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Sus ojos, su rostro, sus manos, su cuerpo. Ella entera me paraliza. Es Mayda.

También se me queda mirando, confusa.

—No pasa nada —susurra con voz insegura.

Me da la espalda otra vez, encaminándose al interior del aula.

La observo mientras se instala en un pupitre de la segunda hilera de mesas. Yo estoy dos hileras por detrás y eso me permite tener una buena visión de ella. Me da la impresión de que está inquieta y muy confusa, como si estuviera perdida.

Al cabo de unos instantes, mientras la profesora Méndez, una mujer española y rechoncha, pone sus cosas sobre la mesa, llego a la conclusión de que al volver de la muerte, Mayda tendrá algún tipo de dificultad para afrontar la vida de nuevo.

—Como ya sabéis —empieza la profesora—, este sábado, mañana mismo, nos desplazaremos a Barcelona y algunas ciudades costeras cercanas con la finalidad de aprender y practicar idiomas, en este caso, obviamente, el español.

¿Barcelona? ¿Desde cuándo?

Cómo se nota que he estado ausente tanto tiempo. No tenía ni la más remota idea de que nos íbamos de viaje y, a juzgar por el entrecejo fruncido de Mayda que logro ver porque está un poco de perfil, ella tampoco estaba al corriente.

Ahora, mi mayor duda mental es: ¿Qué pasará con la experimentación si tengo que irme a un país que se encuentra en el otro lado del Atlántico? Algo para lo que también me respondo a duras penas con un «Seguro que Shirin lo tiene todo controlado, no se le habrá escapado este detalle. Tranquilízate, ahora estás bien, tienes a Mayda a unos metros, ¿qué más quieres?»

—Por eso quiero que tengáis muy claras las cosas básicas para que no os perdáis o podáis comunicaros sin dificultades. Así que hoy vamos a repasar todo esto manteniendo conversaciones unos con otros —prosigue la profesora.

La clase se me pasa más rápido de lo habitual, porque no despego los ojos de Mayda durante toda la hora en ningún momento, excepto cuando me preguntan algo y respondo con mi español horrible.

Mientras reordeno la taquilla, después de clase, me siento observado, pero es una sensación que me resulta extrañamente familiar. Me recuerda a algo que ya he vivido anteriormente, hace algunos años.

Cuando cierro la taquilla, dirijo la mirada al lugar que lleva vacío más de dos años, situado en la otra punta del pasillo, pero esta vez me encuentro con los ojos de Mayda de nuevo, llenándolo todo. Cuando se cruzan nuestras miradas, las sostenemos durante varios segundos, en los cuales se me acelera el pulso, y acto seguido las desviamos. ¡Echaba tanto de menos eso! Era algo que solía ocurrir unas tres veces al día antes de que Mayda muriera y parecía un vínculo insignificante, pero cuando ella se suicidó entendí la importancia y la grandeza que tenía algo tan pequeño.



Por la tarde, me dedico básicamente a preparar la maleta para viajar a Barcelona mañana mismo. ¿Por qué me han concedido tan poca antelación?

Salgo a comprar un par de cosas necesarias para el viaje y cuando veo la silueta de la Aguja Espacial a lo lejos, la cara de Sophia aparece en mi mente. Parece muy injusto por mi parte haberme ido sin más, pero hay que aceptar una realidad: soy un cobarde y un estúpido por haber escogido a la chica con la que jamás podré estar, porque cuando se acabe el Cristal del Regreso, Mayda morirá otra vez.

Pero ella es más que eso, es más que una muerta. La atracción que sentía y siento por ella es inexplicable y fuerte. Más fuerte que la que me producía Sophia. Y no me había percatado de ello hasta que me encontré su carta en mi taquilla. Pensaba que siempre estaría ahí, para mí, pero mis nervios cada vez que me acercaba a ella me pasaban factura y no pude decirle nada de lo que sentía por ella. Nunca.

Así que esta oportunidad no la voy a desaprovechar y, cuando sepa que es el momento ideal, voy a contarle toda la verdad pase lo que pase.

«Sophia solo ha sido alguien que te ha ayudado a amortiguar el dolor; es alguien más», piensa una parte de mí. Otra parte de mí lamenta que esté hablando de ella como si hubiera sido una herramienta, pero lo que realmente quiero decir es que en la vida hay personas con las que te encuentras sin más y luego parece que va todo genial, pero de un día para otro algo desconocido se tuerce y todo lo que has construido con esa persona se va a pique como si jamás hubiera existido. Por otro lado, sin embargo, hay personas con las que conectas y nunca desaparecen, por más que intentes deshacerte de ellas. Sophia es de las primeras, aquellas que se van sin volver. O a lo mejor el que se está yendo soy yo. 

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