Ya han pasado tres semanas desde mi comienzo como profesor y, sinceramente, me gusta. Admito que, el día que Spencer me lo propuso exageré demasiado.
Precisamente hoy han ocurrido dos sucesos que me han sacado un poco de la rutina.
El primero tiene que ver con la líder de la sede, que me ha citado a la hora del almuerzo para hablar sobre mi evolución en el trabajo. En esta ocasión, soy capaz de llegar a su despacho sin la compañía de nadie, y eso me hace sentir aún mejor porque demuestra que me estoy familiarizando con estos pasillos que, cuando llegué, me parecieron laberínticos e interminables.
—Tenías razón —le concedo a Spencer—, me está ayudando a integrarme mejor y a tener algo que hacer cuando me levanto. —La sonrisa triunfal que esbozó la otra vez se queda corta en comparación con la que acaba de destacar en su rostro—. Y lo más importante —alzo un dedo para remarcar lo que voy a decir— es que los alumnos captan lo que les digo y les gusta la asignatura.
Se me queda mirando antes de darme una respuesta.
—Me alegro muchísimo, Noah —dice con una sonrisa sincera—. Eso significa mucho para todos. Estás aprendiendo y al mismo tiempo enseñando a nuestras generaciones futuras, cosa por la cual te estaré eternamente agradecida. Y ellos también.
Se levanta de su asiento y se pasea por la sala, aproximándose a la gran pared de cristal cubierta por las cortinas que había corrido justo cuando había atravesado la puerta, después de haberme recibido con un cordial saludo e invitarme a sentarme en la silla frente a su escritorio. Retira un pliegue de las cortinas, justo para que ella pueda ver. Por un momento, parece que sus facciones delatan preocupación.
—He redactado un escrito esta mañana para pedir ayuda internacional por tu desconexión del sistema, explicando con todo detalle qué ocurrió y en qué circunstancias el pasado 15 de diciembre, cuando Kyle te trajo aquí. —Aparta su mirada de la ventana y se vuelve hacia mí—. Ya he enviado el documento y ahora solo nos falta esperar ver quién está dispuesto a apoyar una posible investigación. Siempre y cuando tú nos lo permitas.
No acabo de entender de qué habla exactamente.
—¿A qué te refieres?
—Si alguien acepta abrir una investigación, las únicas pruebas que tenemos sois tú y tus recuerdos —aclara—. Lo más previsible es que, si finalmente algún científico decide ayudar, tenga que experimentar contigo.
Intento hacer una lista mental de posibles prácticas que supondrían un experimento en mí. Mi mente va desde un interrogatorio hasta una tortura frente a un científico loco.
—¿Qué significa eso? —pregunto para asegurarme.
—La verdad es que no lo sé ni yo —admite Spencer—, pero te aseguro que no pondremos en riesgo tu vida. Experimentar, en el lenguaje de los Guardianes, supone no pasarse de un límite que equivalga a la muerte. —Intenta tranquilizarme con una mirada relajante y segura, sin éxito—. De todos modos, haré una selección de entre los científicos que quieran acudir y me cercioraré de que sea el mejor candidato con el cual trabajaremos, ¿de acuerdo?
¿Me está enredando en otro pacto?
—Depende de lo que me vayan a hacer aceptaré o no —le contesto claramente para que no crea que cierro un trato, afirmando que voy a dejar que experimenten conmigo como si fuera un objeto—. Llegado el momento, cuando el científico en cuestión tenga una propuesta, ya meditaré sobre el tema.
La cara de Spencer ya no se muestra tan complacida. Parece que se le haya escapado de las manos una oportunidad única.
—Lo entiendo —afirma asintiendo—, pero tengo que estar segura de que no haré venir a nadie en vano, ¿sabes?
Suspiro.
—Ayudaré en lo que pueda —replico cansinamente—, pero hasta que yo no esté seguro de que no me vais a hacer daño, mis últimas palabras se quedan donde están. ¿Te quedas con ellas o las dejas?
Spencer asiente muy lentamente.
—De acuerdo —pronuncia finalmente—, el proceso sigue en marcha, pero lo hago porque el escrito ya está enviado y ya lo habrán recibido muchos científicos. Solo espero que no nos hagas quedar mal.
—No tengo por qué hacer quedar mal a nadie —protesto casi enfadado. Aunque hay una parte de mí que está maliciosamente contenta por haber hecho que Spencer no tenga lo que quiere tener—. No quiero que me controléis más de lo que ya habéis estado haciendo, porque, como te he dicho antes, estoy empezando a sentirme integrado en vuestra sociedad, aunque sea un profesor que dé clase a gente tres años mayor que yo.
»He estado en un bucle interminable de dolor por una chica que lleva dos años muerta por culpa de vuestra especie y, ahora que estoy viendo un poco de luz, quieres que firme una sentencia de una posible muerte a causa de la experimentación por haber sido el único idiota que ha podido burlar un maldito sistema, que ha hecho que mi vida fuera una farsa aún más asquerosa en sí. ¿Sigo o ya tienes suficientes motivos para entenderme? —Aumento el tono de voz a medida que voy enumerando esos hechos, y esa última pregunta se la hago casi gritando por la furia que me consume por dentro.
Los ojos de Spencer se abren como platos y puedo sentir el esfuerzo que hace para mantener la compostura. Se queda callada y me mira fijamente a los ojos en todo momento.
Yo me tomo unos minutos para intentar tranquilizarme, pero no lo consigo.
La tensión es demasiada para mí, así que me levanto, abro la puerta y me alejo corriendo de esa maldita estancia.

ESTÁS LEYENDO
Flashbacks
General FictionNoah Cheryba, un adolescente residente en la ciudad de Seattle, despierta la madrugada del segundo aniversario de la muerte por suicido de la chica que le gustaba, Mayda Gimpel, a causa de un sueño relacionado con ella. Resulta que ese momento es el...