21.- Con las ganas

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"Finjo que no sé y que no has sabido

finjo que no me gusta estar contigo,

y al perderme entre mis dedos,

te recuerdo sin esfuerzo,

me moriré de ganas de decirte

que te voy a echar de menos".

"Con las ganas" - Zahara (2009).

AMAIA: 

La rutina de mi vida: Levantarme, ducharme, desayunar, tratar de componer, desesperarme, tener pensamientos repetitivos, comer, buscar respuestas a preguntas inconexas entre sí o a las que yo no puedo responder, volver a tratar de componer, perder la paciencia, cenar y dormir, bueno más bien tratar de hacerlo. Toda mi vida se reduce a tres estancias: Mi habitación, la cocina o el salón y el estudio de grabación. Los días que tengo consulta, a todo lo anterior, añadir ir a consulta en medio de alguna de las partes.

Ir a consulta me resultaba duro, porque no me estaba abriendo todo lo rápido y veloz que me gustaría, aunque yo nunca había sido de darme prisa en casi nada en mi vida, excepto en cometer errores, ahí era toda una reina y señora. A pesar de que yo creía que era la decisión correcta, las palabras de Mario sobre lo que sucedía con Alfred no paraban de darme vueltas por la cabeza, quizás tratando de buscar una respuesta que no tenía, pero que buscaba inconscientemente en hechos pasados. Por las noches, había vuelto a tener la misma pesadilla una y otra vez: Alfred me abandonaba en medio de la noche después de acostarme con él por primera vez para jactarse después públicamente de lo que había pasado.

Por supuesto, eso me lo guardaba para mí. No lo había comentado en la consulta. No me sentía preparada para abrir otro agujero negro, ahora estábamos trabajando sobre dos puntos: lo que pasaba si no era un divorcio tranquilo —cómo mi abogado preveía a razón de los hechos que teníamos encima de la mesa— y cómo debía empezar a abrirme a otras personas que no conocieran mis problemas. Alfred, el primero. Y aunque yo siempre prometía que del segundo tema avanzaríamos para la siguiente sesión, llevaba estancada en la misma situación mucho tiempo. Quería abrirme, pero no sabía cómo. Porque temía ser juzgada con severidad.

Aquella tarde, la tenía libre y había decidido cambiar mi rutina. Me senté a ver una película en el sofá. Le echaba de menos, no podía negarlo. Estuve tentada de llamarle varias veces después de haber rechazado su oferta el día antes de ir a su concierto en El Prat, pero en realidad el asunto era un poco más peliagudo que echarle de menos para ver una simple película.

Yo, cotilla por naturaleza, sabía que el concierto se había movido muy bien por redes sociales. No recuerdo el nombre exacto, pero había llegado en algún momento a ser un tema del momento, no en vano me jodía porque aparecía como "el guitarrista de Amaia Romero", y no. Era verdad que era mi guitarrista, pero no era de mi propiedad. Aunque en una parte sí, porque por fin dio un paso adelante sobre la oferta del disco y decidió aceptarlo, solo puso dos condiciones: tomarse el tiempo necesario y libertad total. No hizo falta discutir más, pensaba dárselas sin rechistar. Sabía lo que podía salir de su cabeza si las cosas iban cómo él quería, lo había visto. Lo conocía bien.

Habían aparecido unas fotos, unas cuantas horas después del concierto, dónde aparecía sentado en una mesa con una chica, y ella parecía tirarle la caña con insistencia. Él parecía desesperado por salir de allí, pero en algún momento de la secuencia, él se acerca y parece contarle algo muy cerca del oído. ¡Estaba celosa, maldita sea! Y lo peor de todo era que no tenía motivos, porque ni siquiera éramos pareja, pero estaba celosa. Si mi madre me hubiera visto en ese estado, me habría dicho su frase estrella: "No puedes estar celosa de alguien con quién no compartes nada en tu vida". Y maldita fueras tú también, mamá. ¿Por qué habías tenido que soltarme aquello cuando era más joven? ¡Ahora no podía dejar de comerme la cabeza con las fotos!

Aunque tú no lo sepasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora