Capítulo 37

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Después de tomar una dilatada ducha caliente que aflojara la tensión ciñendo sus músculos, se sentó sobre un diván de exterior asentado en uno de los ingentes balcones de la casa, cuyas vistas apuntaban hacia el océano y la serenidad que le infundía el paisaje suprimía el amargo sabor que le había dejado en la boca la discusión con Lauren. Ahora, con más calma, se detenía a pensar en la materia del conflicto. Entendía lo frustrante que debía ser para la Ojiverde no conocer el motivo detrás del ficticio matrimonio que las dividió hace ya tanto tiempo, pero es que le tenía merecido pavor a las represarías de Greg. Cinco inclementes años donde aquel monstruo le recordaba infatigablemente lo que su mano ejecutoria podía hacerle a su padre si ella protestaba, si huía de su prisión contorneada por lujos, pero que al fin y al cabo era su prisión; o, si hablaba referente a ello con un tercero. De alguna forma su cerebro receptivo había acatado las amenazas y si a eso le añadimos los cinco tempestuosos años que tuvo que tolerarlo, le había sellado sus labios. Era una atmosfera borrascosa en la que nacían sus miedos. Quería decirlo, pero estaba asustada, le tenía merecido temor a las consecuencias si rompía su mudez.

Su espacio de privacidad fue acometido por el ruido de unas pisadas que atrajo su mirada hacia la dirección de donde nacían. Fue así que pudo divisar a una mujer joven con trenzas en sus cabellos y vistiendo un uniforme, que además sostenía en sus manos una bandeja en la cual reposaba un desayuno servido. Tras ingresar a su espacio la brisa barrió hasta sus fosas el aroma que desprendía la comida recién sazonada, pero no surtió efecto alguno en sus entrañas. Su apetito estaba cerrado como era habitual.

— Buenos días, señorita Camila — le saludó con una sonrisa acompañando su gesto risueño.

— Buenos días... — le devolvió el gesto, algo más simplificado en comparación al de la doméstica, pero no fue intencional, era un acto reflejo de su afligido corazón.

— Le traje su desayuno. Le preparé de todo. Omelette, tocino — apuntando con su dedo índice cada cosa que mencionaba mientras que sostenía la bandeja con su otra mano y apoyándola contra su cuerpo para reforzar el agarre —, waffles, café, jugo de naranja recién preparadito; le puse también yogurt, frutitas picadas, pan y queso. Hay tiene para escoger — culminado con una sonrisa.

— Gracias... Pero comeré más tarde, ahora mismo no tengo hambre — se excusó con desgana trayendo como derivación el gesto de decepción de la domestica.

— Ay, señorita, me dejaron ordenes de que me asegurará de que comiera todo.

— Lo haré más tarde.

— Pero más tarde se le va a enfriar, señorita, y no será lo mismo.

— Por ahora no tengo apetito — le rechazó Camila con obstinación.

— Va a tener que comerse todo — resonó una voz masculina que se incluyó al lugar y que atrajo como resultante la mirada de Camila asestada en su dirección.

— Tú otra vez... — murmuró al chico que había reconocido de inmediato.

El obediente chófer de Lauren.

— Hágale ese favor a Lupita. La jefa le dejó claro que si no lograba que comiera, la despediría. Y necesita el trabajo.

— Por favor, señorita — ahora usando un gesto de suplicio ilustrándose en su rostro.

— ¿Lauren es así de antipática con sus empleados?

No recordaba a Lauren de esa manera, incluso en su papel como Michelle había presenciado mucha cortesía de su parte para con los empleados a su servicio.

— No, realmente no lo es. Solo que "alguien" parece que la sacó de quicio esta mañana — comentó con socarronería.

— ¿Entonces tengo la culpa? — bosquejando gesto de indignada en sus facciones.

DEL AMOR AL ODIO (CAMREN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora