8.- Flaca

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"Entre no me olvides,

me dejé nuestros abriles

olvidados en el fondo del placard,

en el cuarto de invitados,

eran tiempos dorados, un pasado mejor".

"Flaca" – Andrés Calamaro (1997). 

MARIO: 

Los tiempos dorados de nuestro matrimonio habían pasado antes incluso casi de lo esperado. Podría decirse que a pesar de todos los años que llevábamos casados, nos habíamos convertido en dos verdaderos desconocidos. Y aquello me motivó también a tomar la decisión de dejarla, pedirle una relación abierta y largarme a buscar nuevas experiencias musicales, pero la experiencia había sido desastrosa.

Educadamente, el manager del cantante para el que trabajaba me hizo saber que "se te agradecen los servicios pero no contamos contigo para la próxima gira". Había durado apenas tres meses mi aventura en solitario. Y ahora me debatía entre si volver arrastrándome a su banda o buscarme las habichuelas.

Nos habíamos casado demasiado jóvenes, de manera inesperada. Casi sin pensarlo y eso traía consecuencias. Porque aquello había funcionado relativamente bien los dos primeros años. Luego había sido la monotonía más inesperada, porque yo no me esperaba un matrimonio así y creo que ella tampoco, aunque para ser realistas nunca me había sentado en el sofá de casa y le había preguntado: "Cariño, ¿crees que nuestro matrimonio es monótono?".

Pensé, mientras esperaba las maletas en el aeropuerto que ella recordaría que hoy volvía de gira tal y como le había recordado varias veces en los mensajes de móvil que habíamos intercambiado en las últimas semanas, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando no estaba allí esperándome. Ella había prometido que estaría, pero tampoco le di demasiada importancia, seguramente estaría en casa o se habría olvidado por completo. Amaia nunca había sido demasiado detallista.

Saqué las llaves de mi bolsillo izquierdo después de pagar religiosamente al taxista el viaje, pero en casa tampoco estaba. Solo una nota pegada en el frigorífico me hacía partícipe de sus planes. "No me esperes despierto, tengo planes". Ni una sola palabra más. Yo no me consideraba un tipo celoso, pero ¿qué mejores planes puedes tener que ir a recibir a tu marido al aeropuerto? Joder.

Esperé despierto a que llegara y lo hizo a las tres de la mañana. O eso me pareció ver en el reloj de la cocina. Me saludó poco efusiva, aunque ella era poco dada a las demostraciones de amor. Por supuesto, pensé que tendríamos sexo aquella noche, pero aquello fue otro tema. Nada de nada. Me dijo que estaba muy cansada, lo cual me sorprendió porque los dos éramos demasiado pasionales como para pasar sin sexo más de una semana, pero decidí no insistir.

Tampoco podía preguntar nada sobre todo lo que acontecía fuera de nuestro matrimonio, si había tenido demasiado sexo o no, ¡malditas reglas! Yo sabía que la conversación sobre mi futuro no se iba a hacer esperar, porque seguramente ella ya estaba al tanto. Aún así, decidí postergar la conversación hasta el día siguiente.

Cuando hice acto de presencia por la cocina, solo hubo un beso de buenos días en la mejilla. ¿Qué se suponía que estaba pasando? Desde que habíamos decidido tener una relación abierta, estaba demasiado cambiada. Y yo no entendía nada, porque había sido una decisión conjunta.

—¿Ayer lo pasaste bien?

—Sí, perdona por no irte a buscar al aeropuerto, pero no podía cancelar mis planes. Los había programado con mucha antelación.

—Tranquila, está todo bien.

—¿Qué tal fue el viaje?

—Normal. Largo como todos los viajes en los que cruzas un océano.

Silencio. Que se había convertido en algo habitual, incluso en nuestras conversaciones telefónicas, siempre la pillaba en mal momento. Era un hecho que no pasábamos por nuestro mejor momento.

—Me han dicho que tu nuevo guitarrista es bueno.

—No. No es bueno, es muy bueno —y me clavó su mirada.

—Entonces tendrás un buen show.

—Sí, estoy segura de ello. Te lo debería presentar, pero es muy especial.

—¿Cómo de especial?

—Le cuesta mucho abrirse con la gente. Pero es de otro planeta. Brutal.

Aquella conversación me estaba dejando claro que no se me podía ocurrir pedirle volver, lo primero porque era asumir que había fracasado y lo segundo porque estaba encantada con aquel chico. Sus músicos me habían comentado algo sobre sus rarezas, pero que era muy profesional. Eso me generaba sentimientos contradictorios sobre mi futuro. Me miraba, no dejaba de hacerlo, como si ya conociera la pregunta que le iba a hacer.

—La respuesta a tu pregunta es no.

—Ni siquiera sabes qué voy a preguntarte.

—Por el cambio climático seguro que no.

—Entonces, ¿qué se supone que voy a preguntarte?

—Si puedes volver a la banda, y mi respuesta es no.

Aquello me dolió, no voy a negarlo. Le había dedicado ocho años de mi vida a tocar en su banda, a seleccionar lo mejor para ella y ahora resulta que no podía volver. Me jodía, pero lo había asumido cuando varios músicos me dijeron que parecía tener una magia especial con aquel chico, que cada vez compartían más tiempo juntos, pero no estaba celoso. Yo había tomado mi decisión y tenía que cargar con las consecuencias.

—Quizás para la próxima gira, ¿no? —dije sonriéndola.

—Tampoco.

Podría pensar que era una broma de mal gusto, pero su seriedad no me hacía pensar que lo fuera, sino todo lo contrario, que estaba hablando más en serio que nunca. Aguardé en silencio por si quería apostillar algo más.

—Pero... —traté de hablar.

—No hay peros. Basta. Ya está. Tú decidiste irte. Ahora asume las consecuencias. La vida sigue para todos, y a veces las cosas no salen como uno las planea. No quiero volver a hablar de este tema. Si tienes que volver en un futuro, volverás pero no será porque yo lo decida.

—¿Qué quieres decir con eso de que no serás tú la que lo decida?

—Que, aunque yo forme parte de la decisión, tengo que consultarlo con otras personas. Somos una banda. Y estamos juntos en lo bueno y en lo malo. Tú abandonaste el barco, y nos dejaste a todos, así que todos debemos participar de determinadas decisiones.

Por supuesto acabé de morros todo el día. Me estaba costando aceptar que aquel chico me hubiera cerrado las puertas aunque, si me paraba a pensarlo, era ella la que no me estaba permitiendo volver. Decidí esperar al día siguiente para tranquilizar los ánimos, dado que a pesar de que eran tres días los que iba a estar con ella en casa porque ella se iba de gira apenas se dejaba ver.

—Respecto de lo de ayer... —comencé diciendo.

—Respecto de lo de ayer, ya hablamos todo lo que había que hablar.

—Yo creo que no.

—Yo creo que sí.

—Me parece que no me expliqué bien.

—Te explicaste perfectamente. Pensaste que si te iban mal las cosas podrías volver aquí y después de rogar un poco conseguirías que yo echara a un guitarrista para que tú pudieras volver. Pero no, Mario, las cosas no son así. Cuando te haces mayor, tomas decisiones. Y las decisiones tienen consecuencias.

Se levantó y se fue, sin dejarme terminar la frase que tenía en mente. Sí, definitivamente, nuestros mejores momentos se habían evaporado para siempre. 

Aunque tú no lo sepasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora