Capítulo 85

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Estaban sentados en silencio.

Uno junto al otro.

La lluvia había empezado a caer con suavidad.

Sherlock terminó su llamada a Lestrade pidiéndole que se encargara de todo y que por favor mintiera una vez más por él. Que dijera que había habido un forcejeo en el interior del almacén para que no se sospechara de las verdaderas intenciones con las que había acudido a aquel fatídico encuentro con Greenley.

No había razón por la cual quedarse en aquel callejón pero lo hicieron. Parecían necesitar un respiro de las extenuantes emociones que los habían asaltado tan sólo unos minutos antes.

Joan extendió las manos para que un pequeño chorro de agua que se deslizaba desde el tejado que los cubría empapara sus manos y lavara la sangre de Piere.
Sherlock guardó su teléfono celular y observó la sangre oscura que manchaba a Joan. En silencio sacó un pañuelo del bolsillo interior de su saco y lo humedeció con otro hilillo de agua que caía. Colocando sus dedos en la barbilla de ella, giró su rostro y empezó a limpiar con delicadeza las manchas rojizas en sus mejillas. Después procedió a doblarlo y a mojarlo de nuevo. Esta vez empezó a limpiar la sangre de las rodillas desnudas de Joan.
Cuando estuvo seguro de haber quitado hasta la más mínima mancha pudo respirar más tranquilo. Ya no quedaba rastro de aquella sangre sucia que profanaba la piel de su compañera.
Iba a dejar el pañuelo a un lado cuando Joan lo tomó y buscando una parte limpia, la humedeció y la frotó con sumo cuidado por los nudillos ensombrecidos de Sherlock.
Quitó también toda mancha de la sangre de Greenley y tiró con fuerza el pañuelo hacia una caja húmeda y abandonada ubicada a unos metros, lejos de ellos.
La doctora apoyó su cabeza en el hombro de Holmes y tomó su mano delgada envolviéndola con las suyas.

  - Esto no ha terminado Joan. -sonaba cansado. Y por algún extraño motivo parecía que hablaba de otra cosa.

  - Lo sé.

  - Tenemos que seguir con la investigación hasta estar seguros de que Greenley y su hacker estarán metidos en la cárcel.

  - Lo sé. -Suspiró y se enderzó.- ¿Nos vamos entonces?

Sherlock asintió y sin soltar la mano de ella se encaminaron al auto negro.
Minutos más tarde llegaron al apartamento envueltos en un silencio que reflejaba agotamiento.
Sherlock insistió en preparar una comida mientras ella se duchaba y se ponía ropa más cómoda.
Cuando la doctora se asomó a la cocina un plato de humeante sopa ya estaba servido.

  - Adelante. -la animó el detective tapando la olla en la cual quedaba aún una buena cantidad de sopa.

Joan no dijo nada pero seguramente se notaba la contradicción en su rostro, pues a pesar de que el platillo olía delicioso el poco apetito que tenía le impedía el provar bocado.

  - Trata de comer, por favor. -Él la observó con expresión preocupada.- Seguramente no te has alimentado bien.

  - Tu tampoco lo has hecho.

  - Me ducharé y luego vendré a tomar la sopa, ¿está bien? Así que hazlo tu también.

Ella asintió, Sherlock se acercó y depositó un beso en su frente antes de encaminarse hacia el baño.
Mientras él se duchaba Joan se asomó a la ventana con ánimo contemplativo. Pensaba en la gravedad del tono de voz de su pareja, en su ensombrecido rostro y su aplacada actitud.
El caso Greenley realmente había afectado a Sherlock. Y supuso que ahora mucho más que en el pasado. Estando como estuvo, a punto de matarlo. A punto de vengar a las víctimas.

Las víctimas.

Con mirada cautelosa observó la gruesa carpeta puesta sobre la mesa.
La carpeta que contenía los testimonios escritos de las víctimas.
Tratando de ignorar la pesadez que oprimía su pecho tomó la carpeta y empezó a leer. Tenía que familiarizarse con todo.
Leyó y leyó mientras la adversión que sentía contra Piere Greenley crecía y crecía. Ese monstruo le había arruinado la vida a decenas de personas con extrema y escalofríante crueldad. Los detalles escritos en aquellas páginas la superaron. Creía que con su experiencia, ese tipo de horribles casos no le afectarían tanto pero comprobaba una vez más que no era así. La acumulación de tantos momentos que suponían cierto estrés empezaba a cobrarle factura. Lo que pasó con Greenley y Sherlock, lo de Danna Raynolds en el hospital y todos los casos anteriores a ese le habían dejado una porción de estrés emocional cada uno. Y ahora, con la lectura de aquellas escalofríantes declaraciones, sentía que llegaba a su límite.
Cerró la carpeta de golpe dándose cuenta de que los ojos se le habían cristalizado con la humedad de las lágrimas pero se obligó a calmarse y contenerlas. No quería que Sherlock la viera así.
Visualizó una mano firme que le quitaba la carpeta con delicadeza.

You can't solve me (SherlockBBC/Joan WatsonCBS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora