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Sin previo aviso, repentinamente, escuchamos un sonido lejano que desconocemos. Poco a poco, el sonido se va intensificando hasta que parece que está encima de nosotros.

Y, efectivamente, así es.

El aire empieza a ajetrearse como un pequeño huracán que hace que el pelo de Mayda vuele descontroladamente. Alzamos la vista para ver de qué se trata y descubrimos las hélices de un helicóptero, que está descendiendo hasta aterrizar en la explanada de tierra, frente a la fuente y junto a la glorieta.

De pronto, Mayda, que está entre mis brazos, cierra los ojos. Parece haberse desmayado.

—Mayda —le toco el rostro alarmado—, Mayda, ¡Mayda!

No responde ante ningún estímulo. Por más que la llamo o la toco, no reacciona.

La aprieto hacia mi pecho y me levanto, cogiéndola en brazos.

Veo que del helicóptero salen varias personas a gran velocidad hacia donde me encuentro con el cuerpo inconsciente de Mayda. Bajo las escaleras tan rápido como puedo, intentando huir, pero los individuos que han salido del vehículo aéreo me acorralan, ya que acceden tanto por la escalera trasera como por la cual estoy intentando descender sin caerme ni tirar a Mayda.

—Mayda, ¡Mayda! —grito desesperado. Sé que quizá esto no sirva para nada, pero tengo que decírselo—: Te prometo que encontraré tus recuerdos y me los clavaré para vivirlos; te prometo que no voy a dejarte; te prometo que no seré feliz hasta que te vuelva a tener; te prometo que te recuperaré. Que me recuperarás.

Me siento inútil y débil. Una lágrima cruza mi rostro y me detengo brevemente para acercarlo al de Mayda, que parece inofensivo y angelical. Rozo sus labios con delicadeza sabiendo que probablemente esta será la última vez, y dejo que mi lágrima se pose en su mejilla.

Sin aliento, cuando estoy a punto de llegar a la explanada de tierra, siento los brazos de alguien en mi cuello y eso provoca que me caiga al suelo, arrodillado todavía sujetando a Mayda. Esas manos ascienden hasta llegar a mi cara y me cubren los ojos.

Por otro lado, noto cómo alguien me arrebata a Mayda de los brazos, sin saber a dónde se la llevan. Grito su nombre hasta que mi garganta se desgarra y lucho con todas mis fuerzas hasta desprenderme del obstáculo visual que me retenía hasta ahora.

Cuando lo logro, cuando aparto las manos de la persona que me tiene sujeta de los ojos, veo que alguien vestido totalmente de negro se lleva en brazos a Mayda, vestida de rojo que contrasta con la vestimenta de su secuestrador. Llega hasta donde está el helicóptero y la mete en el interior con ayuda de otros individuos vestidos de negro, como si fuera una carga cualquiera.

Los brazos de la persona que me tiene apresado y casi inmovilizado por la espalda, me estrujan con más fuerza, casi hasta impidiéndome respirar.

—¡Suéltame! —grito con la poca voz que me queda, luchando de nuevo para intentar deshacerme de mi oponente e intentar correr hacia el helicóptero, donde se encuentra Mayda, que ahora mismo vuelve a encender el motor haciendo que las hélices giren y produzcan su característico ruido.

Sin mediar palabra, mi oponente me clava algo en la nuca.

Por experiencia sé que se trata del roce de un cristal puntiagudo, igual que un recuerdo.

Los brazos de mi oponente ceden y me sueltan, obteniendo como resultado que me caiga al suelo tumbado boca arriba, pero ya sé que es tarde.

La persona que me tenía cogida corre como un atleta hacia el helicóptero y se sube. Para finalizar, lo último que logro ver con la vista ligeramente borrosa es cómo el transporte aéreo se alza y se aleja por encima de mí. Con Mayda en el interior.

Después solo existe la oscuridad.

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