.

Pero yo sabía que aquello no era para mí. Que yo era demasiado celosa aunque no quisiera reconocerlo y hablara con total libertad de aquello en muchas entrevistas. Creía en las relaciones abiertas, pero no para mí. Para otros. En el fondo, no le dije que no por miedo a que aquello desencadenara la tormenta perfecta que terminara con nuestra relación. Aunque sabía que él no había perdido el tiempo, yo no había sido capaz de tener algo con nadie más. No me entraba en la cabeza, por eso sólo puse dos normas absurdas: No contarle a la otra parte nada de lo que sucedía mientras no estábamos juntos y, por supuesto, terminar con todo si uno de los dos se enamoraba de otra persona. No podría soportar la idea de que seguía conmigo mientras estaba enamorada de otra. No sería justo para mí ni para él.

Llevaba metida en aquel despacho casi todo el día y todos me desesperaban. El que no era demasiado profesional, apenas sabía dar dos acordes y el que no sabía nada de eso asumía que era un buen modo de empezar subirse a un escenario. Incluso los que me había recomendado mi casa discográfica me aterraron. No sonaban en absoluto a lo que yo quería que sonaran. Así que cuando apareció el último de la lista, un tal Alfred García, se me abrieron los ojos como platos.

Era joven. Demasiado joven. Con el pelo rizado, una chupa de cuero y la funda de la guitarra al hombro. Me miró fijamente y sentí que se me volaban las bragas en aquel preciso instante, me sonrió y le indiqué que tomara asiento. Le seguí mirando detenidamente mientras él solo sonreía. Le debía parecer idiota por completo. Y probablemente era la opción más adecuada, porque no podía parar de observarle de arriba abajo mientras él esperaba que yo iniciara la conversación.

-¿No eres un poco joven para estar aquí? -dije carraspeando varias veces en un intento por no perder la compostura.

-Bueno, en las condiciones no ponía nada de la edad. Llevo tocando la guitarra hace bastantes años. No sé dónde está el problema.

"En que tu voz suena jodidamente seductora y no hablar de esas palitas tan maravillosas", fue todo lo que me atreví a pensar y esperé que no se hubiera notado demasiado la mirada desesperada que le había echado cuando pronunció la última frase.

-¿Cuántos años tienes? -necesitaba saber que no estaba empezando a sentirme atraída por alguien que podría ser mi propio hijo-. Se lo he preguntado a todos.

-No sabía que ibas a medir la destreza por los años. ¿O lo vas a hacer así? -y se inclinó hacia delante, que no se moviera más de dos centímetros porque aquello era electricidad pura y me estaba empezando a sentir demasiado caliente, por no decir demasiado atraída.

Era inconformista, como yo lo había sido en los inicios de mi carrera. Yo tomé casi todas las decisiones con mi hermano bien cerca hasta que el éxito estuvo bien asentado. No podía permitirme que nadie me manejara o que me dijera cómo, cuándo y qué cantar. No. Yo quería mi carrera y supe hacerlo de una manera más o menos adecuada.

-Bueno, comprenderás que necesito saber qué puedes hacer este trabajo sin problemas. No te voy a engañar -y lo miré fijamente mientras él sonreía-, no quiero un músico que no sepa dar más de dos notas seguidas, que a las dos semanas de estar fuera de casa diga que quiere volver porque echa de menos a su mamá -esperaba que con esto le hubiera quedado claro que no quería personas quejicas-, que sepa aguantar la presión, ¿me entiendes, no?

-Más o menos. Pero, ¿no quieres un esclavo, verdad? -no sé qué había entendido exactamente de mis palabras, pero a juzgar por lo que había dicho entre poco y nada.

-Quiero el mejor guitarrista. ¿Eres tú el mejor guitarrista? -quería terminar con aquello cuando antes y montarme en el tren camino de mi casa de nuevo.

-Sí -lo soltó con total aire de superioridad-, puedo adaptarme a ti. Y también puedes estar tranquila, no me voy a querer largar a los dos días, no he venido hasta Madrid hoy para decirte que me des la oportunidad y largarme enseguida. Yo no soy así.

Tras arreglar los asuntos pertinentes, me despedí de él con un apretón de manos. Eran suaves, a pesar de que yo esperaba unas manos callosas de tocar, no. Las tenía suaves, parecían balsas de aceite. Y aquello me sorprendió. Decidí que cuando llegara a casa iba a tener que buscar mucha más información de aquel chico. Porque no me creía que supiera tanto cómo dejaba caer. Seguro que solo era un fantasma del tres al cuarto que pensaba que saber tocar un par de acordes le hacía ser una estrella de la música.

Llamé a mi hermano y le puse al día. Le dije que había elegido justo al último de la lista, me sorprendió diciendo que era él que esperaba que seleccionase. Joven, pero buen músico. Mi hermano sabía bien lo que había en esa lista porque me confesó mientras yo volvía a mi casa en Barcelona que se había encargado personalmente de seleccionar a todas las personas que aparecían en aquel listado. No quise entretenerle mucho, porque sabía que le gustaba hablar cara a cara, así que quedamos en vernos dos días después.

Por supuesto aunque mi hermano estuviera al tanto de mis problemas matrimoniales, ni de coña pensaba decirle que aquel chico había despertado una serie de instintos en mí que yo ya creía apagados. Porque mi hermano era mi hermano y solía hacer preguntas para después hacer chistes malos con su humor ácido y negro. Pero era mi hermano a fin de cuentas. Y yo no podía sacarme de la cabeza a aquel chico.

Aunque tú no lo sepasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora