Capítulo 36

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Lauren fue presa asequible de los temores más abyectos que le apalearon el cuerpo sin auxilios de clemencia cuando se vio despertar en un lecho de sangre. Las dosis de adrenalina de manera vertiginosa la socorrieron y sus impulsos más inmediatos desataron acciones casi mecánicas, incorporándose de la cama para sujetar el rostro de Camila, quien todavía yacía navegando sumergida en sus sueños.

— ¡Dios! ¡Camila! — exclamó siendo acribillado por los temores más recónditos.

Sus ojos le ardieron, le quemaba mientras contemplaba horrorizada a su amor ensangrentado, inconsciente, y la sacudió ambicionando ver a sus ojos abrirse y exponer aquel iris café tan cálido, tan consabido. Pero eso no ocurría y un escalofrío de terror descendió por su espina dorsal. Se apresuró a envolverla en la sábana amarrada al cuerpo de ella para levantarla en brazos. Así que cuando hizo el ademán de levantarla, ella, abrió los ojos.

— ¿Lauren? — preguntó aturdida ante la exaltación de la Ojiverde extrayéndola del arrullo de sus sueños, todavía con su cerebro embalado por la somnolencia.

— Oh, Dios mío... — suspiró aliviada acariciando tiernamente sus mejillas, sintiendo un aire de frescura al encontrarse con sus ojos cafés a los que adora, pero que a la vez, y de una manera paradójica, les teme, un temor por no volverlos a contemplar.

— ¿Qué ocurre...? ¿Por qué estás llorando? — con el desconcierto retratándose en sus rasgos.

Lauren no fue consciente de que por sus ojos escurría lágrimas sino hasta que ella hizo mención de aquello, pero no le contestó, solo la besó, la besó con avidez para posteriormente abrazarla, la apretó con fuerza contra su cuerpo con si aquello evitara que pudieran arrebatársela, ni la muerte misma podría arrancarla de sus brazos.

***

Greg observaba con detenimiento y contrariedad el reverso del espejo del cuarto de interrogatorio, un recinto encerrado, privado de ventanas o luz natural, solo la iluminación artificial esclareciendo cada rincón. Allí donde los agentes tomaban una declaración del sujeto que falseó, con una escena de teatro, ser atropellado a la sombra de semáforo. Apuntando hacia el propósito de atraer la atención del Bentley que transportaba a su esposa y del cual fue indignamente arrancada. Sus delirios arrastraban a su deseos fervorosos de estar ahí dentro y sacarle la franqueza a golpes, pero en cambio estaba siendo transgredido por la frustración al escuchar desde el otro lado de la sala como él sujeto se resguardaban tras muros de descaradas falacias.

— ¿Entonces tuviste la mala suerte de ser atropellado por el auto que perseguían los secuestradores esperando por una oportunidad para violar al Bentley blindado y sacar del interior a la señora Salim? ¿y tú casualmente le diste esa oportunidad? — preguntó con aires de incrédulo el agente a cargo del interrogatorio, un sujeto que comía de la mano de Greg.

— Es lo que dije — comentó tranquilo relajándose en su asiento, revisando el estado de sus uñas.

Había cuatro personajes en el interior de aquel recinto confinado: dos agentes, el sospechoso y su abogado. Contiguo a esa habitación yacía Greg con otro agente que estaba asignado a grabar el interrogatorio que tenía lugar en la habitación adyacente.

— Sí, una casualidad tremenda. ¿No crees?

— ¿Qué le puedo decir? Siempre estoy en el lugar equivocado, en el momento equivocado.

— ¿Sabe usted que se le puede imputar cargos por complicidad en secuestro y que le podrían dar una pena de los diez años en adelante? Este delito es el más grave que haya cometido en su historial de delincuencia.

DEL AMOR AL ODIO (CAMREN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora