20.- No

1.7K 126 42
                                    

"No, no intentes disculparte,

no juegues a insistir,

las excusas ya existían antes de ti;

no, no me mires como antes,

no hables en plural,

la retórica es tu arma más letal".

"No" – Shakira (2005).

MARIO:

Mi odio hacia él era exponencialmente más alto cada día que pasaba. Estaba cansado de tenerle metido en casa a todas horas. Que si he visto una película que tenemos que ver por aquí, que si escucha este disco que te va a gustar por allí, que si mi mejor amiga me ha dicho que el último concierto que diste le encantó más allá. Estaba harto. Me hervía la sangre. Y lo peor era que Amaia no hacía ademán alguno de pararle los pies en ningún momento y, sinceramente, aquello me molestaba de sobremanera. Una cosa era tener una relación abierta y otra cosa era tontear con aquel gilipollas delante de mí. Amaia cambiaba radicalmente cuando él estaba delante, que si una sonrisa aquí, una carantoña allí. Conmigo esas cosas nunca habían existido, yo siempre había estado en un más que segundón plano. Y me había resignado a eso. Pero él no. Él estaba presente. En todas las entrevistas, en casi todas las fotos de la gira, era insoportable.

Siempre que estábamos juntos, el silencio reinaba. Hacía más de una semana del último concierto y solo la quedaba una semana por delante para largarse por más de seis meses en una gira eterna, ¡en la que yo no iba a estar a pesar de todo! Peleé contra viento y marea, pero ella y su hermano fueron tajantes, mi tiempo en la banda, se había terminado. No me necesitaban. ¿Quiénes se creían que eran? ¿La última Coca Cola del desierto? ¡Por favor, malditos niños malcriados! Pero aquella noche el silencio solo se había roto para decirme que me esperaba en el estudio de grabación, que teníamos que hablar de algo muy importante. No quería imaginar que fuera a ser esa conversación, ni quería, ni podía.

Mientras caminaba hacia allí pensaba seriamente en qué cojones iba a decir si me pedía el divorcio. Yo no quería divorciarme porque eso suponía perder a la gallina de los huevos de oro, en algún momento nos habíamos querido, a nuestra manera, pero ahora solo manteníamos las apariencias y, cualquiera que nos conociera, lo sabía. No me había dado tiempo a entornar más que unos pocos centímetros cuando su voz sombría me hizo partícipe de que sabía que estaba allí: "Pasa y cierra la puerta".

Traté de sentarme en aquel enorme sofá cerca de ella, pero mantuvo las distancias. Prudenciales, pero distancias al fin y al cabo. Me sentía un extraño en mi propia casa. Desde que habíamos vuelto de Tenerife todo había sido demasiado sombrío. Como si la luz en esa casa solo fuese el imbécil de Alfred. Estaba harto de aquel nombre. Cualquier persona que entrara en casa, lo mencionaba y a ella se le iluminaba la cara. ¡Por no hablar de cómo le miraba! A mí jamás en la vida me había mirado así. Ni siquiera en los primeros meses de matrimonio.

Permanece en silencio hasta que me mira, y me doy cuenta de que hoy es el día de la conversación definitiva. Que ya no podemos aplazarla más, que no voy a poder evitarla más. Porque en los últimos meses creo que ha estado tentada varias veces en esa conversación, pero siempre conseguía escabullirme y que nunca llegara a producirse. Mi suerte se había terminado. Aquí y ahora.

—No te voy a mentir, me he planteado esta conversación miles de veces. En mi cabeza todos los días en mucho tiempo, pero nunca me atrevía. No sé si estas son las palabras apropiadas, pero son las mejores que he encontrado.

Aunque tú no lo sepasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora