55.- Canción de cuna

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"Nunca nadie me dio tanta luz,

para nadie fui tan importante,

nunca quise ver tan lejos al dolor

con verte crecer tengo bastante,

dientes asomando y dibujos en la piel

todas las mañanas mi motor vos encendés".

"Canción de cuna" – Los Piojos (2003).

ALFRED:

"Cuando tengas a tu hija en brazos, sabrás que es para toda la vida. No importa el tiempo que pase, ni lo mayor que sea, que seguirá siendo para siempre". Cierro los ojos después de cogerte en brazos por primera vez. Suspiro recordando las palabras de mi abuelo. Su predicción se había cumplido y la de tu bisabuela Amapola también. Ya los conocerás, son... particulares, sí, esa es la palabra más adecuada que encuentro. Me noto rígido, torpe, con movimientos casi erráticos. Tengo miedo de que te caigas, lo reconozco. Pequeña y gigante Mireia. Mi regalo de aniversario más preciado. Tú todavía no lo sabes, pero ahora eres todo nuestro centro. Todo pivota a tu alrededor.

Me sorprendo cuando abres los ojos y te me quedas mirando con esas orbes grandes y curiosas. Me siento al lado de mamá mientras terminan de prepararla para volver a la habitación. Tal y como había imaginado, tan guapa como ella. Noto como los dos estamos sumamente emocionados. Nos has hecho tan dichosos con tu llegada, me siento tan gigante y tan pequeño a la vez, seguro que a mamá le pasa lo mismo.

—Alfred —oigo a mamá que me saca de mis pensamientos—, ¿está todo bien?

—Sí, mira que hija más guapa tenemos —te destapo las manos y los pies—, con diez dedos en las manos y otros diez en los pies. Ya te dije que iba a ser tan guapa como tú.

Siento como la adrenalina recupera su ritmo normal. Mi latido se acompasa a la tranquilidad de estos minutos antes de volver a la habitación. Me siento en un mar de tranquilidad. Con las dos mujeres más importantes de mi vida. Siento como la mano de Amaia se posa casi sobre mis ojos y me seca unas lágrimas silenciosas que corren sin que yo sea consciente de ello, me pide tranquilidad y le digo que lo estoy pero que a la vez no puedo dejar de sentir la emoción de saber que lo hemos conseguido. Lloro como un niño pequeño y no me da vergüenza hacerlo en público. Quiero que mi hija no tenga reparos en mostrar sus emociones, le digan lo que le digan...

—Es hora de volver a la habitación —le oigo a un celador que se apoya sobre el cabecero de la cama—. Es una niña muy guapa, enhorabuena.

Me sonrío. ¿Lo ves, Amaia? Yo no te miento nunca, y si te cuento alguna mentira piadosa es... bueno, es porque no quiero que lo pases mal en la vida. Vuelvo a dejar a nuestro mayor tesoro sobre tu pecho, mientras te agarro la mano en el camino de vuelta hacia la habitación. Me siento como un niño pequeño, ahora somos una verdadera familia. Ahora ya tenemos algo que nos unirá por toda la vida, no importa si peleamos, si nos separamos, si todo se cae y se rompe, Mireia será siempre nuestro mayor tesoro y el mejor recuerdo que tendremos el uno del otro. Y no sabes lo agradecido que voy a estar hasta el día final de mi vida.

Todos nos felicitan por la llegada de Mireia. Tu abuela te dice algo que te hace sonreír tanto que pienso que se te va a desencajar la mandíbula pero comprendo lo que ha querido decir cuando me dice que ella siempre supo. Imagino que si tenemos más hijos, le podremos pedir consejo para el nombre. Pero hay una parte de mí que teme algo, no sé si voy a saber cuidar de mi hija de manera adecuada, tampoco sé si lo voy a hacer tal y como esperas, pero me consuela saber algo: que vas a estar a mi lado para decirme lo que está bien y lo que está mal y con eso me resulta suficiente. Sé que si caemos, lo haremos juntos para volver a levantarnos y, ante todo, tratando de ser unos buenos padres.

Aunque tú no lo sepasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora