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Minutos después, me aseguro de llegar con precaución y pasar desapercibido por los corredores hasta el vestíbulo. A estas horas de la madrugada, varios Guardianes o Guardianas deambulan por los pasillos y ninguno de ellos es conocido o me reconoce. Sophia ya está allí cuando accedo. También lleva una mochila colgando de la espalda.

—¿Y ahora qué hacemos? —cuestiono—. ¿Por dónde salimos?

Me mira.

—Tranquilízate, Noah, no va a pasar nada, ¿vale? —me asegura serenamente.

Me pregunto qué aspecto debo tener y me apuesto cualquier cosa a que aparento estar tembloroso y preocupado, como si fuera a cometer un delito. La verdad es que siento como si fuese a cometerlo y eso es porque, técnicamente, lo es.

Me coge de la mano y dice:

—Limítate a seguirme.

Y eso hago: simplemente me dejo llevar por ella. Vagamos por pasadizos que reconozco y en otros en los que jamás he puesto un pie, especialmente los más profundos. Da la sensación de que estamos a punto de llegar dado a que Sophia está aminorando el paso y anda con más cautela que al principio.

Abre una puerta y encontramos un guardia de seguridad justo en la entrada. Intercambio una mirada con Sophia que expresa algo así como «complicaciones», pero a ella se la ve tranquila, como si supiera lo que está haciendo o no lo hiciera por primera vez.

El guardia nos mira y deja ir automáticamente:

—Acreditación.

Sophia saca un papel de su mochila y se lo entrega.

El guardia asiente y nos cede el paso.

Cuando nos adentramos en otro pasillo y estamos lo suficientemente lejos del guardia digo:

—¿Así de fácil? ¿Ya está? ¿Cómo has conseguido una acreditación? ¿Se la dan a todo el mundo o qué? Porque, en ese caso, ya entiendo porque se producen ataques en las sedes.

—No se la dan a cualquiera. Cuando Spencer se enteró del altercado en la sede londinense vino a visitarme y me la dio. Es una acreditación especial y exclusiva, por eso te han dejado pasar a ti también. —Se gira para mirar hacia atrás—. Venga, vamos, no vaya a ser que sospechen.

Me guía por otra tanda de pasillos irreconocibles hasta que llegamos a un sitio muy ruidoso, lleno de máquinas, mercancía y personal moviendo cajas. Me recuerda al lugar donde el día de la Noche Final acompañé a Kyle para ayudarle a transportar cajas de comida hacia el comedor de la sede.

—He estado aquí antes. ¿Es la entrada de provisiones? —pregunto.

—Sí —afirma Sophia—, pero no es aquí por donde se va a la superficie. Aún tenemos que caminar un rato más para llegar.

Efectivamente, esquivamos a los trabajadores que transportan cajas y nos escondemos entre contenedores gigantes llenos de suministros, cosa que nos lleva aproximadamente casi una hora hasta que Sophia se detiene en seco.

Nos hallamos en un lugar lleno de máquinas y aparatos rarísimos y enormes que tienen pinta de ser muy avanzados tecnológicamente. Estamos ocultos detrás de un artefacto gigante.

—¿Qué es esto? —susurro al oído de Sophia.

—Son lo que tú denominarías trenes y aviones en tu mente mundana, pero en este caso son más rápidos, eficaces y no contaminantes que los de los humanos —responde ella también murmurando—. Sirven para transportar mercancías, pero, a veces, para los viajes largos se utilizan para que algunos Guardianes vayan a cumplir misiones especiales en la superficie o la mudanza de una sede a otra. Yo llegué aquí mediante uno de estos aviones.

—¿Los humanos no los detectan?

—Sí que los ven, el caso es que hay informes falsos sobre la procedencia y el destino de ellos, por lo que parece que está todo bajo control. Es decir, creen que son de compañías o empresas aéreas suyas gracias a la manipulación de su realidad mediante el control con los recuerdos —explica.

Asiento sorprendido.

—¿Vamos a ir a la superficie en uno de estos aviones?

—No, vamos a utilizar un medio mucho más normal y poco vigilado. Pero primero tenemos que subir varios kilómetros hasta poder cogerlo. Si tenemos suerte, no habrá nadie en los ascensores a estas horas.

Volvemos a vagar, escondiéndonos, hasta llegar a unas puertas pequeñas, que se abren después de que Sophia haya pulsado un botón. Cuando lo hacen, suspiramos de alivio al ver que está desierto y al comprobar que nadie nos sigue. Entramos y, a medida que transcurren los minutos, me da la sensación de que estoy ascendiendo.

—¿No hay cámaras de seguridad aquí?

Sophia suelta una carcajada como respuesta.

—Este es el reino de la confianza —indica exagerando—, si pusieran cámaras sería una gran ofensa hacia la intimidad y una gran muestra de desconfianza hacia todos y cada uno de los Guardianes y las Guardianas que habitan aquí.

—Eso tiene sentido —coincido.

Repentinamente, se abren las puertas. Miro a Sophia alarmado.

—No te preocupes —dice a la vez que me vuelve a tomar de la mano—, hemos llegado al lugar indicado.

Caminamos varios minutos y el único obstáculo que encontramos es otro guardia de seguridad custodiando una puerta. No obstante, conseguimos burlarlo porque está sumido en un profundo sueño. Abrimos la puerta con cautela y caminamos muy lentamente para evitar hacer cualquier ruido. Finalmente, adivino que llegamos al sitio adecuado con éxito porque hay un aparcamiento de coches gigante.

Sophia me mira y yo le sonrío. A eso se refería con «vamos a utilizar un medio mucho más normal». Pasamos entre hileras de coches de todos los tipos, pero hay uno que me llama la atención más que los demás: mi coche. Lo daba por perdido o abandonado después de que Kyle me trajera a la sede desde el puente Evergreen Point. Recuerdo que las llaves están en un cajón de la mesita de noche de mi habitación. Resoplo.

Sophia se acerca a mí.

—De todas formas, aunque tuvieras las llaves, no sería recomendable salir con él porque se darían cuenta de su ausencia inmediatamente. Y de la tuya. Además, estás en la sección de coches confiscados de humanos. Yo elegiría uno de misiones especiales de Guardianes en la superficie.

Me conduce hacia una serie de hileras y se aproxima a un Audi negro, normal y poco llamativo. Se dirige a la puerta del conductor y exclama:

—¡Ajá! Como te he dicho antes, esto es el reino de la confianza.

No sé a qué se refiere, así que me acerco a ella y veo el lugar que está señalando: las llaves de contacto cuelgan de la cerradura de la puerta.

—Perfecto —comento—, ¿nos largamos ya?

—Claro —afirma Sophia dirigiendo una última mirada hacia la puerta por la que hemos accedido—, súbete, yo conduzco.

FlashbacksDonde viven las historias. Descúbrelo ahora