Eduardo los observa a los dos. Mira a Blanca primero, está pálida y sus ojos se clavan como dos dagas en Max, que se queda algo atónito ante esa mirada pero que no tarda en palidecer también y girar su vista hasta él. No entiende nada. Le resultan más que exageradas sus reacciones. En esos momentos de tensión, alcanza su copa y la termina de un solo trago, para echarse a reír después. Max le mira y se echa a reír también. Han sido un par de segundos de incertidumbre, quizás tres, pero le han parecido eternos, como si la reacción de Eduardo a aquel "cielo" no fuese a llegar jamás.
—Anda que...ya te vale, Max...
—¿Veis por qué deberíais parar ya de beber? Se os va la lengua...—finge reír Blanca mientras aprieta el asa de su bolso.
—Perdona, perdona...no sé que ha ocurrido...pero quédate a tomar la última, por favor...
Blanca le mira, le mataría si pudiera. Sigue sin reaccionar del todo pero que su hijo haya reído y no le haya dado más importancia la tranquiliza. Echarle la culpa al alcohol siempre resulta una buena idea. Quizás mañana su hijo ya no lo recuerde pero a ella la perseguirá para siempre. Se dispone a volver a su silla, aceptando la invitación de Max, cuando uno de los camareros del hotel llega hasta ella.
—Madame, cette lettre est pour vous—le dirige la palabra de un modo amable y servicial mientras le tiende un sobre blanco e inmaculado, solo con un sello.
Blanca asiente y lo coge. Tuerce sus labios, no espera noticias de nadie. Se sienta bajo la atenta mirada de Eduardo y Max, que esperan ansiosos a que abra la carta.
—¿De quién es? ¿Pone algo?
—No, nada, está en blanco.
—Ese sello es de aquí, es francés.
Rompe el extremo superior del sobre sin importarle demasiado como quede. Max apura su copa y la deja a un lado mientras Eduardo apoya sus codos sobre la mesa y sus mejillas entre sus manos, observando a su madre con atención. Blanca saca con cuidado el folio del interior y lo despliega. Está prácticamente todo escrito. Lo lee por encima.
—¿Qué dice?—pregunta Eduardo con insistencia.
Blanca carraspea con suavidad y suspira. Max se cruza de brazos esperando a que se decida a leerla.
Blanca, soy yo, Esteban. Te escribo porque esta es la única forma en que puedo ponerme en contacto contigo, no me dejan hacer llamadas. Me han detenido los de la Brigada, no sé si fue una buena idea matar a Miguel pero no se me ocurrió otro modo de sacaros de ahí. Tenía que ayudaros. No os preocupéis por mí, estaré bien, mi hermana Pilar ya está solucionando las cosas para que me saquen.
—¿Y quién le ha dicho que nos preocupamos por él?—interrumpe Max, echándose hacia atrás en la silla y dejando ver una actitud cínica y pasiva ante las palabras de Esteban.
—¿Te quieres callar? Sigue Blanca.
Lo importante es que los dos estéis bien, Eduardo y tú. Si os pasara algo no me lo perdonaría jamás. Pero hay algo que puedes hacer, si tienes los documentos que te dije desházte de ellos. Ahí está todo, si eso desaparece Eduardo podrá volver a España, ya me he asegurado de ello, nadie le perseguirá jamás. Te digo esto porque antes de que me cogieran encargué nueva documentación para Eduardo, una nueva identidad con la que moverse sin problemas.
—¡Espera, espera! ¿Qué? ¿Una nueva identidad? Yo no quiero una nueva identidad, estoy bien con la que estoy, gracias.
—¿Seguro? Joder ahí Esteban ha estado acertado, ¿eh?
—No entiendo nada, ¿Por qué ahora quiere ayudarnos?
—Porque sabe que la cagó contigo, Blanca. Robar en las Galerías después de acostarse contigo no fue buena idea. ¿A quién se le ocurre?
—No. Estoy segura de que hay algo más.
Además, tengo que explicarte todo esto. Te lo debo. Colaboré con la Brigada para sacarles información, pero les debía un favor, un favor bastante importante, me pidieron que te siguiera, que me acercara a ti y te sacara información. Les dije que no confiabas en mí pero insistieron. No pude hacer mucho. Con ese muchacho, Max, pegado a ti era imposible. Algo en mí me decía que todavía te quedaba algo de amor hacia mí pero veo que no.
—No sé si quiero seguir escuchando esto...¿Y si lo dejamos? ¿Eh? Eso suena a privado...mejor lo dejamos por hoy...
—Yo quiero saber que más dice.
Blanca les observa a los dos de manera rápida. Max mira al frente con actitud cansada mientras Eduardo fija su vista en ella, esperando a que continúe con la carta. No le importa escuchar que Esteban, que no deja de ser su padre, sigue estando enamorado de Blanca. Aunque sabe que jamás ocurrirá, que jamás tendrá una familia feliz como el resto le gusta fantasear con ello. Prefiere imaginar que sus padres se llevan medianamente bien a aceptar que se odian. Nunca en su vida les había sentido tan cerca de él y esa sensación le aporta una seguridad y una felicidad desconocidas hasta el momento. Siempre había sentido un vacío, como si le faltara algo, que hace ya días que no siente.
—¿Sabéis qué? Que me voy a dormir. Seguid leyendo la carta si queréis. Mañana me contáis las novedades.
Max se pone en pie y pega la silla a la mesa, devolviéndola a su sitio original. Blanca eleva la vista hasta él. Sabe que no le gusta todo lo que está ocurriendo pero ella no tiene la culpa de que Esteban haya decidido poner de su parte para ayudarles. Dobla la carta y la vuelve a meter en el sobre, guardándola en su bolso. Se incorpora.
—Max lleva razón, mejor continuamos mañana con esto y con los papeles. ¿Te parece, Eduardo?
Eduardo asiente y se levanta. Los sigue hasta las escaleras. Max ya prácticamente ha alcanzado el primer piso. Le mira, le observa con atención. Sus ojos se clavan en Blanca, la mira de un modo diferente, lascivo, erótico, como si la fuese desvistiendo en cada escalón. Prefiere no decir nada. Los alcanza.
—Buenas noches, Blanca. Max.
—Buenas noches, Eduardo. Nos vemos mañana. Descansa.
Se despide de ellos y llega hasta su habitación. Entra pero no cierra del todo, por una pequeña rendija observa el pasillo. Blanca se cruza de brazos y suspira. Max se coloca frente a ella.
—¿A qué ha venido eso?
—Lo siento, se me ha escapado. Estábamos tranquilos y...no lo he pensado, perdona.
—Ya. Pues controlate más a partir de ahora. No quiero que mi hijo lo sepa, al menos de momento.
—Tienes razón. Escucha, ¿qué más decía la carta de Esteban?
—¿Ahora quieres saberlo?
Blanca sonríe con picardía mientras se pega a la pared. Max la sigue, colocando sus manos una a cada lado de su cabeza, cercándola, y aproximando su cuerpo al de ella.
—Sí, sonaba a que iba a decirte cosas cursis...o...picantes...
—Esteban nunca me diría cosas picantes...más bien me las haría...
Blanca muerde su labio inferior y le observa con gesto pícaro pero juguetón. Con la yema de sus dedos acaricia su corbata y tira de él, dejando sus rostros a escasos centímetros. Le gusta jugar con él, ponerle algo celoso. Max lo sabe y siempre le sigue el juego. Sabe que lo hace para picarle.
—Eso no es cierto...el que te hace esas cosas soy yo...
Blanca cierra los ojos y le besa con intensidad, mordiendo sus labios y abriendo su boca. Debería estar enfadada con Max por lo de antes pero le desea, quiere tenerle para ella y que por un momento Esteban deje de aparecer en sus pensamientos. Eduardo cierra la puerta despacio, evitando cualquier sonido, y se pega a ella, resbalando poco a poco hasta el suelo.
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Barcelona, 1968.
FanfictionBarcelona, año 1968. Blanca, tras su regreso de Cuba decide que es el momento de hacer lo que ha evitado durante años: saber más sobre su hijo. Está dispuesta a todo para conseguirlo, aunque implique mucho más de lo que ella podía siquiera llegar a...