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Estoy en el interior de un bosque.

Ella está a unos cinco metros con una brújula en la mano.

—Diría que es por ahí —dice señalando hacia una colina lejana.

—Yo también lo creo —comento examinando el mapa cuando ya está a mi lado.

—Esto de soltarnos en un bosque y buscar la salida por nosotros solos no es buena idea. —Hace gesto de desaprobación. Yo la observo y sonrío. Ella se da cuenta—. ¿Qué es tan gracioso?

—Oh, nada —digo con tono de inocencia.

—Vamos. —Emprende camino hacia la dirección que hemos acordado y acelero el paso para alcanzarla.

Pasamos varios minutos caminando. El único sonido que escuchamos es el de nuestros pies sobre las hojas de otoño caídas.

—¿Te está gustando la excursión? —pregunta volviéndose hacia mí.

—No está mal —opino encogiéndome de hombros—. Podría haberme tocado una pareja peor. —Suelto una carcajada.

—Ja. Ja. Qué divertido todo. —Pone los ojos en blanco, pero veo cómo sonríe disimuladamente para sí—. Pues la verdad es que tienes razón: casi me toca con Daniel Ryan.

—Pero si hay chicas y chicos que matarían por estar a solas con él durante horas perdidos en un bosque.

—El hecho de intentar caer bien y ser encantador con todo el mundo me parece algo repugnante —formula haciendo una mueca de asco.

—Pensaba que ese tío no tenía defectos —comento.

—Eso es lo que quiere aparentar.

Llegamos a la colina poco después y la subimos. Cuando estamos en la cima, se sienta en una roca que hay al lado de un árbol y yo me acerco a ella.

—Deberíamos tomarnos un descanso —sugiere al mismo tiempo que saca una botella de agua.

Me siento, apoyándome en el árbol, a sus pies.

Da un buen trago al agua y me pasa la botella.

—Gracias —agradezco después de beber.

Observamos el paisaje que reposa ante nosotros.

La miro. Está poniéndose el pelo, acariciado levemente por el viento, detrás de las orejas para que no la moleste.

—¿Por qué tienes estas manchas azules en las manos? —pregunto acariciando las manchitas de su mano que reposa sobre la piedra, a unos centímetros de mi cara.

Ese contacto me hace estremecer, arde, porque no lo tenía previsto. Ha sido un gesto involuntario que me moría de ganas de hacer.

Ella se sonroja, retira rápidamente su mano de la mía y se examina ambas manos como si las viera por primera vez.

—En realidad es una estupidez —suelta una risita nerviosa—. La tinta de los bolígrafos se corre sobre el papel y mancha mis manos, eso es todo.

—Vaya, qué... curioso —dejo ir frunciendo el entrecejo.

Nos callamos y me doy cuenta del espacio que hay entre nosotros. Unos centímetros tan solo.

«Para ya, Noah», me digo.

—Oye, Noah —pronuncia mi nombre con cierta naturalidad—, si pudieras volver a revivir un momento de tu pasado, ¿cuál elegirías? —pregunta rompiendo mi hilo de pensamientos, sin venir al caso.

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