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Spencer está sentada tras un gran escritorio con un ordenador y algunos papeles bien amontonados. Detrás de ella, la pared trasera de la habitación es toda de cristal y se pueden observar los despachos de otros funcionarios y políticos trabajando dentro. También hay, apartados del escritorio, una mesa y unas butacas, un armario, varias estanterías a rebosar de libros y algunos archivadores dispuestos en fila al lado de la puerta.

—Gracias, Andrew. —Le dedica una sonrisa y el aludido se va, cerrando la puerta detrás de sí—. Siéntate, Noah —me indica señalando la silla que hay delante del escritorio, frente a ella.

Justo cuando me siento, ella se levanta y pulsa un botón que hay al lado de la pared de cristal. Seguidamente, unas cortinas se van corriendo automáticamente y da la sensación de que la habitación es más sombría y cerrada.

—No es por un tema personal ni de desconfianza —se excusa Spencer—, se trata de un asunto interno y confidencial que solo debo tratar contigo.

Enarco las cejas sorprendido y asustado.

—No, tranquilo, no es nada grave —se apresura a decir al ver mi expresión—. ¿Te apetece un café?

—Eh... vale. —No he desayunado y no me iría mal tomar algo.

Se dirige al armario que hay junto a las butacas, saca una cafetera eléctrica y sirve dos tazas de café humeante. Se vuelve a sentar detrás del escritorio y me alarga la taza. Doy un sorbo y mi cuerpo agradece la calidez.

—Verás, Noah —empieza Spencer después de dar ligero sorbo a su taza—, he estado sopesando tu situación, las opciones y las oportunidades de tu forma de vida en la sede y he llegado a algunas conclusiones:

»Para empezar, dado que eres el único humano vivo de la historia que pudo desconectarse del sistema, pronto voy a pedir apoyo internacional para examinar ese fenómeno. Muchos de los mejores científicos Guardianes y Guardianas del mundo estarán dispuestos a favorecer una posible investigación.

»Pero, mientras tanto, creo que deberías hacer algo para ganarte el derecho a residir aquí. Se me ha ocurrido que podrías trabajar en algo muy beneficioso para la sede.

—Perdón —interrumpo—, tengo entendido que quedarme aquí era una orden. Y ahora me dices que tengo que ganarme el derecho para «residir aquí». —Dibujo unas comillas muy exageradas y pronunciadas en el aire.

—Pues esto también es una orden —responde serenamente, vuelve a beber café y, después, entrelaza sus manos y las pone encima de la mesa.

La miro con cara de pocos amigos.

—¿Y se podría saber en qué consiste el trabajo exactamente? —pregunto.

—He pensado que nos serás muy útil ejerciendo como profesor en una asignatura nueva que dará comienzo este trimestre al inicio de las clases: Estudios Humanos. —Observa tranquilamente mi reacción.

Pero mi reacción no es precisamente tranquila.

Me alarmo. ¿Cómo voy a enseñar algo a otras personas si ni siquiera me entiendo a mí mismo? ¿Voy a tener que tratar con niños? Es que los niños me intimidan y son muy pesados. ¿Qué tendré que explicar? ¿Cuándo empiezo? ¿Cómo empiezo? No tengo ni idea del «arte» de la enseñanza y el aprendizaje.

Jamás se me había ocurrido la idea de ser profesor en mi vida laboral. Antes de llegar a la sede no tenía ni idea de lo que iba a hacer con mi futuro, y, cuando descubrí toda la verdad, cuando supe que ya no tendría ni futuro, dejé atrás cualquier plan venidero.

No consigo articular palabra.

Respiro y me tomo unos minutos, hasta que logro formular:

—No creo que sea buena idea, en serio. —Me paso los dedos por el flequillo, signo de que estoy nervioso o estresado—. No se me da bien enseñar; no me sé explicar bien con la gente. Y aún me lo pones más difícil con la idea de tener que atender a niños. Conclusión —zanjo con voz temblorosa—: las responsabilidades no son lo mío. Lo siento. Puedo hacer cualquier otra cosa, de verdad, pero trabajar como profesor sería un error.

—No será muy complicado. —Se acerca a un archivador, saca una carpeta y, de su interior, extrae unos documentos—. Te he planificado las clases, te he asignado un aula y aquí tienes los horarios. —Me tiende los papeles a medida que los enumera—. Tienes todo el material que necesitas en el aula: un ordenador, una impresora y una pizarra digital, pero en la mayoría de tus clases solo tendrás que limitarte a contar tu experiencia personal o a responder cuestiones que te formulen tus alumnos. En todo caso, si necesitas algo más, acude a mí.

»En cuanto al tipo de estudiantes con los que tratarás, serán de todas las edades: por las mañanas tienes clase con alumnos de ocho a dieciséis años; tres tardes con gente de diecisiete a veinte; y las otras dos tardes las tendrás libres. Para concluir, los sábados por la mañana estarás a disposición de cualquier persona de la sede, sea estudiante o no, durante dos horas. ¿Alguna pregunta? —Me mira con preocupación.

Simplemente estoy boquiabierto.

—Yo... mira, ¿qué pasaría si todo esto sale mal? —Niego con la cabeza—. Estoy segurísimo de que esto va a fracasar, porque no estoy listo.

—Noah, no lo puedes saber si no lo has intentado. —Frunce los labios como gesto de desaprobación—. Puede que esta experiencia incluso te ayude.

Me paro a recapacitar unos instantes. Quizá tenga razón, quizá este trabajo me ayude a incorporarme a esta sociedad tan diferente, quizá me favorezca en mi misión de perder la desconfianza y la inseguridad.

—De acuerdo —accedo finalmente—, acepto. —La cara de Spencer es invadida por el triunfo—. Pero me gustaría probar unas semanas; si no funciona, lo dejo.

—Trato hecho —acepta ella. Me alarga la mano para que se la estreche. Después de hacerlo, dice—: Bien, mañana mismo empiezan las clases, así que te recomiendo que empieces a ojear las pautas que te he escrito. Ahora bien, me gustaría que incluyeras algo sobre ti o que profundices en algunos puntos que sean interesantes.

Se me cae el alma a los pies.

—¿Mañana?

—Exacto, eso es lo que he dicho —afirma Spencer asintiendo.

—No puede ser verdad. ¿Por qué me he tenido que meter en todo esto? —Son pensamientos internos que no han podido evitar salir.

—Nos reuniremos de aquí unas semanas para ver tus progresos, ¿de acuerdo?

Asiento sin prestar atención y doy un último sorbo al café.

FlashbacksDonde viven las historias. Descúbrelo ahora