49.- Frío

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"Las olas rompen el castillo de arena,

la ceremonia de la desolación

soy un extraño en el paraíso

soy el juguete de la desilusión

estoy ardiendo y siento frío".

"Frío" – Alarma! (1985).

ALFRED:

Aquella mujer sale de allí con gesto apesadumbrado, despidiéndose educadamente a lo que respondo alzando las cejas en señal de disculpa y despedida. Amaia está que se sube por las paredes, pero me pide que la acompañe hacia un garito de mala muerte en plena ciudad. Joder, Amaia, no sé cómo te he podido hacer caso. Máxime sabiendo dónde me estabas a punto de meter. No me cuentas qué buscamos, ni qué cojones estamos haciendo aquí. Pero terminamos por llegar al bar donde trabaja Ricky. Y ahora sí que ya mis neuronas no son capaces de hilar fino. La agarro de la muñeca antes de que crucemos la puerta.

—¿Me has sacado de casa a más de las dos de la mañana para traerme aquí?

—Necesito ver una cosa —me dices totalmente decidida y no me das tiempo a decirte nada porque me introduces en aquel sitio hasta los topes de gente.

No tardas demasiado en divisar tu objetivo, pero no nos movemos de la barra. Debemos parecer dos gilipollas de dimensiones épicas. No sé si sería el momento adecuado de preguntar por Ricky pero cansado de que todas tus respuestas sean evasivas, finalmente lo hago. No tarda mucho en aparecer por allí.

—Eh —choca mi mano—. ¿Qué pasa contigo? Soy Ricky Merino.

Amaia levanta la cabeza veloz al escucharte. Y tú te sorprendes. Ya te había dicho tío, que era de otro planeta. Se queda callada, sé que está a punto de hacerte muchas preguntas que tratará de concentrar en que su primera idea no salga disparada por su boca, falla.

—¿Ricardo Urdiales?

—No, Ricky Merino —dices con tono pausado y lleno de comprensión—. Cielo, mejor de lo que este pillín me había dicho.

—No, no. No vayas por ahí. Tu madre es...

Antes de que me quiera dar cuenta estamos en el callejón de la parte trasera del garito. Lo conozco porque ahí siempre hemos hecho migas el grupo de amigos con él cuando cerraba y nos tomábamos la última esperando a que se nos pasara la mona. Pero él parece que no está nada contento con lo que ibas a soltar por la boca. Estamos allí parados, mirándonos como tontos. Me siento tan imbécil... y tengo un sueño que me voy a caer en cualquier momento.

—¿Le conoces? —lo señala y me mira—. Claro que le tienes que conocer.

—¡Claro que le conozco, te he hablado mil veces de él!

—Pues se le ha olvidado contarte un pequeño gran detalle.

—No entiendo nada de lo que está pasando.

Él me mira y a partir de ese instante sé que Amaia le ha cazado al vuelo. Y que es verdad que hay algo que no me ha contado porque trata de volver dentro, hasta que Amaia le impide el paso y le persigue, literalmente, hasta la esquina trayéndole de vuelta. Yo sigo en el mismo sitio pensando que esto es una mala pesadilla de la que me voy a despertar cuando Amaia se remueva entre las sábanas y me dé una patada o algo parecido.

Aunque tú no lo sepasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora