59.- Aunque tú no lo sepas

2K 138 45
                                    

"Aunque tú no lo sepas, me he acostado a tu espalda

y mi cama se queja fría cuando te marchas

he blindado mi puerta y al llegar la mañana

no me di ni cuenta, de que ya nunca estabas".

"Aunque tú no lo sepas" – Enrique Urquijo (1998).

ALFRED:

Mi pierna, en la que permanece sentada Mireia, sube y baja rítmicamente. Sé que es un buen método para darle de comer. Y lo consigo. Se termina el potito y no derramamos medio tarro como suele ser costumbre. Estoy un poco asustado, estamos esperando a nuestros padres para decirles que nos vamos a casar. Así, sin pensar como dirían ellos. Pero estoy seguro de que entenderán que es una decisión meditada. ¿No es suficiente con haber comprado una casa a medias? ¿O es que una hija no es síntoma de que algo tiene visos de ser duradero?

—¿Quién es la chica que yo más quiero? —pregunto mientras te limpio los restos de ese potito que acabas de devorar y me señalas con el dedo—. Tú eres mi chica favorita, Mireia, siempre tú. Pero no se lo digas a mamá, podría ponerse celosa.

Mi hija suelta una risita enseñándome sus dientes. Y yo no puedo evitar sonreírme. Yo que nunca me había planteado tener hijos y ahora no sabía vivir sin ella. Cuando oía hablar a mis familiares más cercanos sobre la experiencia de tener hijos era como si me estuvieran contando la mentira más grande del mundo cuando decían aquello de: "Uno no sabe lo verdaderamente importante de la vida hasta que tiene un hijo". Pues bien, era verdad. Todo mi mundo se había trastocado. Lo que antes era un sinfín de notas musicales, ahora era un paraíso de chupetes. Te dejo sentada en la trona y siento la mano de Amaia resbalando sobre mi nuca, de forma mágica, como siempre. Consigue erizarme hasta el último pelo de mi cuerpo.

—Mamá no podría ponerse celosa de ti nunca, cariño. ¿O tengo motivos para hacerlo?

Me lo pregunta mientras se coloca toda su cabellera hacia un lado, y se muerde el labio. Ay, Amaia... no deberías hacer esas cosas delante de nuestra niña, tan pequeña y tan infante, que luego va a hacer de mayor demasiadas preguntas. Sonrío. Suena el timbre, acudes a abrir y sé que ya no hay marcha atrás. Ya hemos iniciado esta mañana el expediente, estando tu abogado delante como testigo. Aunque tratamos de concertar cita nos dicen que va para largo, así que tu abogado nos recomienda otra opción. Que lo hagamos en el Ayuntamiento. Estamos a lunes, y nos vamos a casar el sábado. Así, para qué nadie se pueda echar atrás. Mis padres me matan con la de familia que tengo que invitar... aunque queremos algo íntimo.

—Tenemos que contaros algo —digo entrelazando tu mano con la mía por debajo de la mesa, me siento extraño soltando esta bomba.

—¡No me digas hija que vuelves a estar embarazada! Entre niño y niño, un poco de tiempo, cariño, ya sabes que...

—Mamá —noto como pone los ojos en blanco—. Claro que no estoy embarazada. Pero si tiene que pasar, habrá pasado. Pero no es eso lo que queremos contaros.

Siento como tu abuela me mira fijamente. Ella ya lo sabe. No me mira así por nada, la última vez que me miró de esa manera, brindo por la vida, por el futuro. ¿De verdad que no has pensado en que monte un consultorio o algo parecido? Creo que su poder está muy desaprovechado. Niego con la cabeza y ella asiente, cerrando los ojos, dejándose llevar por la situación. Me río, y vuelvo a pensar en algo que siempre recuerdo cuando me levanto por las mañanas: Que el amor y la música siempre ganan. No importa si tardan mucho o poco, pero siempre terminan saliendo con la victoria debajo del brazo.

Aunque tú no lo sepasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora