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—Hora de levantarse, Noah. —La voz de Kyle hace que me sobresalte, cosa que él aprecia—. Lo siento, no pensaba que te asustaría tanto —se disculpa.

—No importa —digo todavía con los ojos cerrados.

Cuando los abro veo que Kyle deja una bandeja con el desayuno para ambos encima del escritorio.

—¿Qué tal has dormido? —pregunta mientras da un sorbo a su café humeante.

—Has cumplido tu promesa: mente en blanco toda la noche. Ni un sueño. —Me levanto, voy al baño, me aseo y me cambio.

—¿Dudabas? —cuestiona cuando empiezo a desayunar sentado en la cama.

—Puede. —Me encojo de hombros.

—Hoy —comienza a explicar, ignorando mi última intervención— iremos a la sala de inserción. Mejor dicho a mi cabina —se corrige—. Te enseñaré varias cosas y después te llevaré al bloque sanitario para que te revisen las heridas y demás. Por la tarde podemos hacer lo que quieras: ir a la biblioteca, conocer a gente, visitar a Ellie...

—De acuerdo. —La verdad es que no sé qué hacer en mi presente tiempo libre infinito.

Acabamos de desayunar y Kyle vuelve a conducirme por esos pasillos interminables.

—Nunca me llegaré a acostumbrar a estos odiosos corredores laberínticos —comento.

—Eso pensaba yo cuando me independicé de mi familia —responde Kyle.

—¿Tu familia vive aquí?

—Sí, anoche estuve con ellos. Si quieres, por la tarde podemos ir a visitarlos. Les he hablado de ti, obviamente.

—Me parece buena idea —concedo.

Él saca su móvil y teclea algo mientras estamos en un ascensor.

—Iremos a cenar con ellos. Mi hermano pequeño está muy emocionado por conocerte —dice con una sonrisa de oreja a oreja.

Asiento y pienso irónicamente: «Genial, ahora soy el ídolo de los niños».

—¿Cómo es posible que tengáis cobertura aquí abajo? —expongo al fijarme en ese detalle.

—Tecnología avanzada. —Detecto orgullo y superioridad en su voz—. Tenemos una red de cobertura indetectable para los humanos de la superficie. Está hecha mediante sistemas hidráulicos que diseñaron nuestros mejores científicos y está disponible en todas las sedes del mundo.

Siento que los ascensores nos hacen descender y me percato de que no hay casi Guardianes circulando por la sede.

—Están, la mayoría de ellos, en la sala de inserción desde hace varias horas porque sus hermanos se están despertando —explica Kyle cuando le pregunto sobre aquel hecho.

—Perfecto, nos vamos a encontrar a todo el mundo allí. —Pongo los ojos en blanco.

—Venga, Noah —me riñe—, no vayas en ese plan tan asocial. Puedo llegar a entenderte, pero parece que intentes aislarte a ti mismo y rehúses el trato con casi todo el mundo.

—No es eso, Kyle. El problema es que no paran de cuchichear cada vez que me ven, como si fuera una criatura extraña. —Estoy indignado.

—Ten paciencia y ábrete, solo te pido eso. No llegarás a ningún sitio si haces lo contrario ¿sabes? —expresa sabiamente—. Además, apenas llevas un día: es normal que seas la novedad.

No respondo, simplemente suspiro y le sigo hasta que llegamos a nuestro destino: las salas de inserción.

Las salas de inserción son como grandes edificios con oficinas en los bloques 16, 17, 18, 19 y 20. Es un lugar rebosante de gente y movimiento continuo que crea una atmósfera de trabajo y energía, que flotan en el ambiente.

A medida que voy recorriendo los pasadizos, veo Guardianes encerrados en sus cabinas delante de un aparato desconocido, examinando recuerdos o sentados porque están concentrándose en algún asunto mientras escriben o revisan objetos.

Me parece fascinante todo este mundo subterráneo, oculto e inexistente para la especie humana, que cree que lo sabe todo. Esa expresión boquiabierta y maravillada se me ve reflejada y provoca una risita divertida por parte de Kyle.

Tras varios tramos observando a los diferentes Guardianes (preguntándome quién sería el hermano o hermana de cada uno) y sus comportamientos a través de las grandes puertas de cristal, Kyle se detiene frente una cabina vacía con el número 514.016.

—Adelante —anuncia después de introducir su mano en un panel que desbloquea el acceso.

Entro despacio, tomándome mi tiempo, y Kyle accede detrás de mí, cerrando la puerta.

Es una sala pequeña, con dos sillas, una mesa, un armario de hierro y varias estanterías que cuelgan de la pared, dejando a la vista los utensilios y los aparatos inidentificables que he visto utilizar a los Guardianes cuando nos dirigíamos hacia aquí. La pared paralela a la puerta por la cual hemos accedido es otro cristal del suelo al techo que muestra las vistas del centro del bloque 20, donde podemos contemplar a los demás Guardianes.

Kyle abre el armario y deja al descubierto un cilindro enorme de cristal medio lleno de pequeños triángulos transparentes. Posteriormente, enciende un ordenador muy moderno y pulsa códigos y palabras que no comprendo.

—Estos —señala el cilindro gigante prestando atención a la pantalla— son todos tus recuerdos.

Me acerco al lugar que señala y me agacho para poder examinarlo con más determinación, ya que los recuerdos están acumulados en la parte inferior. Distingo números minúsculos grabados en los recuerdos, igual que el de Mayda. La única diferencia que percibo, es que los míos son un poco más translúcidos.

—Es porque su recuerdo es más puro; se formó a partir de sus lágrimas —argumenta Kyle cuando le pregunto—. Lo encontró un Guardián que tenía una misión en la superficie en el Evergreen Point un día después de su fallecimiento y, cuando volvió a la sede, se lo entregó a Spencer.

Inmediatamente, saca un aparato pequeño con forma triangular y lo pone sobre la mesa, al lado del ordenador. Le quita la diminuta tapa y coloca sobre el cristal que tiene en el centro de su brazalete de copo de nieve presente en su brazo.

Después, teclea algo en la pantalla táctil del ordenador y escucho un ruido proveniente del cilindro de mis recuerdos. Me fijo en él y veo cómo un cristal es absorbido hacia la superficie del cilindro. Mi hermano se levanta, se dirige a él y pone su mano en el panel que se encuentra junto a él. Cuando el sistema automático emite una luz verde en señal de reconocimiento correcto, Kyle pone la mano encima del cilindro y saca el pequeño recuerdo.

—Acabo de sacar un recuerdo. Para ello, he tenido que poner el número y eso ha provocado que sea absorbido hacia arriba. Después, he puesto mi mano por los detectores de seguridad –aunque en la puerta de fuera ya sea casi imposible acceder sin ser el Guardián propietario de la cabina- y me ha permitido coger el recuerdo —me lo muestra acercándose a mí—. Ahora, voy a insertártelo gracias a este aparato —señala el pequeño objeto triangular que está sobre la mesa—, que he conectado a mí mismo para poder ver tus recuerdos mediante este chip que he puesto sobre mi brazalete —me enseña lo que yo creía que era la tapa del aparato—. Se llama incrustador.

Asiento para que sepa que lo he entendido todo.

Kyle pulsa un botón del incrustador y este emite una luz azulosa.

—Bien, ya está encendido.

Cuando tiene la intención de meter el recuerdo dentro del incrustador, yo le interrumpo antes de que lo haga.

—¿Qué recuerdo vas a insertarme?

—Uno de mis preferidos —comenta casi con malicia y despreocupación—. Es lo más cercano que has estado de Mayda. Seguramente lo recordarás, aunque hace tiempo que no te lo reproduzco porque sé que te duele.

Antes de que pueda replicar cualquier cosa, porque estoy realmente nervioso, él ya ha metido el recuerdo en el molde triangular del incrustador.

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