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—El profe Noah—se burla Kyle—. No me digas que tendré que asistir a tus clases.

—Aquí los estudios son obligatorios hasta los veinte años —explico, aunque sé de sobras que él ya lo sabe—, así que, desgraciadamente, sí.

—Vaya, pues qué fiasco —se lamenta—. Me había librado de las clases gracias al tener que cuidar de ti días antes del comienzo de las vacaciones de Navidad, pero supongo que tampoco me he perdido gran cosa —se encoge de hombros—. De todas formas, estoy por encima del alumno medio, así que me da bastante igual —deja ir con esa expresión característica y habitual de superioridad.

—Lo más importante en el mundo son tus logros académicos y tu brillante mente ahora mismo —replico irónica y cansinamente—, pero te agradecería que me dejaras escribir estas dichosas explicaciones sobre el funcionamiento de la economía en la superficie para la clase de mañana. Suerte que cada clase dura media hora, aunque eso de repetir lo mismo una y otra vez durante una semana no me haga mucha gracia.

—De acuerdo, mi maestro. Que descanse usted en paz y armonía —dice Kyle haciendo una exageradísima reverencia. Entonces, sale de mi habitación después de formular una última risita y una expresión burlona.

Hasta las dos de la mañana no duermo por culpa de tener que aprenderme los apuntes y estar seguro al cien por cien de que tengo todo bajo control. Finalmente, los ojos se me cierran solos.

Lo único de lo que estoy seguro es de que mañana será un día muy largo.

Me despierto más temprano de lo que debería, pero no estoy cansado; es más, intento volver a dormir, pero no soy capaz. Sencillamente hay algo en mí que me lo impide.

Veo la televisión un rato y después repaso los apuntes y las explicaciones que había escrito la noche anterior.

Más tarde, me visto, me calzo y voy al comedor a desayunar, acompañado de mis escasas pertenencias básicas de profesor: una carpeta con los apuntes, los horarios y los datos necesarios, guardados en una mochila.

En el comedor encuentro a Alyssa.

—¿Qué haces aquí tan pronto? —pregunta tras de ofrecerme asiento frente a ella—. Si yo fuese tú, ahora mismo estaría en mi habitación sumida en un profundo sueño.

—Sonará raro —empiezo—, pero soy profesor de Comportamiento Humano, una nueva asignatura.

Abre los ojos como platos.

—Vaya, qué fuerte has empezado, ¿no? —casi exclama con admiración y sorpresa.

—Bueno, a mí personalmente no me entusiasmaba la idea, fue cosa de Spencer. ¿Y tú, qué?

—Es el primer día de clase del trimestre; me estaba preparando. —Se encoge de hombros y me muestra un libro abierto que estaba leyendo antes de que yo me sentara con ella—. Los demás llegarán de aquí un rato, son unos vagos. —Pone los ojos en blanco y sonríe.

Después de que acabemos de desayunar, le pido a Alyssa que me ayude a encontrar el aula que se me ha asignado.

—No está muy lejos —comenta.

Está en lo cierto, ya que se encuentra a cinco minutos del comedor: es el aula 54 del bloque diez.

Le doy las gracias a Alyssa y abro la puerta.

Sinceramente, no esperaba encontrarme con nada de lo que se halla ante mis ojos: una sala enorme –para variar- llena de pupitres individuales con elementos que no he visto en mi vida. En las sillas y en las mesas hay botones y cables, el funcionamiento de los cuales ignoro. Pero, por otra parte, me fascina. También me sorprende que una de las paredes laterales sea de cristal, dando acceso a la vista de otras clases. Las demás paredes están llenas de mapas de Seattle, de Estados Unidos, de otros países y del mundo.

Sobre la mesa hay un ordenador y al final de la clase, una impresora, tal como había afirmado Spencer. También está la pizarra digital que había mencionado, pero decido que, de momento, es mejor no utilizarla porque, básicamente, no tengo ni idea de cómo se maneja. Supongo que esta tarde le pediré a Kyle que me enseñe a utilizar todos esos aparatos tan raros.

Reviso mi horario: el primer grupo que me toca es de alumnos de catorce años.

«Podré con ellos», me repito una y otra vez.

—Hola a todos y bienvenidos a clase de Comportamiento Humano —digo una vez ya han entrado todos los estudiantes. Se han sentado en sus respectivos sitios y permanecen en silencio. Me miran expectantes y estoy esforzándome por no tartamudear—. Me llamo Noah Cheryba y durante, de momento, estas semanas, os explicaré factores que hay que tener en cuenta para tratar y comprender a los humanos.

Pausa. Silencio. Miradillas curiosas clavadas en mí.

—Bien —respiro hondo—, como muchos sabréis, soy humano —una ola de intercambios de susurros y miradas de sorpresa e indiferencia recorren la sala— y estoy abierto a cualquier propuesta, sugerencia o pregunta que me hagáis. —Hago una mueca que pretendía ser una sonrisa natural.

Los alumnos se miran unos a otros, esperando que alguien diga algo.

Una valiente levanta la mano. Es una chica de tez morena, ojos de color miel y pelo rizado, oscuro y corto.

La miro y asiento para indicarle que tiene la palabra.

—¿Nos podrías explicar la diferencia más relevante entre la superficie y la sede? Desde tu punto de vista, por supuesto. —Su voz es más imponente que su aspecto.

—Buena pregunta —puntualizo—. Hay muchísimas diferencias que no tendría tiempo de enumerar, pero una de las que más me ha llamado la atención ha sido el desuso del dinero en las sedes de Guardianes. Este era el tema que tenía preparado para la clase de hoy —explico.

A partir de entonces, voy haciendo mi explicación sobre la economía en la superficie y su gran importancia. Me muevo por toda la clase para concentrarme en todos y cada uno de los estudiantes y permito que me hagan preguntas.

—¿Y si no llevas dinero no puedes coger lo que quieras? —cuestiona un chico abriendo los ojos como platos.

Una chica llamada Katherine, que me ha preguntado previamente sobre las importaciones de coltán de los países pobres para fabricar dispositivos electrónicos, se me adelanta y le responde:

—No, Paul, no puedes. Lo hemos comentado quinientas veces, por si no te has enterado aún. —Pone los ojos en blanco.

La clase se anima y los alumnos cogen confianza.

—Fin de la clase —sentencio pasada ya la media hora—. Nos vemos la semana que viene.

Veo salir a mis primeros alumnos sonriendo y satisfechos. Al ver eso, yo, en parte, me siento orgulloso.

FlashbacksDonde viven las historias. Descúbrelo ahora