El resto de días en el pueblo costero los paso junto a Mayda.
Le pido disculpas a mi compañero de habitación, Ethan, por no poder pasar más tiempo con él, a excepción de dormir, claro, pero le digo que se trata de «algo importante».
—Ya, las chicas rompen amistades —indica acompañado con un gesto de desaprobación, haciendo referencia a nuestra breve amistad, cuando apenas nos conocíamos de unos días—. Pero disfruta, tío.
Por su parte, Mayda también logra deshacerse de la pesada de Alice Miller, poniéndole la excusa barata de que soy su compañero de Español y que tengo que ayudarla porque se me da bien. Por suerte para nosotros Ethan y Alice no se conocen, por lo que no pueden poner nuestras evasivas en común y contrastarlas.
El último día que pasamos en el pueblo costero antes de ir a la ciudad de Barcelona, Mayda y yo damos un largo paseo hasta una colina sobre la cual se encuentra una torre que es bastante importante en este municipio.
Para llegar hasta allí, pasamos junto a unos bunkers antiguos y por un pequeño bosque con un sendero junto a los acantilados. Luego subimos por la colina, la cual está llena de casas enormes con piscinas y coches lujosos con matrículas extranjeras. También se respira un ambiente movido hoy porque hay mucho turismo en la zona; hay gente de todas las edades paseando por los acantilados o bañándose en las calas o en las piscinas.
—Me gusta este sitio —deja ir Mayda mientras nuestros pies cuelgan de un acantilado, de camino de vuelta al hotel, después de subir y bajar la colina. Podemos ver la insignificante línea que une el mar y el cielo delante de nosotros, desde donde nos encontramos, y los lejanos edificios de otras ciudades si nos giramos—. Tiene algo que me transmite tranquilidad y seguridad.
—A mí también —coincido. Le cojo la mano y la enlazo con la mía—. Pero lo más increíble de esto es que estés aquí.
Mayda despega la vista del mar para mirarme. Eso me recuerda a Sophia, cuando subimos la Torre Columbia y se quedó mirando fascinada la ciudad de Seattle desde la cima del rascacielos más alto. Pero Mayda me aturde, me deja sin aliento cada vez que se dirige a mí, me ha hecho aprender muchas cosas a lo largo de su ausencia. No obstante, como ya me he recordado mentalmente a mí mismo en múltiples ocasiones anteriores, cuando estoy con ella no me siento culpable al pensar en Sophia.
Mayda parece tener un debate interior sobre algo que se está planteando decir, o al menos eso refleja su cara.
—¿Por qué lo hice, Noah? —formula finalmente—. ¿Según la carta que te dejé, por qué me suicidé?
Suspiro profundamente y aprieto su mano con más fuerza.
—En la carta escribiste que era por culpa de varios factores que te afectaban: el divorcio de tus padres adoptivos, el instituto... —explico lentamente. Intento hacerlo con la máxima delicadeza que puedo, aunque después de confesarle todo este asunto se queda un poco corto—. Pero en una parte de la carta contabas que en realidad no sabías lo que realmente te condujo a hacerlo, que no sabías cómo te sentías.
La miro de reojo para intentar averiguar su reacción, pero solo percibo un par de asentimientos.
—Ahora lo entiendo y noto ese sentimiento—cuenta—. Aún me siento como entonces: me siento perdida, no sé qué papel tengo en esta vida y creo que no me la merezco... —Frunce los labios y se cubre la cara con las manos como si no se soportara a sí misma.
—Eso es mentira —replico—, tú más que nadie te mereces vivir, Mayda. Aprovecha para darte una segunda oportunidad, para darle una segunda oportunidad a la vida. La necesitas.
Cojo su rostro entre mis manos, pero ella lo aparta ágil y evasivamente.
—¿La necesito yo? ¿O la necesitas tú? —pregunta con voz temblorosa—. Llevamos tan solo unos días aquí y no paras de decirme lo especial que soy, cuánto me has echado de menos y que la vida era un horror sin mí. —Se levanta de un brinco contra todo pronóstico—. Pero, ¿sabes, qué?, no puedo tragarme todo esto, ¡porque yo no soy nadie! ¡Estoy muerta y tú eres demasiado dramático! —Vuelve a pasarse las manos por la cara, como si intentara controlarse. Yo sigo sentado, al borde del acantilado, sin poder decir nada—. ¡Hazme un favor y no me vuelvas a hablar! Todo esto... todos estos problemas son culpa tuya —me señala con un dedo acusador— por contarme todo. Así que déjame en paz y aléjate de mí, porque si no lo haces solo hará falta una pequeña inclinación —mira hacia el acantilado— para que todo vuelva a estar como antes. Y eso sería más rápido que esperar que la maldita científica que me ha devuelto a este infierno de vida haga que el dichoso Cristal del no sé qué anule su efecto, me vuelva a ir y tú vuelvas a la sede de Seattle.
—No, ni se te ocurra —me pongo de pie entre ella y el borde del acantilado para impedirle el paso en caso de cualquier intento de saltar. Ya lo había hecho en una ocasión, por tanto, ¿qué me garantizaba que no lo volviera a hacer?—. Te voy a dejar en paz, no te pienso volver a hablar si quieres, pero si te tiras ten muy claro que yo iré detrás.
—Pues a ver si cumples tu palabra, porque yo te prometo que no quiero volver a verte —el desprecio en su voz sobresale—. Y te aseguro que estaré a la espera de mi muerte de nuevo y cuando esto se acabe, cuando me vuelva a consumir, espero verte en el infierno algún día.
Dichas esas palabras, se da la vuelta, por el camino en el que hemos llegado hasta aquí y la pierdo de vista entre la vegetación. Yo me quedo de pie plantado junto al acantilado, en el mismo lugar en el que estaba impidiendo que intentara tirarse, mirando cómo se va.
Me siento terriblemente dolido, como si me hubieran clavado quince puñales y aún pudiera seguir vivo con el único propósito de poder sentir el dolor, el daño y las ganas de que todo acabe.
Después de estos malditos años las cosas siguen saliéndome mal. Siempre tengo un defecto en mis actos, en todos mis actos, sin ninguna excepción. Siempre.
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Flashbacks
General FictionNoah Cheryba, un adolescente residente en la ciudad de Seattle, despierta la madrugada del segundo aniversario de la muerte por suicido de la chica que le gustaba, Mayda Gimpel, a causa de un sueño relacionado con ella. Resulta que ese momento es el...