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Estoy de nuevo en mi posición habitual de reflexión y meditación nocturna: brazos a los lados, mirada hacia el techo oscuro y mi mente perdida en pensamientos habituales, como Sophia y Mayda, y otros nuevos, rememorando mis antiguos cumpleaños a raíz de la fiesta sorpresa de hoy.

Aunque, por lo segundo, creo que es Kyle en la sala de inserción; es un aficionado de mi vida familiar. Gracias a eso, consigo conciliar el sueño.

Pero minutos u horas más tarde, una voz familiar me susurra algo.

—Noah, Noah... Despierta.

Al principio no sé de qué me suena y no le hago mucho caso, sin embargo, cuando descifro a su propietario, casi me levanto de un salto.

Mis ojos se abren lo más rápido que pueden, adormecidos.

—So-Sophia... ¿eres tú? —consigo tartamudear.

No espero a que me conteste, porque creo que estoy soñando, por lo que decido comprobarlo por mí mismo abriendo los ojos completamente y sacudiendo la cabeza para salir de mi adormecimiento.

Efectivamente, ella está sentada junto a mí mirándome de una forma confusa: parece triste y, al mismo tiempo, preocupada. Incluso así, me dedica una de sus sonrisas, pero esta vez es desganada y amarga.

La miro fijamente durante unos instantes.

—¿Qué...? ¿Qué haces aquí? —Mi voz suena más cortante de lo que quiero, pero es un acto involuntario e inevitable. Hay algo en mí que se muere por salir. Y lo hace—. Llevas meses desaparecida. —Me levanto de un brinco y me pongo a caminar por la habitación. Mi tono de voz aumenta considerablemente—. Odio tener que admitir esto —niego con la cabeza, haciendo una mueca de desprecio—, ¡pero te he estado buscando como un loco y he estado pensando en ti todos estos días! —Mi voz se descontrola—. ¡Y ahora apareces como si no hubiera ocurrido nada!

Tras eso que creía que era necesidad y deseo de verla se esconde la rabia que acabo de desatar. Me conozco tan poco a mí mismo hasta el punto que no sé definir lo que siento.

Sophia me escucha con los ojos muy abiertos, llenos de culpa.

—Noah, yo no... —Junta los brazos y se abraza a sí misma—. He estado...

—¡Me da absolutamente igual lo que hayas hecho o dejado de hacer! —interrumpo—. Esto va más allá de tus excusas baratas, ¡no es la primera vez que pasa esto! Y, ¿sabes?, no estoy dispuesto a que vuelva a suceder. —Abro los brazos, sin saber qué hacer para canalizar mi frustración—. Se trata de algo más importante. —De repente, la ira desaparece y se instala una serenidad extraña. Mi voz se transforma en un susurro. Es como si no encontrara las palabras para expresarme—. Yo pensaba que teníamos algo. Al menos, eso entendía y sentía.

Me mira conmocionada, pero no dice nada. Yo continúo intentando explicarme.

—Si merece la pena, quédate y cuéntame la verdad. —Me detengo en seco, justo en frente de ella—. Si no pasa lo mismo por tu parte, te invito a que salgas ahora mismo y a que sigas evitándome como ya has hecho.

Continúa enmudecida mirándome fijamente. No se mueve ni un centímetro. Traga saliva y dice:

—Para mí también ha significado algo. Y sigue significando algo. Si quieres la verdad, aquí la tienes —escucho cómo toma aire antes de responder—: mi hermana biológica (o adoptiva, como prefieras) ha muerto. —Se le quiebra la voz y sus ojos se vuelven vidriosos.

La culpa me invade igual que la rabia había hecho instantes atrás. Me siento a su lado y la atraigo hacia mí.

—En la sede de Londres hubo un ataque una semana después de la muerte de Zac aquí, pero fue más significativo. También fue provocado por los Omisos, que se precipitaron en manada hacia las cabinas de una de las salas de inserción empleando distintas armas y matando a todo Guardián o Guardiana con el que se cruzaban o simplemente que estuviera trabajando. Mi hermana pequeña estaba presente en su cabina y, cuando detuvieron a todos los Omisos, ya era demasiado tarde para ella y para la mayoría de los Guardianes que trabajaban en esa planta. —Su voz está ronca, pero, a veces, hace intervalos agudos.

Encaja su cabeza en mi cuello. Sé que está haciendo un esfuerzo por no romper a llorar. Le acaricio la larga cabellera y mis dedos se enredan en sus ondulaciones oscuras.

—Comprendo que estés enfadado conmigo —continua explicando sin mirarme—, pero he pasado los peores meses de mi vida: a penas comía las primeras semanas; solo salía de mi cuarto para ir a la sala de inserción y allí me imaginaba la angustia por la que habría tenido que pasar mi hermana, hasta tal punto que me entraba pánico solo pensar en mi cabina; dudaba si volver a Inglaterra para estar con mis padres y acudir al funeral, pero siempre que les llamaba me rogaban que no lo hiciera, que no fuera, porque lo más importante es seguir con nuestra vida y continuar cuidando de nuestros hermanos humanos para cumplir con nuestro deber. Sinceramente, en estos momentos, lo menos importante para mí es mi hermana humana —niega con la cabeza y la alza para, por fin, mirarme. Sus ojos grises están llenos de dolor y desgracia. Me parten el alma—. ¿Puedes ayudarme a salir de esta?

—Por supuesto —afirmo sin pensármelo dos veces.

FlashbacksDonde viven las historias. Descúbrelo ahora