40.- A song for you

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"Me enseñaste valiosos secretos sobre la verdad sin guardarte nada,

tú diste la cara y bueno, cariño, yo me escondía

pero ahora soy mucho mejor y si mis palabras no surten efecto

escucha mi melodía porque es ahí dónde mi amor se esconde,

te amo allí dónde no existe ni espacio ni tiempo

te amaré toda mi vida".

"A song for you" – Amy Winehouse (2011).

AMAIA:

No elegí Barcelona como ciudad para vivir una vez que todo despegó por una casualidad, no. Y tampoco me compré la casa en la que vivía por algo casual. Estaba lejos de parecerse a algo de eso. Me gustaba el mar, me daba tranquilidad. Y había aprendido a sobrellevar el hecho de pasar por ciudades con mar y apenas tener tiempo para pisar la playa, por eso cuando les propuse a Alfred y a sus padres ir hasta la playa en Uruguay, dónde estábamos, nadie me lo negó. Me sentí como una niña con zapatos nuevos, a pesar de me pasé toda la tarde en la toalla al lado de Alfredo. Me sentía tan cómoda con él, mientras te miraba jugar con tu madre a las palas. Me gustaba todo lo que te rodeaba, y no era únicamente porque me gustaras tú. Me sentía en familia.

—¿Te gusta mucho el mar, verdad? —me pregunta Alfredo sin apartar la vista de las olas mientras vosotros dos estabais a un paso del mar.

—Me encanta el mar. No nací en una ciudad con mar, pero digamos que tengo parte de mi casa al lado del mar.

Aquella playa del barrio de Carrasco, estaba totalmente desierta. Nadie nos molestaba, y aunque un par de personas me habían reconocido habían sido sumamente educadas, cosa que agradecí porque necesitaba tomarme unos días para mí. Llevaba un par de semanas atiborrada de antibióticos, en lo que yo había pensado en un principio que era una gripe hasta que el médico confirmó que no, que era una infección. Me sentía cansada casi todo el día y los últimos conciertos se me estaban haciendo un poco cuesta arriba.

—Llevo preguntándome desde que viniste a casa qué hubiera pasado si Alfred hubiera tomado la decisión incorrecta. ¿No te lo has preguntado nunca?

Guardé silencio por varios minutos. Le había dicho cuando nos montamos en el avión de camino a Estados Unidos desde Barcelona hace más de seis meses que a menudo perdía la cabeza con facilidad en situaciones desesperadas. Y me parecía que había pasado toda una eternidad desde entonces. No me sentía extraña, pero me sentía un poco estúpida por el tiempo que había perdido con Alfred por no saber reaccionar a tiempo y no tomar las decisiones antes.

—Hubiera vuelto a por él. En momentos de desesperación pierdo la cabeza con facilidad —suspiré mirándole—, no me hubiera rendido fácilmente. ¿Es lo normal, no?

—Para él, no —y noté un breve deje de tristeza en su voz.

—¿Para él?

—No lo pasó bien antes de ti. Y cuando te conocí, había algo en ti que me chirriaba. Especialmente el primer día que viniste y lo querías saber todo pero tú no nos contabas nada —me sonreí recordando mis discursos tan atribulados y carentes de sentido con el paso del tiempo—. Aunque entendí lo importante: te importaba. Habías vuelto a por él. Su... bueno, ya sabes —y entendí que se refería a su anterior pareja—, aunque nunca la conocí tanto como a ti siempre supe que nunca iba a volver a por él cuando las cosas se pusieran feas. No digo que no le quisiera, eso no puedo aventurarlo, pero un padre ve cosas. Y trata de aconsejar a su hijo aunque él vaya a pasar de todo lo que yo le diga si no le gusta.

Aunque tú no lo sepasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora