Aprieta mi mano contra la suya y tira de mí para echar a correr pasillo arriba. Yo lo hago con todas mis fuerzas junto a ella, sin mirar atrás. Solo nos centramos en correr, el uno al lado del otro, coordinados para girar cuando hace falta a pesar de la oscuridad y la dificultad de visión.
No nos volvemos hasta que llegamos a un lugar que conocemos muy bien: las puertas de la sala de la fuente, que están abiertas de par en par y desde las cuales podemos observar cómo brillan las luces de emergencia, iluminando débilmente el interior en el punto más elevado de la gran sala. Desde allí, escuchamos el rugido de la multitud, que se acumula en el interior de ese espacio de las dimensiones de un estadio.
Aliviados, suspiramos profundamente al comprobar que la mujer no viene detrás de nosotros en lo que alcanza a ver nuestro campo visual. Tampoco vemos ninguna linterna encendida ni ningún atisbo que delate la presencia de que alguien nos siga.
—¿Ahora qué hacemos? —cuestiono con dificultades para respirar tras la carrera que acabamos de realizar—. Entramos, ¿no? —Señalo las grandes puertas de la sala de la fuente.
Sophia asiente, sin poder hablar, intentando recuperarse por el esfuerzo.
Tenemos que abrirnos paso para poder movernos entre toda esa multitud, pero, sin duda, lo más costoso es que nuestros ojos se acostumbren a la tenue pero presente iluminación. Cuando lo logramos, nuestro único objetivo es encontrar algún rostro conocido que nos pueda explicar la situación y al cual le podamos contar los sucesos con John.
Las luces de emergencia parpadean.
Hay gente que se mueve de un lado para otro, buscándose los unos a los otros desesperados. Todo el mundo da empujones y codazos y hay niños llorando o gritando nombres en vano.
Las luces de emergencia se apagan totalmente, pero, después de unos segundos, con el caos entre la muchedumbre a oscuras, se vuelven a encender, causando cierto alivio de nuevo.
Yo solo sé que estoy sudando la gota gorda y, de repente, me doy cuenta de que Sophia no está a mi lado. Se ha perdido entre el gentío mientras las luces estaban apagadas.
Una presión en el pecho me hace saber que estoy poniéndome histérico y perdido al mismo tiempo, una sensación que no experimentaba desde el fallecimiento de Mayda. ¿Cómo se supone que tengo que afrontar esta situación sin Sophia? ¿Cómo voy a explicar qué ha pasado con John y esa mujer? ¿Qué se supone que tengo que decir respecto a nuestra salida a la superficie?
«La encontrarás», dice la voz racional de mi cabeza.
Y eso quiero creer, pero visto el panorama eso es demasiado difícil, ya que hay más de setecientas mil personas metidas en un lugar enorme gritando, corriendo y empujándose unos a otros para llegar a sus familiares o conocidos, sumidos en un terrible caos.
Aunque la peor parte llega cuando me acerco a territorio mortal.
Y cuando digo mortal, hablo literalmente porque, inconscientemente, acabo siendo arrastrado hasta la fuente. Sí, esa fuente que contiene agua con una composición química que puede matar a los humanos. Esa diferencia entre humanos y Guardianes presente en todas las sedes del mundo.
Resulta que la gente me está haciendo chocar con los bordes exteriores de la fuente, que, por suerte, no llegan a estar mojados por el agua. Pero cada vez me van apretando más y yo hago todo lo posible para poder mantenerme en pie sin que ninguna gota de esa maldita agua me salpique.
Aunque grite y pida disculpas para poder salir de esa zona de peligro, nadie me escucha ni me hace caso. Parece que todos están en un mundo diferente. La presión de la gente está a punto de hacerme caer en el interior. Veo cómo me toca la muerte.
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Flashbacks
Художественная прозаNoah Cheryba, un adolescente residente en la ciudad de Seattle, despierta la madrugada del segundo aniversario de la muerte por suicido de la chica que le gustaba, Mayda Gimpel, a causa de un sueño relacionado con ella. Resulta que ese momento es el...