18.- Alguien

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"Cada noche de este viaje,

que parece no terminar,

te vuelvo a soñar,

¿será una obsesión, será la ansiedad?

será que no lo quiero evitar".

"Alguien" – Abel Pintos (2017).

ALFRED:

Jugueteo nervioso con mis manos, las entierro en la arena, hasta que mi atención vuelve sobre la pulsera que me regaló por mi vigésimo cumpleaños. Hacía casi siete meses de ese regalo. Es roja. Parecida a esa leyenda de que todos estamos unidos al amor de nuestra vida por un imperceptible hilo rojo. Me fijo en su muñeca, ella también la lleva. ¿Será Amaia la otra mitad de ese hilo pero todavía no estoy preparado para asumir que es mi persona, mi alguien?

Nos volvemos al hotel cuando ella decide que es el momento, tira de mí, caminamos por la calle como dos verdaderos extraños. Ella iba en silencio pensando en qué me pasaba, lo podía intuir; yo no podía sacarme de la cabeza la imagen de su marido en el baño, follando con otra. La había sacado de allí antes de que abriera la puerta y se encontrara con aquello en toda la cara, pero mi cara me delataba. Algo pasaba, y no era nada bueno.

Tenía que contárselo, pero no sabía cómo hacerlo. Era la primera vez que me pasaba algo así. Por eso cuando me vi en el espejo del ascensor en el que subíamos hasta nuestras habitaciones, me di cuenta de por qué ella estaba tan preocupada: tenía la cara totalmente descompuesta. Pálido como la leche, con la mirada muy perdida. Pensé que si el asunto era complicado de afrontar para mí, no era capaz de pensar en cómo se lo podía tomar ella. No podía imaginar la cara que se le iba a quedar si después de la última vez que me había preguntado qué me pasaba le hubiera soltado con todo mi corazón: "He pillado a tu marido follando con otra esta noche". Seguramente me diría que era gilipollas y me cruzaría la cara. Lo entendía.

Su habitación estaba al lado de la mía, pared con pared, como era costumbre en toda la gira. No había terminado de meter la tarjeta en la ranura de acceso a mi habitación, cuando entrelazó sus dedos entre los míos y tiró de mí hacia su cuarto. Me sudaban las manos, estaba muy nervioso. No lo percibí como una tentación, aunque en otro momento lo hubiera sido, solo era capaz de pensar en la imagen del baño. Con él viéndome, mirándome fijamente, sonriendo de oreja a oreja mientras aquella chica se movía encima de él y él solamente la sujetaba por la cadera. Era como si me estuviera diciendo en medio de aquella sonrisa: "Sé que te has intentado follar a mi mujer, ojo por ojo". Recé para que no tuviera nada que ver con eso, porque entonces sería todavía más cruel pensar en lo que había pasado y no sentirme culpable, no por lo que no había pasado hacía una semana, sino por los cuernos que tenía Amaia en la cabeza.

Me quedo parado en medio de la habitación, inmóvil. Estoy nervioso porque su marido puede aparecer en cualquier momento, pero parece haberse dado cuenta de mis dudas cuando me lo suelta de improvisto.

—Tranquilo, Mario no va a venir esta noche. No compartimos habitación.

No digo nada. La miro fijamente mientras se acerca hasta su maleta, saca un pequeño frasco lleno de píldoras, y antes de que se la lleve a la boca, ya sé que pastillas son. Medicación para la ansiedad, y comencé a sentirme mal. Otra vez la presión en el pecho. Sentí pena de la situación, más por ella que por mí. Volvió hacia su maleta otra vez, tras dejar el bote en la mesilla de noche, y me doy cuenta de que quizás me deba ir, pero soy incapaz de moverme.

Aunque tú no lo sepasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora