Capítulo 34

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Un pitido inmutable la arrancaba de los brazos de la lobreguez, un pitido que retumba a en su cabeza y la devolvía al consiente. Una luz intensa caía sobre su rostro, impactó en sus ojos que intentaban abrirse, arrugó el gesto como objeción a la luz que le fustigaba ardor a su vistas, y ese ardor no sólo estaba presente en sus ojos, sino también en su garganta, sentía la boca seca y que la garganta le quemaba, sus oídos todavía escuchaban ese prolijo pitido constante, ¿qué demonios era ese pitido? Sintió una mano acariciar su mejilla y se contrajo ante la sorpresa, provocando que abriera de ojos de pleno. Se quedó atónita, no entendía nada de lo que acontecía ni el por qué Dinah estaba al lado suyo.

— Ey... Mila... Oh, Dios mío, despertaste — celebró emocionada con una sonrisa que se dibujaba de oreja a oreja.

Parpadeó varias veces tratando de que sus ojos se adaptasen a la incandescente luz y cuando lo consiguió, ahora se percató de una segunda figura, una que le desató el pavor y se contrajo abruptamente ante sus ojos oscuros cayendo sobre ella.

— Ey, Ey. Tranquila, Mila — le apaciguó Dinah acariciando su brazo, tratando de infundirle calma ante su sobresalto.

Pero Camila no estaba bien, ella no quería verlo, de originaba pánico avistarlo y el monitor conectado a sus pulsaciones de donde nacía el latoso pitido marcó el ritmo de su corazón acelerándose envilecido. Se removió tratando de levantarse, de quitarse el respirador que tenía en la boca mientras sus ojos se tornaba brillosos por la presencia de Greg en la habitación.

— No te quites eso — le reprendió su amiga haciéndole presión contra las manos para evitar que se despojara del respirador.

Dinah vio el miedo en los ojos de Camila y trazó la ruta que sus ojos miraban, para dar con Greg a sus espaldas con gesto de aflicción observado a su esposa.

— Greg, creo que no quiere verte — le comentó la rubia.

Greg la contemplaba consagrado, sus ojos también estaban brillantes, llenos de congoja, y después miró a Dinah y le asintió, así que sin formular palabra alguna se retiró de la habitación y solo entonces las pulsaciones de ella comenzaron a apaciguarse.

— Tranquila, ya se fue — quitando las manos vendadas de Camila de su respirador para acomodarlas con delicadeza a sus laterales.

— Agua... — le susurró imperceptible porque su voz salió afónica.

— ¿Qué? — haciendo el ademán de acercar su oído a los labios de su amiga.

— Agua... — usando un tono más alto que la anterior vez.

— Oh, agua, entonces si quítatelo — ahora ayudándole a despojarse del respirador.

Sirvió de inmediato un vaso de agua de la jarra al lado de la camilla y le ayudó a beberlo, así apagó el fuego de su garganta y pudo sentir un lenitivo, un alivio breve mientras todos sus pensamientos retomaban sus lugares dentro de su cabeza.

— Tú y yo tenemos que hablar — le espetó su amiga refunfuñando.

— No tengo ganas de hablar...

— ¿Cómo qué no? No te hagas la loca y escucha lo que tengo que decirte.

— Dinah...

— Esa no es la salida. Tú tuviste que haberme pedido ayuda y yo habría ido a buscarte a donde sea. Eso hacen las amigas.

— Nadie puede ayudarme... — desviando la mirada lejos de los ojos de su amiga.

— ¿Por qué piensas que nadie puede ayudarte? — inquirió colocando su mano sobre la de ella, pero obtuvo el silencio como respuesta, no quería hablar, no quería vivir y sin embargo estaba allí, de regreso a su realidad, a su infierno —. Fue culpa de él, ¿verdad? ¿Qué te hizo ese infeliz? — insistió con tono dulce —. Anda, dime, si no me dices ¿cómo podré ayudarte?

DEL AMOR AL ODIO (CAMREN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora