Estoy en el Evergreen Point. Veo el lago Washington como mi único futuro. Mientras me subo a la barandilla, me veo a mí mismo en una serie de pensamientos bastante extensa: yo enlazando mis manos con unas más pequeñas con manchas azules, yo sonriendo, yo acercándome a mí mismo hasta compartir el mismo aire...
Después, veo a la familia de Mayda, desde sus padres hasta sus abuelos. Siento amor por ellos. Vuelvo a la supuesta realidad y cuando bajo la vista, no reconozco mi cuerpo; es un cuerpo femenino. Noto lágrimas en mis mejillas que el viento tira hacia atrás, depositándolas justo en la superficie del puente, donde instantes antes me alzaba de pie.
Suspiro y encuentro en mi interior el valor para precipitarme hacia el agua. Antes de tocar la superficie de esta, me aseguro de no respirar dado a que voy a dejar que el agua inunde mis pulmones. Y así lo hago, respiro tanta agua como puedo hasta que dejo de sentir absolutamente nada, hasta sentir absolutamente toda la oscuridad.
Abro los ojos. Estoy en una habitación desconocida.
Intento incorporarme y siento que la cabeza me da vueltas. Cierro los ojos unos segundos para acostumbrarme y noto que el mareo va disminuyendo. De repente, aprecio un dolor muy fuerte en la nuca y cuando me llevo la mano para intentar tocar la herida, encuentro una venda.
Decido dejar el dolor a un lado y me dedico a examinar la habitación, que gracias al primer vistazo se aprecia que es una estancia muy simple: solo hay una mesita de noche con una lámpara al lado de la cama, un armario y dos puertas, una de ellas con el distintivo de un adhesivo que indica que es un baño.
Abro el cajón de la mesita de noche y encuentro las llaves de mi coche y la carta de Mayda, la mitad de la cual está manchada de sangre. Probablemente de mi sangre. Maldigo en voz baja y me dirijo al baño con una fuerte sensación de mareo.
Me apoyo en una pared y cierro los ojos para intentar concentrarme en otra cosa que no sea el maldito dolor de cabeza.
Entro en el baño, me miro en el espejo y me doy cuenta de que sigo con la misma ropa que me había puesto la noche anterior. También me fijo en que la herida de la nuca, vendada, es considerablemente grande y que una tirita me cubre una parte del labio inferior, donde me había mordido.
—Sí, son unas heridas bastante feas, pero las curamos a tiempo —dice de repente esa voz masculina; la de mi secuestrador.
Doy un respingo y mi corazón late tan fuerte por el susto que creo que en cualquier momento podría salir volando de mi pecho.
Está de pie junto a la puerta del baño y puedo verlo por primera vez: es un joven de constitución corporal fuerte, tiene unos ojos negros que me observan con curiosidad y superioridad, y los mechones del flequillo de su pelo marrón reposan detrás de una de sus orejas. En resumen: tiene pinta de soldado, no de secuestrador.
Instintivamente me echo hacia atrás, acto que provoca que me diga lo siguiente:
—No te voy a hacer nada. Yo estoy aquí para hacer justo lo contrario.
—No te creo —respondo yo con voz ronca. Me aclaro la garganta un par de veces y me toco la herida de la nuca, que todavía me duele intensamente, para que se dé por aludido.
Él me sonríe y suspira.
—Es una historia muy larga y difícil de explicar, de entender y de asimilar —expone mi agresor—. Aunque lo sepa absolutamente todo sobre ti, Noah Cheryba, me sorprende enormemente que no reacciones del modo que es habitual en ti y en cualquier otro ser humano, como, por ejemplo, haciéndome preguntas. —Se encoje de hombros para señalar que es algo muy obvio y añade—: La curiosidad forma parte de ti. O al menos antes eso era así; desde que murió Mayda no eres el mismo.

ESTÁS LEYENDO
Flashbacks
BeletrieNoah Cheryba, un adolescente residente en la ciudad de Seattle, despierta la madrugada del segundo aniversario de la muerte por suicido de la chica que le gustaba, Mayda Gimpel, a causa de un sueño relacionado con ella. Resulta que ese momento es el...