23.- Live forever

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"Tal vez nunca seré

todas las cosas que quiero ser

pero ahora no es tiempo de llorar,

creo que tú eres como yo,

vemos cosas que ellos nunca verán,

tú y yo viviremos por siempre".

"Live forever" – Oasis (1994).

JAVIERA:

Llevaba demasiado cansancio acumulado en el cuerpo. No en vano, había pasado las últimas veinticuatro horas de guardia. Así que ni siquiera reparé en aquel par de coches aparcados a las puertas de casa que no me eran familiares. Estaba totalmente agotada, mental y físicamente, no había sido un día de trabajo fácil, si es que en este trabajo alguna vez los había. Y a eso se le sumaba la preocupación por Amaia. Siguiendo a mi instinto de madre —que, aunque parezca mentira, existe—, había decidido llamar a tu terapeuta con la vaga excusa de que pensaba ir a verla y ella me había dicho que tenía cita con ella, pero no se acordaba exactamente cuándo. Ella, muy risueña, me informó que se veían al menos las tardes de lunes y jueves a partir de las ocho de la tarde. Era una confirmación de que las cosas volvían a ir muy mal para ella.

Por supuesto, no había puesto al corriente a nadie de la familia, sólo una vaga llamada con mi hijo Javier dónde me confirmaba que las cosas con Amaia, estaban en un punto extraño, aunque no fui capaz de sacarle más palabras. No sé si por qué quería protegerla o porque, al igual que yo, era ajeno a lo que la sucedía. Quise pensar que era la segunda, porque Amaia no querría cagarle con el peso de sus problemas. La conocía perfectamente, por eso mi sorpresa fue mayúscula cuando me la encontré sentada en el sofá de casa, hablando tranquilamente con su padre y su hermana.

—¡Mamá, no sabes las ganas que tenía de verte! —dijo lanzándose hacia mí para abrazarme... sí, aquello era normal, pero nunca había sido tan efusiva—. Ahora que ya estamos todos, ¿podemos sentarnos a charlar en la cocina? Tengo que contaros algo.

Caminé hasta la cocina presa del nerviosismo. ¿Nos iba a contar que había vuelto a terapia? No, definitivamente no. Eso podría haberlo hecho por teléfono. Uno no viaja tantos kilómetros para contarte que está trabajando con sus problemas y que ha vuelto a terapia, eso es raro. Así que me abstuve de seguir haciendo preguntas mentales y me crucé de brazos en la silla.

—¿No sería necesario que Javier estuviera aquí? —pregunté.

—No, no lo es. Él se ha enterado esta mañana. Quiero que sepáis que ha sido una decisión muy meditada... muy pensada. Mucho tiempo —lanzó un largo suspiro—: Me estoy divorciando. El abogado ya está trabajando en el asunto.

Su voz no sonó a normalidad, sino totalmente impersonal. Como si aquello no fuese realmente el motivo de sus problemas. Y yo sabía que no lo era. Desde que había venido a casa el día del concierto, con él, sabía que su matrimonio era el menor de sus problemas, aunque ella creyera que era lo más gigante a lo que se enfrentaba. Por supuesto, no hice ningún comentario, al contrario que su hermana.

—Joder, hermanita, has tardado lo tuyo. Me alegro mucho. Ese tío era un verdadero parásito, un chupóptero. ¿Y tú qué tal estás?

—Bien, muy tranquila.

Una no se divorcia y dice que se encuentra bien y muy tranquila. No. Cuando una persona se divorcia no hace eso. Así que entendí que lo único que suponía el divorcio era la constatación efectiva por parte de Amaia del hecho de que aquella unión solo hacía aguas desde hacía muchos años. Me atrevería a decir que desde el día después del sí quiero, pero eso, claro, era demasiado aventurar.

Aunque tú no lo sepasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora