Blanca lleva sus manos hasta su cabeza. Lleva un buen rato dando vueltas en circulo, bajo la atenta mirada de Max, que entrelaza sus manos y mueve su pie sin descanso, a un ritmo rápido, de arriba abajo, nervioso.
—Tenemos que ir a la policía. Eduardo ha desaparecido, Max.
—Sabes que no podemos hacer eso.
—Ya. ¿Y qué pretendes? ¿Qué no digamos nada?
Max se pone en pie y la detiene. Le estaba poniendo más nervioso ella que la situación. Suspira y pasa sus manos por su pelo, avanzando hasta la ventana de la habitación. Se asoma a la calle durante un segundo y vuelve a mirar a Blanca.
—Vamos a pensar. La última vez que le vimos estaba en el bar, con el camarero y la chica esa. Volvamos allí, preguntemos.
Blanca asiente con rapidez. Coge su bolso y lo cuelga de su antebrazo al tiempo que Max sale de la habitación. Bajan a toda prisa las escaleras, pero al llegar al hall intentan aparentar normalidad.
****
—¿Dónde estoy? ¿Quién eres y qué quieres?
—Demasiadas preguntas...
Eduardo intenta afinar su vista, fijar sus ojos en quien se esconde entre las sombras y al que solo ilumina el punto encendido del cigarrillo. Su tono de voz le resulta familiar pero no es capaz de asociarlo con alguien. Intenta moverse en la silla, todo su cuerpo empieza a resentirse. No sabe las horas que lleva allí atado, no sabe si es de día o de noche, si Blanca y Max se habrán dado cuenta de su ausencia.
—Vamos a ver, Eduardo. Habéis complicado demasiado las cosas. Todo era tan fácil como decir un nombre, el cabecilla de todo este plan. ¿No querrás pagar tú por ellos? ¿Verdad?
Eduardo toma aire pero al hacerlo una fuerte presión recorre sus costillas, lo que le hace toser repetidas veces. Quien le interroga, baja de la mesa en la que estaba sentado con cierta dificultad, apretando el brazo derecho contra su vientre. Eduardo se da cuenta de ello. No puede ser. Es imposible.
—¿Miguel? ¡Pero no puede ser! ¡Estás muerto! ¡Yo te vi!
Eduardo empieza a gritar y a zarandear la silla, haciendo que caiga de lado y con ella, todo su cuerpo. Miguel se acerca a él y le vuelve a colocar en su sitio, dejando un leve bofetón en su mejilla. Toma una calada de su cigarrillo.
—Hombre, me has reconocido. Muy bien, Eduardo. No estoy muerto, ya lo ves. Os marchasteis, Esteban fue detenido, a mi me atendieron y milagros del Señor, aquí estoy. ¿Qué pensabas que te ibas a librar de mí tan fácilmente? Yo no soy así, a mí me gusta insistir. Pero no estamos aquí para hablar de mí sino de ti.
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—Hola, buenos días. Disculpe, anoche vinimos con mi amigo, Eduardo, ¿le suena?
Max pregunta algo nervioso mientras pega sus manos a la barra, intentando captar la atención del camarero, que se acerca a él sin dejar de limpiar el vaso que tiene entre sus manos. Blanca llega tras él y se apoya también en la barra, expectante.
—Claro que conozco a Eduardo, a quien no conozco es a ustedes.
—Soy Blanca, su madre. No sabemos nada de él desde anoche, ¿Sabe usted algo? ¿Con quién estuvo o con quién se fue? Algo, cualquier cosa nos sería de ayuda.
—¿Qué Eduardo ha desaparecido? Merde. No, yo no sé nada. De aquí se fue solo, me dijo que se volvía al hotel, que ya tenía suficiente. Lo habrán cogido los de la Brigada, esos malnacidos.
Blanca lleva su mano derecha hasta sus labios. No debieron apartarse de él. Fue un error, un grave error que no se podían permitir. Max suspira nervioso y golpea la barra con la palma de la mano.
—¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Joder, ya lo teníamos! ¡Todo es culpa mía!
—¿Hay algo que podamos hacer? ¿Sabe a quién podemos acudir? Eduardo me dijo el otro día que tenía un amigo...que sabía del tema...pero no me dijo su nombre...
—Debe ser Jean Louis. Es español pero en cuanto vino aquí cambió su nombre.
—Ese. ¿Dónde podemos encontrarle?
—Si siguen esta calle abajo y a la segunda giran a la derecha verán un edificio marrón de unas cinco alturas, vive ahí.
—Muchas gracias, de verdad. Gracias.
Salen del bar a toda prisa. Max encara la calle pero Blanca le detiene, cogiéndole del brazo. Max la mira, algo intrigado.
—Hay algo que tenemos que hacer antes. Volvamos al hotel.
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—¡Ya te he dicho que no sé nada!
Miguel coge aire y lo mantiene unos segundos antes de soltarlo. Eduardo no puede verlo demasiado pero sabe que su nariz se ha hinchado y que ha apretado sus labios. Cierra los ojos justo en el momento en que el puño de Miguel termina en su rostro, justo al lado de su ojo derecho.
—Venga, Eduardo...seguro que algo me puedes contar.
—¡Tenéis a Esteban detenido por algo que no ha hecho! ¡Cabrones!
—Oh...veo que te preocupas por él. Supongo que ya sabes que es tu padre. Caray con tu madre, creo que solo falto yo por tirarmela.
Eduardo cierra los ojos. No debe empeorar la situación pero se arma de valor y escupe a Miguel, que ahora se agacha frente a él.
—¡No le hagas nada a mi madre o te mato!
—El único que tiene las de perder eres tú, ¿No lo ves?—susurra Miguel en su oído antes de volver a darle un puñetazo en las costillas.
****
—Blanca, ¿Qué vas a hacer?
Ella no responde. Se asegura de que la puerta de la habitación esté bien cerrada y coloca el cubo de la basura en el centro. Toma todos los papeles sobre su hijo y los tira, salvo uno que queda en sus manos.
—Dame una cerilla o un mechero, algo.
—Pero Blanca no puedes quemarlo. Son una vía de escape.
—Son un peligro. Solo si nos deshacemos de ellos, Eduardo no existirá y podremos empezar de cero.
Max asiente aunque no está muy seguro de ello. En parte Blanca tiene razón, si terminan con todos esos papeles, no podrán culpar a Eduardo de nada, porque simplemente no existirá, pero ve que esos papeles tienen gran importancia que debería ponerse a salvo, no simplemente destruirse. Rebusca en su chaqueta y saca un mechero que le tiende sin decir nada. Blanca lo enciende. Acerca la llama rojiza hasta el extremo del papel que sostiene en la otra mano y espera a que prenda. El humo que empieza a desprender la envuelve por completo y la luz que emite ilumina su rostro de un modo tétrico pero sensual, marcando sus pómulos y resaltando sus ojos, haciéndolos más brillantes. Deja caer el papel sobre el resto y observa con rostro serio como todo empieza a quemarse, como toda la vida de su hijo desaparece ante sus ojos, incluso la suya, quemando también la fotografía que Esteban guardaba entre sus cosas. Max suspira y la observa. Da algo de miedo. Sus pupilas brillan más de la cuenta y el baile de las llamas se refleja en ellas de un modo extraño.
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Barcelona, 1968.
FanfictionBarcelona, año 1968. Blanca, tras su regreso de Cuba decide que es el momento de hacer lo que ha evitado durante años: saber más sobre su hijo. Está dispuesta a todo para conseguirlo, aunque implique mucho más de lo que ella podía siquiera llegar a...