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Una mujer de mediana edad, completa y absolutamente vestida de negro de los pies a la cabeza, medias y zapatos de tacón incluidos, camina con paso decidido por las calles de Barcelona. Lleva su pelo castaño recogido en un moño, que cubre un tocado negro azabache. Sus ojos verdes quedan escondidos tras unas gafas de sol puntiagudas, de estilo felino, y de vidrio oscuro. Sus labios se perfilan de un modo perfecto con carmín rojo.

Es una mujer atractiva. Cualquier desconocido que se cruza en su camino está tentado a mirarla, a recorrer de arriba abajo las perfectas proporciones de su cuerpo, la enorme y clásica armonía que crea al andar. Ella lo sabe aunque nunca lo afirma. Se subestima aunque no debería hacerlo.

Se detiene frente al escaparate de una tienda, una panadería más concretamente. Observa con detenimiento los tipos de panes, dulces y pasteles que la dueña ha colocado estratégicamente para halagar a sus clientes. Le llega el atrayente, cálido y dulce olor de lo recién hecho y cierra los ojos para permitirse, por unos instantes, perderse en ese olor. Pero la fantasía dura poco, el tintineo de la pequeña campana colocada sobre la puerta del establecimiento la hace volver a la realidad. Alguien sale, una mujer joven, que la observa durante un segundo y no tarda en desaparecer calle abajo.

Ella se detiene a mirar a su alrededor. Cree haberse perdido. Aún no conoce lo suficiente la ciudad pese a haber vivido allí cerca de un año. Hubiese sido mejor coger un taxi. Abre su bolso y saca un pequeño papel blanco con algo escrito, una dirección. No tiene ni la menor idea de donde está así que decide que entrar a la panadería y preguntar será la mejor opción. Roza con sus dedos, cubiertos por unos guantes negros y espesos, la manivela de metal dorado y empuja mientras la acompaña el tintineo de la campana.

Una mujer no mayor que ella, rechoncha y de mofletes colorados, sonríe al verla entrar. Limpia sus manos con el delantal blanco que cubre su cuerpo y se coloca frente al mostrador con la inventada amabilidad digna de los mejores vendedores.

-Buenos días señora, ¿qué le pongo?

Ella duda. ¿Debería comprar algo y después preguntar o simplemente intentar averiguar la dirección escrita en su pequeña nota? Decide que lo primero será lo mejor.

-Buenos días, me pone un hojaldre de esos de ahí.

-¿De los de tomate?

-Esos.

-Ya verá que le gusta, son deliciosos. Mi marido no tiene otra que coger tres o cuatro a media mañana, y ya ve usted, yo le digo que no coma tanto, que luego a la hora de comer no le apetece nada y me quedo yo con la comida hecha-ella sonríe por el mero afán de complacer a la panadera aunque reza para que acabe pronto su discurso-Y con todo esto-la mujer señala lo expuesto bajo el mostrador-porque no se crea usted que una lo vende todo todos los días, ¡ni mucho menos! Ya me gustaría a mí, ya...

-Claro...Disculpe, ando buscando una dirección y no sé muy bien donde está, sé que está cerca pero...

-A ver.

Hacen un intercambio. Ella le cede el pequeño papel blanco mientras la panadera le deja sobre el mostrador el hojaldre perfectamente envuelto en papel de estraza.

-¡Uy! Me temo que llega tarde, el Orfanato del Carmen cerró hace años. Ahora han construido un edificio de apartamentos, me parece. Y según tengo entendido, de precios muy elevados, ¡Ni que fuera esto la Diagonal!

-¿Es posible que lo llevaran a otro sitio?

-Eso ya no lo sé, señora. Pero puede preguntar en la misma Iglesia del Carmen, queda justo una calle detrás y tengo entendido que ahí fue a parar todo lo que había o quedaba del orfanato.

Barcelona, 1968.Where stories live. Discover now