Hay algo diferente hoy. No sé qué es lo que me falta, pero es como si por más que intentara recordarlo no pudiera.
Mi gran duda se resuelve cuando entro en la sala de entrenamiento, a la misma hora de siempre, esperando a la misma gente de siempre (Kyle y Ellie). A diferencia de lo habitual, hoy me encuentro con las luces apagadas y un gran grito de:
—¡Sorpresa!
Estoy aturdido e inmóvil durante casi dos minutos.
Numerosos rostros llenos de expectación de los presentes, que van desde una alegre Ellie hasta un aburrido Logan, esperan en silencio una respuesta ante el paro cardiaco que casi sufro.
—Esto... —empiezo a formular sin saber cómo continuar— no tengo ni idea de qué diablos está pasando.
Lazo una mirada de sospecha y duda a todos y cada uno de los presentes. Ellos, como respuesta, me devuelven expresiones de sorpresa y, en algunos casos, también de decepción.
Se vuelve a formar silencio, pero Kyle, que sale de entre la multitud, responde lentamente:
—¿En qué mundo vives, hermano? ¿Acaso no te acuerdas de que hoy es nuestro cumpleaños? —Frunce los labios y hace un gesto exagerado de desaprobación—. Por favor, demuéstranos tu humanidad y no fastidies la fiesta.
Se me cae el alma a los pies. Hoy es dieciséis de mayo. Tengo dieciocho años. ¡Tengo dieciocho años! Y no me había dado cuenta. Y Kyle también los cumple, ya que nacimos el mismo día.
En mi propia defensa, voy a decir que entre el trabajo, los entrenamientos y mi locura por Sophia he perdido la noción del tiempo. A eso también le podemos añadir el hecho evidente de que me encuentro en una sede subterránea bajo mi añorada Seattle. Por no sumarle que estoy conviviendo con una raza escondida que controla a la mía. Si pasamos por alto esos «insignificantes» detalles, incluso diría que últimamente estoy soñando despierto y debería prestarle más atención a la realidad.
Me aclaro la garganta. Siguen esperando una respuesta. Procuro que la que voy a formular a continuación sea convincente y decente.
—Oh, lo siento, no me había fijado en... la fecha del calendario —me excuso. Al pique la decencia—. Pensaba que aún quedaban unos días. Pero, ¡gracias a todos! —Intento dibujar una sonrisa de lo más alegre que puedo y creo que tiene éxito porque la mayoría de los invitados me la devuelven—. Ha sido una gran sorpresa.
A partir de ese momento, Ellie pone la música a todo volumen y la gente empieza a animarse, a bailar y a charlar entre ellos. La que es mi entrenadora y mi Guardiana y rubia favorita, se me acerca con una bebida en la mano mientras baila enérgicamente al ritmo de la ruidosa música.
—Sospecho que todo esto es culpa tuya —grito para que me escuche, pese a que se halle a mi lado.
—Correcto —afirma chillando y guiñándome un ojo—. Esa soy yo, Ellie Jay, la mejor organizadora de fiestas y ceremonias que puedas encontrar hoy en día.
Se aleja y se adentra dando saltitos entre la multitud de cuerpos que bailan como si la vida les fuera en ello.
No sé qué hacer. Estoy convencido que desde fuera parezco patético, aquí plantado, con un vaso en las manos y observando a la gente, que, al parecer, disfruta más que yo. Y pensar que hace un año estaba soplando diecisiete velas encendidas sobre un delicioso pastel de chocolate (mi favorito para ser exactos) que habían elaborado mis padres cuidadosamente.
Mi madre siempre había estado planeando con entusiasmo el día de mi decimoctavo cumpleaños y mi padre siempre le respondía: «Paciencia, ya llegará». Pero no ha llegado y jamás lo hará. Hace dieciocho años mi madre dio a luz a alguien que le iluminaba los ojos con tan solo mirarlo, alguien para el cual siempre tenía una sonrisa, alguien por el que siempre iba a su habitación para desearle buenas noches... Alguien ahora invisible para ella. Pensar en mis padres y en el recuerdo de ese increíble pastel hace que se me revuelvan las tripas.
Obviamente, a Ellie no se escapa ni una, por lo que después de un rato la veo entrar con una enorme tarta de tres plantas llena de velas y bengalas sacando chispas de fuego, mientras se acerca a mí canturreando la típica canción cumpleañera. En un lado de la tarta hay dieciocho velas y en el otro, otras dieciocho más. Supongo que ese detalle es para que tanto Kyle como yo podamos soplar nuestras velas.
Poco a poco, todos se unen a Ellie y se escucha un cántico sereno, suave y un poco desafinado de un coro cooperado que se dirige a mi hermano y a mí.
Sonrío tímidamente para agradecerles a todos su simple presencia. Cuando acaban, cuando tengo la intención de apagar las velas, Ellie me detiene diciendo:
—¡Espera! Recordad lo del deseo. ¡Pedid un deseo mientras sopláis! ¿Vale?
No puedo evitar poner los ojos en blanco. «La creencia del deseo, ¿en serio, Ellie?», pienso. No tengo nada en contra, pero por experiencia sé que esos deseos nunca se cumplen. Al menos a mí me ha ocurrido, y eso que he pedido un deseo al soplar las velas desde que tengo conciencia.
Asiento. Hoy no va a ser una excepción.
Cierro los ojos con fuerza y pido, aunque no sepa a quién exactamente: «Quiero verla».
Soplo y las velas se apagan. Mi deseo no se desvanece con ellas, continúa presente en mí y me acompaña durante todo el día.

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Flashbacks
Ficțiune generalăNoah Cheryba, un adolescente residente en la ciudad de Seattle, despierta la madrugada del segundo aniversario de la muerte por suicido de la chica que le gustaba, Mayda Gimpel, a causa de un sueño relacionado con ella. Resulta que ese momento es el...