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Las clases se han suspendido durante una semana de luto oficial por Zac Collins.

Las medidas de seguridad se incrementan hasta tal punto que se ha registrado a varios Guardianes para seguir el rastro de los Omisos para averiguar si hay más en la sede. Acusar a alguien en estos momentos es algo muy arriesgado pero, incluso así, nadie se ha opuesto a ser registrado porque creen que contribuyen en la investigación y saben que son inocentes, o al menos eso aparentan con cierto éxito.

Por lo demás, parece que todo el mundo está horrorizado y traumatizado por lo de ayer, así que nadie acude al comedor para desayunar; se despliegan mesas y sillas y la comida se reparte en la sala de la fuente, gracias a la colaboración de decenas de voluntarios, Kyle, Ellie y yo entre ellos.

Mientras reparto tazas humeantes de café y chocolate caliente pasando por hileras de mesas, rastreo la sala con la mirada intentando localizar a Sophia. Pero, como siempre que lo hago, no está y tampoco la veo durante el resto de la mañana.

Reconozco a algunos de mis alumnos que están desayunando en grupos con su familia o con sus amigos. Los más pequeños me saludan alegremente como si fueran ajenos a cualquier desgracia o mal; los más mayores, en cambio, se limitan a sonreír con tristeza y empatía, agradeciéndome que les dé algo para desayunar.

Esta tarde se celebrara el funeral de Zac y, después de pasarnos toda la mañana sirviendo el desayuno y la comida, Kyle, Ellie y yo vamos a descansar y a asearnos en nuestras respectivas habitaciones.

Estoy agotado, pero no logro permanecer inactivo. Como siempre, mi manera de actuar en estas ocasiones es la siguiente: ver la televisión, leer, organizar los temas para las próximas clases, ducharme... Pero no da sus frutos y eso significa que algo malo está pasando. Me siento inútil e impotente porque sé que hay algo que va mal, pero no tengo ni idea de qué es ni por dónde empezar.

Sigo intentando mantenerme ocupado, pero acabo haciendo eso que hago cuando no puedo más: clavarme el recuerdo de Mayda, que tengo un poco olvidado en el cajón de la mesita de noche. Lo revivo y, tras unos minutos, la realidad se cruza con el recuerdo. No estoy acostumbrado a la influencia de autenticidad que ejerce sobre mí ese aparente insignificante triángulo transparente de cristal, sabiendo que mi vida está basada en la continua reproducción de mis recuerdos.

También reviso la carta medio manchada de sangre de Mayda y la imagen que puso Kyle en el álbum de fotos que me regalaron sus padres por Navidad. Ella sigue formando parte de mí y de mi vida, aunque sea de mi antigua vida. Estoy aquí por ella, de alguna manera. Y algo dentro de mí piensa que la clave para salir de aquí también es ella.

«No seas tonto, Noah. Está muerta», me digo a mí mismo.

La parte que sigue queriendo a Mayda a pesar de estar muerta se siente más triste ante esa dura pero verdadera realidad que parece que aún no ha aceptado después de más de dos años.

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