36.- Demons

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"Quiero esconder la verdad,

quiero protegerte,

pero con la bestia dentro,

no hay ningún lugar en el que podamos escondernos".

"Demons" – Imagine Dragons (2012).

AMAIA:

Me levanto enfadada de la comida, después de soltarte gritando como una loca que si te he ocultado todo lo que ahora sabes ha sido para protegerte y que no sufrieras más de la cuenta. Llevas agobiándome tres días, joder, mamá, un poco de comprensión. Que si para ti esto es complicado, para mí es un mundo aparte. Salgo corriendo, y Alfred detrás de mí, hasta que me paro en medio de la playa... estoy muy perdida, me siento así.

—Sí, definitivamente eres una caja de sorpresas —me dices en tono tranquilo.

—No es el momento para hacer bromas.

—No es una broma. Pero no pensé que no se lo hubieras contado por eso.

—Entonces, ¿por qué no se lo iba a contar?

—Porque te da miedo lo que pudiera haber pensado de ti.

A veces me molesta cuando eres tan directo conmigo. Porque parece que no tienes filtro, y me asustas seriamente. Aunque luego pienso en mí y veo que somos un tándem perfecto, los dos sin filtros, con faldas y a lo loco que diría mi abuela.

—Ella está siendo injusta conmigo.

—Ella es tu madre y las madres son así.

—¿Tú madre es así contigo?

—Sí. La primera vez creí que me iba a poner una bola y una cadena al tobillo cuando me agarré a la pata de la cama hace muchos años para no ir al médico por la ansiedad. Por suerte, no hizo falta cortar la pata de la cama —y me reí fuertemente—, porque lo hubiera llegado a hacer si hubiera sido necesario. Hay cosas que llevan su tiempo...

Vi a lo lejos aparecer a mi padre. Mi madre nos miraba furtivamente desde el hotel, lo sabía porque su mirada tenía otro poder sobrehumano sobre mí, la sentía respirando en mi nuca a pesar de la distancia que pudiera haber entre nosotras. No me hizo falta decirte nada, porque nos dejaste solos cuando mi padre se sentó en la tumbona enfrente de mí. Me sentía nerviosa, porque mi padre siempre había sido mano blanda en comparación con mi madre y ahora no sabía qué podía esperar.

—¿Por qué no volvemos para comer, cariño?

—No. Primero tendrá que disculparse.

—Amaia... —y me empecé a sentir realmente mal por ese tono de grandilocuencia que los padres emplean a veces cuando creen saberlo todo y, por lo general, terminan teniendo razón—. Tienes que hablar con mamá.

—¡No, no, no! Las cosas no funcionan así.

—No estás en posición de exigir nada ahora mismo con ella.

Y, por mucho que me costara reconocerlo, tenía razón. Después de haber permanecido una década custodiando mis demonios podía pedir muchas cosas a quién los conociera por primera vez, pero no a mi madre. A ella, no. Lo único que estaba tratando de hacer, inexplicablemente, era huir de todas las explicaciones que ella podía necesitar. Porque por más que Javier la hubiera puesto al tanto de todo, como sabía que ya habría hecho antes incluso de descolgar el teléfono en su llegada a Barcelona, las necesitaba escuchar de mi propia boca. Y aquello era de todo menos un trago fácil.

Aunque tú no lo sepasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora