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Después de un rato, disminuyo la velocidad para entrar en el aparcamiento.

—¿Nuestra primera cita va a tener lugar en un supermercado? ¿En serio? Dime que es una broma, por favor —comenta dramáticamente.

—Eres muy exigente. —Apago el motor y solo se escuchan nuestras voces y el rumor de otros coches—. No, no te preocupes, es solo un sitio de paso. Enseguida vuelvo.

Me sonríe de nuevo, salgo del coche y entro al supermercado.

Compro lo básico primero: un mantel. Sí, va a ser la primera típica cita de un picnic. Muy estereotipado todo, lo sé, pero dadas las circunstancias ya es mucho pedir.

Cuando vuelvo al coche, Sophia está escuchando la canción de Taylor Swift que habíamos oído a nuestra llegada la pasada madrugada.

—Me estoy aficionando a sus canciones —declara mientras tararea la letra animadamente.

—Bienvenida a la Tierra —digo alegremente.

—¿Me vas a decir de una maldita vez adónde demonios vamos? —insiste seriamente cuando se termina la canción.

—Uh, creo que debería haber comprado una venda para taparte los ojos —comento con una mirada divertida—. Falta poco, no está lejos.

Suspira lentamente dándose por vencida.

Conduzco adentrándome en una carretera más estrecha, en la cual, a sus lados, empiezan a aparecer árboles cubiertos de enredaderas y musgo. Subo el volumen para que una canción alegre y pegadiza nos transmita su optimismo.

Sophia no aparta la vista de su ventanilla, de la misma manera en que su sonrisa se mantiene firme en todo momento. En este preciso instante, me doy cuenta de que estoy siendo feliz; después de todo, soy feliz. Ese pensamiento me hace sonreír más aún y, como consecuencia, me duelen los músculos de la cara.

Al principio pasamos al lado de varias casas y fincas, pero a medida que nos adentramos en las curvas de la carretera repleta de vegetación, el número de viviendas va disminuyendo. Finalmente, entre las plantas, veo mi objetivo: un edificio. Aparco en unas plazas cercanas al inmueble y saco las bolsas con lo que he comprado en el supermercado.

—Vaya —indica Sophia sorprendida mirando el edificio mientras sale del coche, aunque realmente lo que le fascina es la vegetación que hay a su alrededor—, me encanta este sitio: los árboles cubiertos de musgo, las enredaderas, las plantas... ¡Es increíble! —Sus ojos recorren todo lo que tienen a su alcance. Parece una niña en un parque de atracciones—. ¿Qué es ese lugar? —pregunta señalando al edificio.

—Es una planta de tratamiento de aguas —respondo—. Pero, como comprenderás, no vamos a ir allí.

Me mira interrogativa y acusadoramente.

—Para llegar al sitio que tengo en mente a la hora que tengo prevista, tenemos que dar un breve paseo. Vamos, por aquí —anuncio señalando hacia el norte.

Durante un largo periodo de tiempo, caminamos en silencio. Sophia parece estar en otro mundo, mirando todo lo que tiene al alcance de su campo visual. Yo solo me dedico a mirarla y a guiarla cogiendo su codo para que avance de vez en cuando. También me sonríe cuando siente mi mano contra su codo, le devuelvo la sonrisa y, después, continúa explorando con sus ojos grises cada milímetro que sea capaz de observar.

Momentos más tarde, su mano se enlaza con la mía.

—¿Ya has acabado tu investigación? —bromeo.

—Me juego lo que quieras a que esa cara se te quedó a ti también cuando pisaste el cuartel general —rebate a la vez que pone los ojos en blanco—. Ya te lo he dicho: me parece impresionante este sitio. Lo más parecido que tenemos en la sede es el acantilado y lo único que tienen en común es la hierba artificial del suelo. Si no fuera porque no llega la luz solar, te juro que plantaría cientos de árboles en la sede.

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