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—Noah —dice mi hermano—, te hemos estado buscando.

—Lo siento, es que estabais a lo vuestro y yo había quedado con ella... —Señalo a Sophia. Ellie frunce el entrecejo.

—Soy Sophia —formula tendiéndoles la mano.

Ellos se la estrechan. Ellie enarca las cejas ahora, pero Kyle no parece sorprenderse en absoluto. Es más, dice:

—Ya lo sabía. —Lo hace sonriendo.

—¿Y por qué no me dijiste nada? —exijo yo.

—No lo sueles sacar el tema chicas, hermano —explica divertido—. Quería saber cuánto tardarías en preguntarme.

Miro a Sophia; está seria, pero parece que está reprimiendo las ganas de reír.

Ellie tiene una cara de «¿Qué demonios pasa aquí?».

Yo no sé qué decir.

Kyle es el que interviene.

—Bueno, os dejamos solos. Que paséis una buena noche. —Hace una especie de reverencia exagerada y nos dirige una última mirada divertida.

Se alejan y se pierden entre la multitud.

—Qué cosa más rara acaba de pasar —indica Sophia.

—Sí, Kyle está raro. No lo conozco de mucho, pero del tiempo que llevo aquí jamás le había visto actuar de esta manera —explico encogiéndome de hombros.

Resuena un estruendo que casi me ensordece y las luces de los fluorescentes se debilitan. Después, empieza a sonar una música lenta y la gente se abraza y se ponen a bailar a su ritmo.

Sophia me mira, se acerca a mí y me coloca una mano en su cintura.

—No iba a esperar a que me lo pidieras; soy una mujer fuerte e independiente —dice, balanceándome de un lado a otro ligeramente, como si fuera algo muy delicado.

—Esto de bailar se me da fatal —susurro.

—Ni te preocupes por eso —hace un gesto de despreocupación—, yo me encargo.

Me dejo llevar por sus movimientos, por sus pasos, por toda su persona. Me mira a los ojos fijamente todo el rato y en ningún momento muestra incomodidad o vergüenza, es todo lo contrario: se siente segura y me transmite esa seguridad a través de nuestras manos unidas y su mirada.

Nuestros pies se mueven entre una gran multitud de gente que no reconozco. Tampoco me esfuerzo mucho en ver lo que hay a mi alrededor, la verdad, porque no puedo apartar la mirada de ella. Sophia me conduce entre figuras unidas que se balancean al ritmo de la música, que transmiten paz y bienestar con tan solo estar entre ellas. Su corriente me arrastra más allá, a un lugar que me resulta familiar; es algo sobrenatural que jamás podría llegar a entender completamente, pero me recuerda a alguien.

Mayda.

Mis pies se paralizan inconsciente e inevitablemente y rompen el hilo conductor que llevaba Sophia, ya que casi tropieza conmigo y la puedo coger de la cintura antes de que se caiga.

—¿Estás bien? —pregunta con preocupación.

No puedo responder, porque si lo hago lo estropearé todo.

Parpadeo, como si esperara saber dónde me encuentro. Estamos en un rincón de la enorme sala, apartados y donde nadie nos puede ver.

—Sí —consigo formular finalmente—, a veces pienso demasiado.

Sophia frunce el entrecejo y parece que está meditando sobre algo.

—Podrías hablar de ello —propone—, probablemente te ayude a sentirte mejor.

Empieza a sonar una música muy lenta, que es casi un ruido de fondo desde nuestra posición, y ahora me pone ambas manos en su cadera y pasa sus brazos por detrás de mi cuello hasta unir sus manos. Acto seguido, aprieta su cabeza contra mi pecho y su largo pelo ondulado me acaricia suavemente las manos.

Me hace temblar.

—Es complicado... —comienzo. Casi se me corta la voz—. Y, créeme, aunque te lo explique, el problema seguirá allí para toda la vida.

—Lo sé —alza la cabeza y me mira—, pero puedo ayudarte a superarlo.

—Lo dudo —hago una mueca—. Olvidar no es fácil, precisamente. —Hace que nos balanceemos de un lado a otro regularmente. Añado—: Tú más que nadie lo sabes porque te dedicas a hacer recordar a alguien sus experiencias, su alegría, su orgullo y su dolor todos los días.

—Mi trabajo es más que eso, Noah. —Su cara casi refleja ofensa. Niega con la cabeza—. Estoy tratando de hacer avanzar a una especie que se está autodestruyendo. Es como intentar domar un animal al primer día: es un proceso muy lento que necesita mucha dedicación. Llevamos toda la existencia procurando hacer que la raza humana sobrepase sus diferencias consigo misma para que entre en razón, disfrute y aproveche el mundo en algo tan encantador como es la superficie. Dedicamos toda nuestra maldita vida, día tras día, a algo que no sabemos si realmente acabará bien. —Me sonríe débilmente—. ¿No son motivos suficientes?

Mi primera respuesta hubiera sido «sí», pero me lo pienso dos veces antes de responder.

—Sophia —al escuchar su nombre noto un escalofrío recorrer su cuerpo—, entiendo que te sientas atrapada y que tu trabajo sea tu vida entera. Pero yo no he elegido esto; yo no he decidido averiguar este secreto. —Me acaricia el rostro lentamente y me mira con empatía. Su tacto me deja casi sin palabras, pero logro terminar—. Ahora mismo podría estar en mi casa, pensando que tengo una vida asquerosa y aburrida, creyendo que mi cerebro gestiona y almacena mis recuerdos y preguntándome qué será de mí en un futuro.

»Pero desde que estoy aquí nada de eso será posible: mi vida ha sido totalmente ficticia porque hay gente más allá de los humanos que nos controla; ya no me puedo permitir pensar en mi futuro, porque no sé ni qué demonios hago en este lugar ni qué función o posición tengo; y, por si fuera poco, los recuerdos no paran de perseguirme allá donde vaya.

Sophia sigue acariciándome y me escucha como si no hubiera nada más importante.

—Yo tampoco he elegido nacer Guardiana, ¿sabes? Y en cuanto a lo de los recuerdos, es inevitable, solo que ahora es como que los notas más porque sabes que tú no eres quien los gestiona; es algo psicológico. —Hace una pausa—. Además, no llevas mucho tiempo aquí —susurra después de mirarme un buen rato—, ya te acostumbrarás y verás las cosas de otra manera. Es cuestión de tiempo.

—Eso me dicen todos —respondo— y deseo con toda mi alma que llegue ese momento, porque estoy cansado de estar estresado todo el tiempo y de pensar tanto en las cosas. Simplemente quiero que todo fluya por sí solo con normalidad.

Asiente, gesto que da a entender que sabe cómo me siento.

—Ya lo verás —dice con optimismo—. Y, cuando estés listo, te abrirás emocionalmente y podrás confiar en mí en todo lo que necesites.

No sé si en el fondo de esas palabras hay un compromiso escondido, como si hubiera insinuado: «Y estaremos juntos para siempre». Pero me limito a devolverle una sonrisa y a ignorar al Noah que está deseando inclinarse y besarla, y a evitar al Noah que sigue sintiendo algo por Mayda y que opina que besarla sería un error, sería pasar página demasiado pronto, aunque ya hayan pasado dos años.

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