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Mis piernas me conducen hasta el spa del hotel, donde hallo una piscina interior. La puerta está abierta y compruebo que no hay nadie a excepción de mí. Pero lo cierto es que sí hay alguien, una chica.

Mayda.

Está sentada en el borde de la piscina, vestida con una camiseta de tirantes y unos pantalones cortos a modo de pijama. Sus pies descalzos cuelgan por encima del agua, balanceándose. Se sobresalta cuando escucha mis pasos y me mira fijamente cuando me reconoce.

—Lo siento —me disculpo. Mi voz resuena en el espacio—. No sabía que estabas aquí.

Suspira y gira su rostro, mirando hacia la piscina de nuevo.

—No pasa nada —murmura, aunque yo logro escuchar su voz porque también resuena. Ambos nos quedamos callados sin saber qué decir en el casi eterno periodo que comprende unos instantes. Le hecho un último vistazo y hago un ademán de irme, pero justo cuando doy un paso Mayda rompe el silencio cuando, dirigiendo su mirada hacia mi dirección nuevamente, dice—: No, no te vayas.

Me detengo. Creo que esas palabras son exactamente las que quería oír, aunque no tenía la seguridad de que jamás las fuera a pronunciar porque creía que nunca volvería a hablarme.

Me acerco a ella, sentándome a su lado en el borde de la piscina, con mis pies rozando la superficie del agua. No obstante, dejo un pequeño espacio entre nosotros, aunque nuestros codos están casi tocándose y mi cerebro solo está pensando en ese contacto, por pequeño e insignificante que sea.

—He estado reflexionando —empieza a decir— y creo que he sido un poco dura contigo. —Alza sus ojos, que hasta ahora habían estado reflejando el destello del agua, para mirarme—. No quería decirte eso exactamente. No te lo merecías realmente.

—¿Entonces qué querías decir? —Encojo los hombros para hacerle saber que puede pronunciarse sin ningún problema, que pase lo que pase me lo tomaré bien.

Sus ojos adquieren un brillo ligeramente nuevo, un brillo que nunca antes había percibido en ellos. Parece algo entre maligno y divertido acompañado de una misteriosa sonrisa.

—Lo que de verdad te mereces es esto.

De repente, sus manos sujetan mis brazos y me empuja al interior de la piscina. Sorprendido y desprevenido, me sumerjo en el interior quedando completamente mojado.

Cuando vuelvo a respirar aire, saliendo a la superficie, me retiro el flequillo hacia atrás para poder mirarla: se está riendo de mí. Quiero parecer enfadado, pero al escuchar el sonido de su risa y verla riendo, no puedo evitar esbozar una sonrisa.

—¿Por qué me has hecho esto? —pregunto entre carcajadas—. Es el último pijama que me queda limpio.

Nado hasta ella y me agarro al borde de la piscina.

Se encoje de hombros.

—Tenía que hacerlo.

—¿Ah, sí? —repongo divertido—. Pues resulta que yo también.

Agarro sus piernas y tiro de ellas hasta que cae al interior de la piscina completamente, después de emitir un grito de sorpresa.

Con el pelo empapado, cubriéndole la cara, Mayda sale a la superficie y nada desesperadamente hasta mí. Cuando llega, me abraza, cogiéndome por los hombros con mucha fuerza, casi con ansia y angustia. Yo la cojo por las caderas y sus pies rodean mi cintura con nerviosismo.

—¿Qué ocurre?

—Me da miedo el agua —me susurra al oído con una respiración muy alterada—. Desde que pasó eso, cada vez que veo agua en grandes superficies noto cómo el líquido invade mis pulmones.

FlashbacksDonde viven las historias. Descúbrelo ahora