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—Antes has dicho que ya sabías que no me esperaba de ti que hicieras pasarlo mal a tu hermana humana por diversión o crueldad —comento.

Hace ya media hora que hemos recogido nuestro picnic y nos hemos puesto a pasear por la orilla. Ahora está anocheciendo y no queda casi nadie a nuestro alrededor.

Sophia me mira interrogativamente.

—Por lo que hoy me he puesto filosófico —alzo el dedo índice para intentar dar más fuerza y validez a lo que voy a opinar a continuación— y quería decirte que no deberías dejar que nadie se esperara nada de ti, ¿sabes? Ni tú de nadie. Porque, en el segundo caso especialmente, te vas a decepcionar mucho y la gente te va a fallar en múltiples ocasiones.

—Hum... Gran reflexión. —Aplaude y asiente la cabeza con un exceso de intensidad—. Pero, ¿te refieres a que te he decepcionado?

Con la escasa luz solar que queda, veo que su expresión es seria y expectante.

—No, por supuesto que no —me apresuro a decir rápidamente—. Admito que tu acto no fue muy malvado, pero no me refería a ese tipo de acciones. Me refiero a las que dejan una marca en ti.

—¿Cómo qué?

—Pues...—me mantengo pensativo durante unos segundos malgastados, porque, finalmente, salen de mi boca unas palabras que no me he detenido a analizar en mi cabeza—...el abandono, por ejemplo. O perderlo todo de un día para otro sin motivo.

Sophia se detiene de golpe y me mira con esa expresión de lástima y compasión que me ha mostrado un par de veces a lo largo del día de hoy.

Hago un gesto con el brazo para indicarle que resto importancia al comentario anterior.

—Anda, vámonos antes de que oscurezca demasiado.

—Noah, si necesitas...

—No —la interrumpo—, en serio. No quiero volver a estropear más buenos momentos con el maldito fantasma de mi pasado. —Niego con la cabeza rotundamente como si quisiera desprenderme de un fantasma real—. El problema es que aquí hay tantos... —sí, me veo obligado a decir esa dichosa palabra— recuerdos.

Empiezo a partirme de risa yo solo, pero después descubro que Sophia se ríe de mí. Vuelvo a tomar su mano entre la mía y volvemos al sitio donde hemos aparcado el coche entre risas y besos. Esta vez me aseguro de ir por el camino principal, que es el más corto.

Cuando llegamos al hotel, después de un poco más de media hora, nos limitamos a cambiarnos y a tumbarnos en la cama el uno al lado del otro, abrazados, escuchando el ruido de fondo de los vehículos de la Cuarta Avenida con las luces apagadas.

Estamos demasiado cansados incluso para hablar porque nos hemos pasado el día recorriendo gran parte de Seattle. Han pasado muchas cosas en un mismo día para que puedan ser reales. No me acuerdo de haber estado en una situación similar desde mis primeros días en la sede, pero, obviamente, eso fue más difícil de digerir con diferencia.

Al cabo de cinco minutos, escucho la profunda respiración de Sophia, que se ha quedado dormida con la cabeza apoyada en mi hombro. Mis párpados también se van cerrando lentamente, pero, antes, coloco la cabeza de Sophia sobre la almohada para que esté cómoda. La beso en la frente y mis ojos, que ya no aguantan más, se cierran.

FlashbacksDonde viven las historias. Descúbrelo ahora