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—Mira, Blanca, hemos llegado. Estoy segura de que es aquí.

Blanca se para en seco, justo delante de Macarena y del edificio que ha comprado y van a poner en marcha juntas. Es una locura, definitivamente es una locura. Pero últimamente lleva haciendo más locuras que en toda su vida. Eleva la vista al modesto edificio de cuatro plantas que ahora se presenta frente a ella. Tal como lo ve sabe que va a llevar mucho trabajo, pero está dispuesta a hacerlo, ya no puede echarse atrás. Recuerda que no ha hablado todavía con Max. ¿Estará bien? Quizás no la ha llamado para evitarla, para evitar decirle algo.
Cierra los ojos unos segundos más de un simple parpadeo y al abrirlos se fija en un parque que queda a un lado del edificio, y una casa que se confunde entre los árboles.

—¿Qué es eso de allí, Macarena?

—Pues según me dijeron, en los años 20 más o menos, había en aquella casa una academia para chicas jóvenes. Tal y como la había en Madrid.

—Entiendo.

Macarena la mira de arriba abajo. Siente la necesidad de preguntarle qué le ocurre, qué pasa por su mente que la mantiene tan dispersa pero espera, espera a otro momento, a otro en que haya un café de por medio. Le sonríe con amabilidad y roza su antebrazo.

—¿Entramos?

Blanca la mira y asiente. Se dirigen hasta la puerta y Macarena la empuja con fuerza. La puerta con el marco de madera y el centro de cristal parece no ceder. Lo vuelve a intentar pero nada. Blanca la mira intrigada.

—¿No estará cerrada con llave, Macarena?

—No, el encargado del edificio me dijo que estaría aquí y que cuando él está la puerta está abierta.

—Quizás haya una puerta trasera...

Macarena coloca sus manos en el cristal, haciéndose sombra para ver el interior. No ve nada, no hay ninguna luz encendida. Llama con los nudillos unas tres veces. Blanca suspira. Allí no parece que haya nadie. Se asoma al lateral derecho del edificio, una calle estrecha lo recorre. Deja atrás a Macarena y encara la calle. Ve una puerta de metal. La empuja con la palma de sus manos, parece que se abre.

—¡Macarena! ¡Por aquí!

Abre del todo y se asoma a su interior mientras Macarena llega hasta ella con paso rápido y curiosidad.

—¿Qué hacemos? ¿Entramos? Parece que no hay nadie...

—No hemos venido para quedarnos aquí fuera—señala Macarena mientras avanza, dejando a Blanca a un lado, y entra en el edificio.

Blanca la sigue con cautela. No cierra la puerta, dejando que la poca luz que entra de la calle las guíe. Un corto pasillo se presenta ante ellas, con una puerta a cada lado. Al fondo, una pared con la pintura raída les cierra el paso. Blanca eleva la vista. No puede ver demasiado pero no parece que haya ninguna luz. El suelo de madera cruje con cada paso que dan. Blanca se inquieta. Pequeños chirridos parecen guiar su camino. La puerta se cierra ligeramente por la corriente de aire y el sospechoso sonido metálico que produce se extiende por todo el pasillo. Blanca se sobresalta y aprieta el asa de su bolso. El corazón le late ahora con fuerza. Macarena se queda anclada a mitad del pasillo. No dice nada.

—Macarena...esto no me da buena espina. Será mejor que nos vayamos y volvamos mañana, cuando sea de día.

—Espera. Miramos en las puertas y si no hay nada nos vamos.

Blanca tuerce sus labios. Siente una extraña presión, como si alguien estuviera tras ella, pegado a su espalda. Macarena parece no sentir nada de eso, se muestra segura y confiada. Llega hasta una de las puertas y la abre. Cruje. Ese crujir hace que Blanca se estremezca y su piel se erice por completo. No sabe por qué siente ese miedo.

Barcelona, 1968.Where stories live. Discover now