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—Esto es de locos...nos van a detener y vamos a terminar todos en la cárcel. No sé por qué os he hecho caso, la verdad. Debería haberme quedado en casa...

—Jean Louis, conduce. Todo va a salir bien, ya lo verás.

Blanca no dice nada. Mira por la ventanilla del coche, como van dejando atrás las calles anchas y las grandes avenidas y se van adentrando poco a poco en calles más estrechas. Jean Louis ha decidido dar más vueltas de lo habitual para llegar a la mansión Rothschild, intentando evitar no sabe muy bien que. Max se gira, comprueba que nadie les sigue y mira a Blanca, sigue pálida, callada, nerviosa. Sabe que no cree que su hijo haya muerto pero algo dentro de ella le dice que sí, que existe una más que probable posibilidad de que haya ocurrido.

—Entonces, ¿cual es el plan? Porque no has explicado nada.

Blanca aparta su mirada de la calle y la fija al frente. Ve los ojos azules de Max y los oscuros de Jean Louis en el retrovisor. Espera a que Max hable. Lo único que había hecho al volver del teléfono había sido prácticamente obligarles a subir al coche sin dar ninguna explicación.

—Tú paras a un par de calles, que el coche quede lejos pero no en exceso. Os quedáis en el coche y yo voy a la mansión esa. Es todo.

—¿¡Estás loco!? ¿¡Qué quieres que Miguel te mate!?—grita Blanca mientras alarga el brazo y se agarra del asiento de Max—. Deberíamos haber avisado a la policía. Lo que está haciendo Miguel puede que en España pase pero aquí, aquí tiene que ser ilegal.

—¿Y qué quieres que le digamos a la policía? Sí, hola, mire, mi hijo que estaba preparando un ataque contra Franco desde aquí, desde París, ha desaparecido.

Blanca se cruza de brazos ante la ironía hiriente de Max. Resopla y las alas de su nariz se hinchan mientras aprieta sus labios. Mira por la ventanilla, no sabe exactamente por donde van pero no deben estar lejos.

—A ver, calma. Estamos a una calle. Paro y decidimos, todavía estamos a tiempo de volver. Creédme, he visto muchas veces como actúa la Brigada y no es algo agradable. No dudarán en quitarnos del medio y luego se las arreglarán para cargarle el muerto a otro o peor aún, a nadie. Dejaran que caigamos en el olvido...

—Iré yo.

En cuanto el coche se detiene, Blanca abre su puerta y sale a la calle. Una brisa leve recorre su rostro. Aprieta sus dientes y la zona de su mandíbula. Está nerviosa pero debe aguantar. Max sale a toda prisa y cierra de un portazo.

—¡Blanca! ¡Ni se te ocurra!—grita mientras la agarra del brazo y no la deja avanzar.

—Quita. Voy a solucionarlo. Que se atreva ese a hacerme algo.

—¿Pero te estás escuchando? No voy a permitir que vayas, de ningún modo. Ni pensarlo.

Blanca no dice nada. Le mira a los ojos y le agarra de la muñeca. Max se asusta. Sus ojos se vuelven oscuros, penetrantes, hundidos y sin brillo. Le juzgan como nunca lo han hecho. Sus dedos se clavan en su brazo, dejando una marca rojiza. Le suelta el brazo y la deja avanzar. Blanca toma aire y emprende su camino a un ritmo estable, dejando a los hombres tras ella. A medida que avanza, una valla negra y alta, que apenas se ve, cubierta de hierbajos y enredaderas, la va siguiendo. La casa se va dibujando entre los árboles, majestuosa pero decadente, de un esplendor tétrico, que a Blanca le da escalofríos. Llega hasta la puerta, es igual a la valla. Una de las puertas yace en el suelo mientras la otra se mantiene en pie a duras penas. Intenta cruzarlas con el máximo cuidado. Los hierbajos del suelo arañan sus medias y dejan leves cosquillas en sus piernas. Eleva la vista, no hay ninguna luz dentro de la casa. Tras superar los primeros metros, un camino que debió ser de baldosas y que ahora están rotas y fuera de su sitio, la guía hasta las escaleras y las puertas de la casa, de madera hinchada y llena de imperfecciones y manchas oscuras. Antes de intentar nada, se asoma ligeramente por una de las ventanas laterales, pero no ve nada. Todo está demasiado oscuro en el interior. Una de las ventanas está rota y la cortina raída sale hacia el exterior resultado de la ligera brisa que la mece con suavidad. Blanca sigue dándole la vuelta a la casa. Debe tener una puerta trasera o algo por el estilo. Se asoma a la parte trasera, lo que en su día debió ser un jardín de envidiable gusto y elegancia ahora solo es un resto comido por el tiempo, donde las malas hierbas han terminado con todas las plantas y arbustos. A Blanca le da la sensación de que aquel escenario no puede ser una mejor metáfora de quien ahora habita la casa. Presta atención, escucha una melodía, algo de música procede del interior. Ve como una pequeña puerta de madera se abre, alguien sale de ella con calma. Un joven vestido con camisa ocre y pantalones oscuros fuma un cigarillo. Blanca se pega a la pared. Su corazón empieza a acelerarse, una pequeña taquicardia se apodera de ella y una extraña sensación fría recorre sus extremidades. Se da cuenta de que no para de temblar. Ella no sirve para eso. Piensa en Max, probablemente esté maldiciendo a toda la corte celestial por haberla dejado ir sola. La música que antes se escuchaba lejana ahora se intensifica. Sale otro hombre del que Blanca solo adivina la silueta, queda de espaldas a ella y habla con el más joven. Blanca identifica la canción, Mejor de Los Brincos. No es precisamente el fondo musical idóneo para esa situación. Intenta controlar su respiración pesada y pone atención a la conversación mientras intenta adivinar de quien se trata.

Barcelona, 1968.Where stories live. Discover now